Me olvidé que me olvidé. Galo Eidelstein Silber
¿Escuchar el Inconsciente hoy?
La escucha del inconsciente está de parte del analista, habría que ver entonces qué pasa en el lugar del analista.
Primeramente veamos cual es el inconsciente que habría que escuchar, de modo de no perdernos por los laberintos de los enunciados.
Lacan plantea que el inconsciente es un concepto forjado sobre el rastro de lo que opera para constituir al sujeto. Además agrega que este no es una especie que defina un espacio en la realidad psíquica, de lo que no tiene el atributo de la conciencia.1 Diremos entonces que lo inconsciente no es lo no consciente. Esto desde luego pone en cuestión, no sólo la lógica dual de la negación de la negación, sino que además la cualidad de ser, de lo inconsciente.
Existían diversos conceptos acerca de lo inconsciente anteriores a Freud, pero que sin duda aún gozan de buena salud y entre los cuales podemos encontrar:
El Inconsciente de la sensación (el de los efectos ópticos),
El del automatismo que desarrolla el hábito
El co-consciente de la doble personalidad
El de la actividad latente orientada a la creación del pensamiento
El de la telepatía
El de lo pasional que nos sobrepasa en nuestro carácter
El de lo hereditario que se reconoce en nuestra naturaleza
El inconsciente racional o metafísico
Además podría agregarse el cúmulo de confusiones relativas a la identidad entre inconsciente e instintos, o lo relativo a lo arcaico, que muchos psicoanalistas no han ayudado a diferenciar.
Esta diversidad de concepciones del inconscientes y que la creatividad humana, alimenta de manera regular en cada época, surge por contraste con un pretendido carácter unitario de la consciencia, considerada como un poder de síntesis en medio del cúmulo de sensaciones que acosan al ser humano.
Se pone como ejemplo insigne de este poder al cógito cartesiano, que pretende la certidumbre de saber y el cual se transfiere de manera impropia y fraudulenta, para darle un privilegio a los fenómenos provistos de consciencia. El fenómeno cúlmine de este proceso es la fenomenología hegeliana, cuyo espíritu reposa sobre el presupuesto de un saber absoluto, por medio de la conciencia de sí o autoconsciencia. 2
Por el contrario, con el más básico análisis de los fenómenos de consciencia que podemos realizar en cada ser humano, muestra un tejido absolutamente errático, que no resiste ninguno de los patrones lógicos y donde las incoherencias de pensamientos y de actos llenan todo su espacio de operaciones. Lacan nos dice que la “única función homogénea de la consciencia está en la captura imaginaria del yo por su reflejo especular y en la función de desconocimiento que permanece por ello ligada a ella”.3
Aunque es bastante infundada la identificación que se hace del cógito cartesiano (unitario y racional) y los fenómenos de consciencia en general (disgregados y generalmente incoherentes), pues en cierto sentido son su contrario, tienen no obstante algo en común; aquello común es justamente el ser ambos fenómenos de consciencia. El “yo pienso” cartesiano es consciente y racional y el cúmulo de pensamientos generales, aunque carente de unidad y racionalidad, son conscientes también. Estos fenómenos de consciencia son tales pues han dejado algo “afuera”, diremos fuera de texto, ese algo es el sujeto. El sujeto es el efecto elidido del pensamiento consciente, tanto del racional como del disgregado. Justamente esto es lo que hace decir a Lacan, que el sujeto que opera en el psicoanálisis es el sujeto de la ciencia.
Recordemos que estamos tratando de especificar cuál es el inconsciente atingente a la escucha analítica.
Existe una condición de carácter técnico, a veces soslayada y que Lacan considera parte de su doctrina, en cuanto a que “los psicoanalistas forman parte del concepto de inconsciente, puesto que constituyen aquello a lo que este se dirige. No podemos por consiguiente dejar de incluir nuestro discurso sobre el inconsciente en la tesis misma que enuncia, que la presencia del inconsciente, por situarse en el lugar del Otro, ha de buscarse en todo discurso, en su enunciación.”4
Por esto, el sujeto mismo del pretendiente a sostener la presencia del inconsciente, vale decir, el analista, debe, “en esta hipótesis, con un mismo movimiento, ser informado y “puesto en entredicho”, o sea: experimentarse sometido a la escisión del significante.” 5
Llegamos así a un punto en que la indagación acerca del inconsciente y su ser, se cruza permanentemente con los muy diversos discursos de los analistas, en particular el discurso acerca de si “¿se escucha el inconsciente hoy?”.
Surge entonces la pertinencia de la pregunta: ¿Cuál es el sujeto de este discurso?
Ya sabemos que la causa del sujeto es el significante, “pero ese sujeto es lo que el significante representa, y no podría representar nada sino para otro significante: a lo que se reduce por consiguiente el sujeto que escucha.”6
Así, el sujeto es su propio proceso de aparición o de desaparición y se reduce a un significante, o más bien, desaparece como sujeto bajo el significante en el que se convierte.7
Este significante de la escucha, el analista, sólo es tal en la escucha. Dicho de otra manera, el analista es tal solo si escucha, pues es necesaria la función de representación del significante, función que se suspende en la no escucha.
En la situación de no escucha, no se constituye el sujeto, pues este es lo que representa un significante para otro significante. Ya sabíamos que el analista debía hacer algo para constituirse en el significante del lugar de la escucha, aunque ese algo no fuera más que hacerse el muerto. ¿Por qué entonces (hoy) el analista se resiste a morir? ¿No sería esa la pregunta?
El sujeto es el sujeto del inconsciente, muerto el sujeto, muerto el inconsciente. ¿Podría la astucia de la conciencia, esa conciencia que brilla por la incoherencia de su razón llevarlo a desaparecer?
Después de todo, el postulado de la existencia o ex-sistencia del inconsciente es un hecho de la razón consciente y si la razón se permitió postular al inconsciente, ¿por qué no habría de postular su desaparición, su extinción?
Vamos un paso más atrás. El sujeto es un efecto de significante. Muerto el significante, muerto el sujeto.
¿Cómo la razón consciente, el mundo hoy, podría matar al significante?
¿Acaso el significante muere todo los días por el desarrollo arrollador de la ciencia y la técnica? A estas se atribuye por lo común la construcción de contenidos cada vez más precisos, evitando las ambigüedades del lenguaje y de las interpretaciones, parcelando la realidad en límites estrictos para no dar cabida a la duda.
O, podríamos pensar que la causa de la hipotética muerte del significante podría ser el arrollador desarrollo de las relaciones de mercado, las cuales efectivamente alienan al ser humano y lo separan cada vez más del producto de su trabajo, el cual se vuelve luego en su contra, tal como el retorno de lo real.
Pero de ser así, si la posible causa de la desaparición o para no ser tan taxativos, el desvanecimiento del significante (y por lo tanto del sujeto y por lo tanto del inconsciente freudiano), fuese el desarrollo de la ciencia o de las relaciones de mercado (ambos en el ámbito de la consciencia), estaríamos pensando en un sujeto con relación al saber, el cual justamente no es el sujeto de la ciencia, vale decir el sujeto del psicoanálisis.
El sujeto del cual hablamos y que habría que escuchar, abre un abismo entre saber y verdad.8
El sujeto freudiano tiene cierta atadura en el ser, no en el saber, por lo que la invasión discursiva en la actualidad, la pretendida completitud del discurso de la c
iencia (lo cual, además, ya sabemos que no es tal), no debiera afectar su existencia. “El inconsciente freudiano, es una cadena de significantes que en algún sitio (en otra escena) se repite e insiste para interferir en los cortes que le ofrece el discurso efectivo y la cogitación que él informa.”9
Por lo tanto el sujeto del inconsciente no es parte del discurso y sólo supone colarse por los intersticios de este, cual sea que este fuere.
Los embates al psicoanálisis no han tenido tregua desde su creación. En esta contienda ha habido momentos peores y otros que han sido peores que los anteriores. El momento actual podría estar en cualquiera de esas alternativas.
Se suma a estas realidades, las resistencias de quienes ostentan los privilegios en la sociedad, pues el inconsciente freudiano importa una subversión en el doble sentido. En el revolucionario y en el de ser otra versión. En esta otra versión, el sujeto se libera del lastre del saber y por lo tanto del discurso dominante, o sea es una bomba de tiempo.
Hoy el medio es inhóspito, las Isapres, la TV, la desesperante y desesperanzada vida cotidiana. ¿Pero acaso, en tiempos de Freud la situación era mejor? Las heridas narcisistas se pagan caro en todas las épocas, recordemos a Copérnico, Giordano Bruno, Galileo, Darwin. La destitución del yo siempre fue acompañada por discursos rabiosos.
Quizás esos discursos, hoy han aprendido a adelantarse, no están a la defensiva, sino que han creado un mundo en el cual no dejan morir al analista, tal como el gato juega con el ratón antes de comérselo. Pero en esta oportunidad no se lo engulle, sino que le dan la alternativa para que vaya a buscar su queso al mundo de la psicología, al mundo del saber.
Por ello también es que el psicoanálisis y el sujeto que comporta, no es un hecho técnico, sino político.
Habíamos preguntado por el sujeto que habría tras la pregunta de si se escucha el inconsciente hoy. Sigamos por el rumbo del saber, el cual es donde hemos ubicado por el momento lo que nos atañe.
A diferencia de los post-freudianos, podríamos decir que la nueva estrategia de los discursos rabiosos a que nos referíamos, consistiría, no en el postulado de hacer consciente lo inconsciente, sino hacer inconsciente lo inconsciente. Olvidarse para siempre que existe el olvido, lo cual no es precisamente el recuerdo. La negación de la negación aquí tampoco es la afirmación. Robert Levy nos recordaba hace un rato atrás, el postulado de la neurociencia, en cuanto a que el recordar tanto no sería necesario.
El olvido del olvido es el olvido sin retorno, sin ombligo que nos conecte con otra escena. Es la vida de las máquinas o de las plantas, la vida de la significación absoluta, el más allá del más allá, la nada como borde de la nada. La muerte del significante.
Esta posible teoría de la evolución al revés, que llevaría desde el hombre desplegado en todas sus potencialidades, sujeto por donde se lo mire, hasta concluir en una planta, inconsciente de su vida inconsciente. Quizás las plantas son eso, el producto de otra evolución, no la de Darwin.
¿Acaso no pareciese que los seres humanos nos reducimos y simplificamos cada vez más?
Los griegos del banquete pensaban que éramos andróginos, seres con los dos sexos incorporados en el cuerpo, éramos completos y esféricos, hasta que nos partieron como una naranja. Estas medias naranjas poblaron el mundo y lo hicieron a su imagen y semejanza. Luego la división social del trabajo hizo que adquiriéramos un arte o profesión, lo que nos insertó en el mundo del trabajo, vale decir en el mundo sin más, de una manera parcial. Luego nos aislamos socialmente a través de la estratificación económica, luego nos cercenamos mentalmente con los programas de TV y el mundo comunicacional para pensar sólo los temas así permitidos. Luego nos olvidamos de lo que pasó en nuestra historia y de la historia social, y entonces nuestra vida se reduce a vivir el momento.
Hasta que llegamos al último peldaño, nos olvidamos que nos olvidamos. Y en esta significación absoluta, muere del significante. Muerto el significante, muerto el sujeto, muerto el individuo. Y muerto el individuo, muerta la muerte, aunque no la vida, pues no debemos olvidar, si es que nos queda alguna capacidad de recuerdo, que las plantas viven. Una pesadilla de Orwell al cuadrado.
Intentemos despertar de esa pesadilla, pero no para seguir durmiendo como decía Freud.
Habíamos interrogado al lugar del analista, para ver si podíamos escuchar al inconsciente hoy, pues la escucha es del analista. Pero indaguemos que pasa con el posible analizante.
¿Será que este va a la consulta y no dice lo que tiene que decir? ¿Algo así como que no le han enseñado ir al analista? En este caso el problema no sería la escucha sino del habla, del parloteo. En este último caso, las producciones del inconsciente, la fábrica de lapsus y sueños estaría en paro, lo cual al menos es poco creíble y no se concibe con la experiencia de la vida cotidiana. ¿O será que hoy día el amor ya no se transfiere?
Pienso, no obstante, que no hay realidad más fecunda que aquella de la calle de todos los días. En la calle, vale decir en la relación subjetiva u objetiva entre los seres humanos, es donde se juega la existencia del significante.
Toda está en descubrir (es fácil decirlo) que es lo que pasa cuando no pasa nada.
La vida rutinaria, siempre igual a sí misma, se presta para engaño. Esa vida insulsa es justamente el demiurgo del significante y del sujeto. Si no fuera insulsa, si sólo se hablara en la verdad, no habría significante, no habría sujeto, no habría inconsciente, no habría nada.
Comenzaré hablando del parloteo cotidiano, ese que llena los espacios y el tiempo y que parece sólo servir como relleno, como una especie de teloneo, mientras se espera el plato fuerte. Este parloteo cotidiano sufre de desprestigio crónico luego de una doble embestida. La primera, producto del nacimiento de la nueva ciencia la cual sigue haciéndole estragos desde hace más de 500 años y que pareciera haber desplazado a la cháchara al submundo de la farándula. La segunda la de la nueva ola heideggeriana. No incluyo aquí el embate que dio contra los sofistas, según dice el parloteo de la época, Sócrates, pues el sofista se diferencia del parloteador por su intención.
Qué pasaría si revisitamos esas opiniones tan establecidas acerca de la banalidad del parloteo, pues el discurso del analizante ¿no es acaso puro parloteo? ¿Acaso el convertirlo en el muro del lenguaje, lo rebaja de su regio estatus “guachaca”? En esto no tendría que envidiarle casi nada al sueño, que es su primo mayor en la realeza analítica.
Si el parloteo insulso es la materia prima, cuándo falla algo en el proceso analítico (no sólo en el diván de la consulta, sino en el proceso analítico como totalidad, que incluye sus condiciones de producción y reproducción en la vida social) hay que ir a revisar que pasa en la consideración de esa materia prima, puesto que escudriñar que pasa en el inconsciente, no es posible que yo sepa, eso sería como una contradicción en los términos.
¿Qué pasa en la calle de todos los días, donde no pasa nada?
Tomaré aquí algunas ideas del filósofo chileno Humberto Giannini, acerca de lo que él llama la “Reflexión” cotidiana.
Hablaré de la vida de la calle, y sólo tomaré la calle como ejemplo, pero podría ser la vida de la casa, del trabajo, la de los amigos, etc., la calle que habitamos, la de todos los días, la que hacemos como ruta para ir al trabajo, vale decir, la rutina.
“La rutina consiste en una suerte de absorción de la trascendencia del futuro; absorción en la normalidad de un presente continuo e idéntico a sí. Caricatura de la eternidad.”10
Tiempo quieto, intrascendente.
Esto no quita que la rutina sea afanosa. Su afán con
siste en tapiar cualquier trascendencia e imprevisto. Esto no quita tampoco que se hagan planes a largo plazo, pero ese largo plazo está amarrado a los carriles del presente, y es un plazo sin cisuras temporales. No se puede decir, sin embargo, que no se espere nada del futuro, pero se espera sin salir al encuentro de lo esperado y así se hacen inofensivos los propios proyectos por temor a salirse del trayecto.11
Así se vive en la eternidad de las pequeñas postergaciones, la de llegar a ser algún día independiente, de terminar los estudios, de regresar a la tierra natal, etc. proyectos parásitos de un presente que no se sale jamás.
Lo rutinario se mantiene gracias a los imprevistos evitados, en una identidad no cuestionada. Así el futuro no aparece ni como favorable ni como amenazante, parásito de un desértico hoy, voy pasando la vida de manera irremediable.
No obstante, todo esto lo hacemos en la calle, esa es la cuestión.
Por su estructura y sentido, la calle representa justamente lo multidireccional, lo abierto.
En la rutina de la calle está lo imprevisible, la exposición a todas las amenazas, incluso aquella de “quedar en la calle”.12
En la calle está también la posibilidad del desvío, de detenerme ante lo desconocido, de tomar otro camino, del encuentro fortuito (si no fuera ese mi deseo, ¿porqué salir a la calle, la de la rutina diaria?)
A este límite invisible que es la calle “desde el que llega la amenaza indeterminada de lo imprevisible, allégase la seducción transgresora que busca quebrar la continuidad de un tiempo en que no pasa nada, o bien invalidar esas mismas normas por las que lo imprevisible se pone continuamente fuera de nuestro alcance.”13
La rutina así, está arrojada en un mundo fuera de nuestro dominio y que nosotros la gozamos irremediablemente.
He hablado de la escucha y de las consideraciones acerca del habla, para indagar acerca del sujeto y del inconsciente. Pero esta no debiera ser una mera disquisición académica.
Esta es una lucha política, y esto es síntoma de que hay una ética y un deseo que se disputa, por lo tanto no debe extrañarnos que haya vencedores y vencidos. Pero mientras exista el deseo la disputa no termina. Los que podrían sentirse vencidos, vale decir los discursos de cada cual, no por ello mueren en ese intento. Siempre renacerán, unos y otros, pues en eso consiste la lógica del significante.
Notas:
1-“Posición del Inconsciente”, J. Lacan, Escritos 2, Ed, Siglo Veintiuno Editores, decimonovena edición en español, 1998, Pag. 809.
2- Ibid, Pag. 810.
3- Ibid, pag 811.
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4-Ibid, Pag. 813
5- Ibid, Pag. 813
6- Ibid, Pag. 814
7- Ibid, Pag. 814
8- “La Ciencia y la verdad”, J. Lacan, Escritos 2, Ed, Siglo Veintiuno Editores, decimonovena edición en español, 1998, Pags. 835-837.
9- “Subversión del Sujeto y Dialéctica del Deseo en el Inconsciente Freudiano”, J. Lacan, Escritos 2, Ed, Siglo Veintiuno Editores, decimonovena edición en español, 1998, Pag. 779.
10- “La “Reflexión” Cotidiana, hacia una Arqueología de la Experiencia”. Humberto Giannini, Ed Universitaria, 5° edición, mayo 1999, Stgo de Chile, Pag. 34.
11- Ibid, Pag. 35.
12- Ibid, Pag. 36.
13- Ibid, Pag. 35.
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