Serge Sabinus: "Una ética entre deseo y goce"
Madrid 11/04/2015
Voy a comenzar hablando del título que he escogido, o que me ha escogido a mí.
Hay una parte bastante comprensible del título, es la ética que se ve atrapada entre la espada y la pared, entre el deseo y el goce.
Así que lo que me interesa, claro está, es la ética del analista. Y voy a plantear una serie de oposiciones con la ética común, es decir, la ética del derecho. Lo que voy a decir sobre la ética del analista es que es la ética que constituye un límite con el goce, este goce que suscita el deseo.
Hay también otro aspecto en mi título, que es como una caza secreta, entre la agalma del Banquete y la caja de Pandora. Efectivamente, lo que he puesto en este título también es un hecho de la práctica del analista que siempre me ha preocupado mucho, me ha planteado muchas preguntas, me ha puesto muy incómodo, me ha extrañado frente a lo que se presenta como una incongruencia, una obscenidad, una tentación extraña que a veces hay que rechazar con mucha energía.
Podría formularlo así, lo que esconde mi título, de una forma, quizás un poco púdica: ¿Qué pasa para que un analista ceda ante su deseo pasando al acto sexualmente con su paciente?
Es una falta, una falta grave, un abuso que puede ser castigado por la ley, un incumplimiento de su compromiso contractual de mantener su función de escucha y de intérprete. En términos del Psicoanálisis es un pasaje al acto que rompe el pacto que une y el silencio de la escucha y la palabra en pos de libertad. Es un síntoma, y a este título debe denunciarse y enunciarse como lugar de ocultación.
El Inconsciente, como bien sabéis todos, es un encubridor y nuestras sociedades se obstinan cada vez más en denunciar los vicios. Pero de qué vicios y de qué estafas estamos hablando en este pasaje al acto. La cura como juego de la palabra, es un juego del escondite, un juego de máscaras, una escena de teatro en la que la comedia se une al drama como si fuese su envés. La cura es el lugar del fingimiento y del semblante que es característico de la palabra, en tanto ignora lo que dice!
El analista debe adaptarse al silencio, al espacio, a la apatía, que se opone totalmente a la empatía. Esta empatía que está muy de moda en Estados Unidos actualmente y que tiene por efecto arrancar al psicoanálisis, y cito “sus colmillos venenosos”. Es La cuestión del título que mencionaba Robert del artículo de Freud, Análisis profano. Freud predice que los analistas americanos deseosos de volver a dar una pátina científica y humanista al psicoanálisis, darle una pátina humanista a una técnica fría y distante, y le cito “tratarán de mejorar el análisis, de arrancarle sus colmillos venenosos y de hacerlo agradable a los pacientes”. El Derecho común, la ética común, obliga al analista a creer en los males y quejas de su paciente y no hay más verdades por descubrir. ¿No es esta acaso la gran estafa?
Lo que lo llamo “pasaje al acto sexual del analista en la transferencia”, (ese “en” designa un lugar como se dice en España) y es en mi opinión, según la ética analítica -y no según el derecho penal-, un incesto. Es esta intuición la que voy a tratar de defender en esta presentación.
Voy a daros dos elementos que he extraído de mi análisis personal y que han sustentado un poco mi intuición y mis ganas de trabajar en este tema.
Os contaré así los sucesos, vamos a decir, de una forma desnuda, sin daros las asociaciones que están relacionadas con ellos. Dos sucesos que están relacionados con un tiempo de jazz, a contratiempo.
El 1º es un sueño que creo que ya he contado aquí, es uno de mis sueños fetiche. Soñé que veía el rostro de mi analista así, en primer plano, y tenía un moco en la cara. No sé si os acordáis de ese sueño. Así que era mocoso (morveux) y en francés se oye, muerte quiere (mort veux/t).
Y el 2º tiempo, varios años después, tuve repentinamente una crisis de angustia muy violenta tumbado en el diván. Me senté, me levanté, sin atreverme a darme la vuelta, con esta frase que le proferí a mi analista: “Pero, ¿qué quiere usted de mí?” con una angustia y una ira tan vivas, tan intensas, como aterradoras para mí.
¿Qué quiere usted de mí? Cuando tomaba notas sobre esta escena, me acordé de ese pequeño detalle, que no me atreví a darme la vuelta. Cómo no pensar en Orfeo, Orfeo que bajaba a los infiernos para devolver a la vida y a la luz a su Eurídice. Conocemos la importancia dentro del mito de este acto de darse la vuelta. Porque este gesto, esta acción se vio inmediatamente castigada por la muerte y la petrificación.
Pero, ¿qué pudo preocupar tanto a Orfeo como para que se diese la vuelta? Porque al final, es verdad, tenía a su mujercita detrás… ¿Qué es lo que dice el mito? El mito dice que Orfeo en su subida al mundo de los vivos, sintió angustia a causa del silencio que oía tras de sí. ¿Creyó que Eurídice estaba muerta? ¿Qué pasó con ella? ¿Seguía estando detrás? No decía palabra. Pero al darse la vuelta para ver si seguía ahí, envió a Eurídice a la muerte. Y ésta fue la segunda muerte de Eurídice.
Lo que se conoce menos, quizás, es la continuación de mito de Orfeo. Una vez que vuelve al mundo de los vivos, Orfeo ha vuelto solo, de entre los muertos. A Orfeo lo despedazan, lo desmiembran, las mujeres de la ciudad.
¿El título de Robert cómo era? “la sexualidad femenina: cuidado, peligro”. Atención, cuidado…volvemos al título de Robert.
Así Orfeo que no puede devolver a la vida a Eurídice, a su mujer, se ve despedazado, desmembrado por las mujeres de la ciudad. No vuelves impunemente de un viaje a los infiernos. Supongo que sois todos analistas, así que ya habréis hecho el vínculo entre los dos sucesos personales que os he contado: el sueño del mocoso (muerte quiere) y luego, unos años después, la cuestión de ¿qué quiere usted de mí? Muerte quiere. Con este efecto a contratiempo, la respuesta (el efecto) venía antes que la pregunta (la causa). Qué quiere de mí – mort-veux/t. Así que todo se desarrolla al revés, como en el caso de Orfeo. Con esta contraseña, este “¡Sésamo ábrete!” que anuda como su revés la muerte al deseo, os invito a seguirme.
De una sesión a otra, la cura se ve salpicada a menudo por pasajes al acto por parte del analista. Se olvida uno de la hora, se dicen cosas que no están relacionadas con la sesión, te quedas dormido… Cada uno tiene sus invenciones para hacer pasajes al acto, el único que se despliega sin máscara en el registro sexual, es el que puede ser castigado por la ley. Lo sexual cuando está desnudo, no es algo social. Lo sexual desnudo se ve condenado al exilio, como pasa con los locos o los perversos, que se les expulsa de la ciudad. Pero el deseo que anima a cada uno de estos actos, es salvaje. Es decir, que solo puede considerar al otro como una herramienta, como un objeto y su objetivo radical se llama goce. Este goce es a-social, está sellado y oculto dentro del síntoma y conduce, a veces, a los sujetos que sufren de ello a entrar en el pacto analítico. Así que es sobre esta ética, la del acto analítico, en la que me sustento, la que garantiza las condiciones de posibilidad la cura analítica.
Esta ética del deseo, se opone al derecho común en dos puntos, en mi opinión.
1. La ética del acto del analista es aquella para la que Lacan propuso una formula radical: el analista solo se autoriza por sí-mismo. Sabéis, imagino, que la fórmula está incompleta: es por sí-mismo y por algunos otros. Así lo que pienso sobre estos “algunos otros” es que no se trata únicamente de los otros analistas, es decir, de las instituciones analíticas. “Algunos otros” son en
realidad los analizantes. Así que esta formulación “el analista solo se autoriza por sí-mismo“ traduce el hecho que ninguna garantía procedente del exterior puede mantener el pacto analítico. La implicación del analista que se autoriza, solo se sustenta de forma suficiente y necesaria en estas dos palabras ‘sí-mismo’, por las que hace falta comprender la travesía de su propia cura.
Así que esta travesía, que siempre va a ser ideal, que nunca se lleva a cabo totalmente, asintótica (y no asintomática), es la que autoriza al analista a no morir por ello, ni a gozar de ello. Es uno de los puntos de la trayectoria del analista que llamo, como en la teoría física, un punto fractal. Con lo que me ha recordado el texto de Robert, se puede decir que es un punto traumático, uno de estos puntos de la trayectoria de la cura personal, lo que va a nutrir mi reflexión de hoy.
El 2º punto de esta oposición entre ética del deseo y derecho común engloba, precisamente, aquello por lo que el discurso analítico es el envés del discurso del Amo. Efectivamente, es como Amo que el psicoanalista está sujeto a la ley común, en calidad de sabio, de experto, de persona cualificada. El discurso que implica su responsabilidad penal no es el discurso analítico sino el discurso del Amo. Se ve que hay una gran contradicción, una gran tensión, ahí en lo que lo llaman la ley. Los estados, la sociedad, trata de constituir el orden de los psicólogos, psicoanalistas, psicoterapeutas… pero ahí donde los sitúa la ley, no puede ya reivindicarse el discurso del analista, ese que dice que solo se puede autorizar por sí-mismo.
Recuerdo lo que me ocurrió una vez. Trabajaba en una institución para adolescentes y a una de las jovencitas la había toqueteado uno de los educadores. Los padres pusieron una reclamación, se hizo una investigación para depurar responsabilidades…me pidió la policía que me presentase como psiquiatra y el comisario me pidió muy gentilmente que contase lo que había ocurrido a esa hora concreta ese día concreto y qué disposiciones había yo adoptado en cada caso. Traté de empezar explicándole el caso de esta jovencita, las dificultades. Tenía un culo enorme, los chicos de la institución podían ser un poco imbéciles pero tenían ojos y tenían entonces la tentación.. Traté de explicarle cómo intenté trabajar esto con la jovencita y con los padres y el policía me dice de repente “mire, doctor, lo dejamos aquí. En función de lo que ha dicho o bien se va a la cárcel, o bien sale libre. Lo único que me interesa son los hechos y solamente los hechos. A las 10 dónde estaba y qué hacía, a la 10,10 dónde estaba y qué hacía”… y salí libre, gracias a Dios. Así que ya no es cuestión de autorizarse por sí mismo, me pedían que respondiese como sabio, como experto.
Defender su práctica, defender el psicoanálisis en la escena pública, como algunos se ven tentados de hacer, es asumir el riesgo de prohibirlo. En francés la palabra “défendre” tiene tanto el sentido de defender, proteger, como el de prohibir. En Francia hay actualmente un gran debate sobre este tema.
Es sobre esta ética del analista en función en la que voy a tratar de apoyarme. Entiendo función en el sentido casi matemático del término, algebraico: la bella desconocida tumbada en nuestros divanes como ofreciéndose, se llama “x” en la ecuación, “x” es como la abreviatura de inconsciente (en francés decir la letra x suena como la escritura abreviada del inconsciente, “ics”), “x” es también la letra de la pornografía. La pregunta que me hago es ¿en qué punto de la función del analista, en qué momento de la trayectoria de la cura surge este punto catastrófico? punto fractal, como mencionaba anteriormente, punto traumático, -incluso si de eso se deriva una bonita unión- qué es para mí el paso al acto sexual del analista en la transferencia. ¿qué pasa en esta trayectoria para que en un momento se produzca un punto de catástrofe y el analista caiga en la escena del crimen? Visto que no es la cama sino el diván, es una meta-psicología del acto desviado de lo que voy a tratar de hablar.
Insisto, este paso al acto no es solo un crimen es también, esencialmente, un síntoma que sostiene lo real del incesto y se lleva el goce. El goce no es un concepto freudiano, con algunos ajustes, para quedarnos cerca de Freud, el goce correspondería en la tópica freudiana y en su economía pulsional a ese flujo libidinal primitivo, siempre presente, en tanto que no está directamente regulado por los principios psíquicos, los principios del placer y de realidad. Así que es un flujo que se refiere al régimen de lo ilimitado, régimen que Lacan apuntaba con el imperativo sadiano “¡goza!”.
Gozar es una orden (a la vez una ley y un mandamiento superyóico) y este régimen sin límites puede enunciarse en ese adverbio “¡más, aún más!”. “¡Más!” es la identificación que indica la proximidad del goce, más no funciona como un significante, es un signo que designa el puro momento de la pulsión puesto en movimiento por la transferencia. Un signo que puede anunciarse a veces mediante representantes. Hace muchos años tuve un sueño en el que estaba en una habitación, no me acuerdo muy bien qué ocurría, abría un armario y había una pila de billetes de banco. Me atraían los billetes, cogía los billetes y cuanto más billetes de banco cogía, el valor subía: eran 50, 100 francos, 200 francos… y en ese momento me desperté.
Este signo fuera del significante podría decirse en lenguaje freudiano que está más allá del Principio del Placer. Se reconoce aquí en este más allá del Principio del Placer el vínculo entre el goce, incluso su identificación con la pulsión de muerte. Basta para ello acordarse de la película de N. Oshima, “El imperio de los sentidos”, que muestra muy bien la trayectoria del “¡más, más, más!” y donde no se trata tanto de lo espectacular de la mutilación sexual, como decía Robert, sino de la influencia de la demanda de placer sometida al imperio del “más”, siempre hay un más allá y el más allá es la muerte.
De hecho, en esta película hay un detalle que me llamó la atención, más allá de la mutilación, es el hecho de que la heroína, Sada escribe, en el cuerpo de su amante mutilado, los dos nombres al fin reunidos; como un testimonio de la realización de lo imposible de la relación sexual. La muerte es pues lo que se busca en el nombre del deseo en la escalada erótica del goce.
La cura que tiene por objeto el descubrimiento del deseo, ese deseo que se ve fijado en y por el síntoma, exige la completa movilización de éste. El marco que impone exige regular los flujos pulsionales que se movilizan al extremo en la transferencia. La limitación a la hora de hacer pasar estos flujos libidinales por el ojo de la aguja, por este pase de la palabra, moviliza al mismo tiempo la función simbólica que enmarca este flujo libidinoso, y la empuja más hacía el goce.
Cabe señalar pues esta paradoja, lo que se le exige al analizante desde el lugar del analista, es siempre un plus de palabra, siempre más- de –palabra que va a entrar, en mi opinión, en resonancia con el plus de goce fijado en el síntoma. Un empuje a la palabra, un empuje hacia el goce. Es un juego de empuja- empuja (jeu de pousse-pousse: juego del rickshaw). La transferencia reside en esto, este movimiento de imán (que en francés también se lee amante: d’aimant ) que atrae y desplaza hacia la persona del analista, el que empuja a la palabra, que atrae y desplaza el juego equilibrado de las pulsiones cuya orden es empujar hacia el goce. Así dos fuerzas opuestas pero que se ven vinculadas en el encuadre de la sesión formando un par, en el sentido matemático del término. Por ejemplo, un sacacorchos tiene dos fuerzas opuestas que le permiten funcionar. Este juego de contrarios del empuja-empuja, implica que haya en el diálogo analítico, entre analista y analizante como par, una forzos
a disparidad de los lugares. Esos lugares son esencialmente asimétricos.
He retomado el Banquete de Platón y la lectura que Lacan hace de él, a propósito de la disparidad de los lugares, precisamente.
En el Banquete todos los personajes incluido Sócrates participan en el elogio del amor. Y están todos en el mismo lugar y va cada uno haciendo este elogio, uno por uno. En el discurso de Sócrates viene un primer desfase de estos lugares, ya que dice “yo del amor no sé nada” pero os voy a contar la historia del amor visto por Diotima, sabia de Mantinea. Hace un bonito discurso sobre el amor en el que explica precisamente que el amor, en tanto que eros no es ni un dios ni un hombre, pero no es porque no sea un dios que es un hombre y no es porque no sea un hombre que es un dios. Que ha nacido de Poros y Penia, la riqueza y la falta. Lo que desordena totalmente los lugares y los hace asimétricos, es la irrupción de Alcibiades.
Alcibiades que es un hombre muy guapo, llega a casa de Agatón totalmente borracho, se sienta donde quiere y ocupa su lugar, el que ha decidido en el juego. Se le explica que se está haciendo el elogio del amor y acepta participar en el discurso. Salvo que en lugar de hacer el elogio del amor hace el elogio de Sócrates. En su discurso, habla de su extrañeza, ¿cómo tu que eres tan guapo puedes estar enamorado de ese viejo señor feo que se parece a un sátiro? Tiene que haber un error en algún sitio, tiene que haber un espejismo en algún sitio y ahí está toda la teoría del ‘agalma’. No te fías de las apariencias, ves en el interior de Sócrates, en el fondo de ese horrible cuerpo, como los pequeños silenos, que eran unos objetos de cerámica muy feos, con forma de demonios, en los que en su interior había joyas. Era para insistir en este punto, sobre la asimetría de los lugares. Esta asimetría pues, más aún, diría que es inconmensurable, es decir, que no tiene nada que ver, no hay un patrón, no hay una equivalencia que permitiría medir el desfase, la brecha entre esos dos lugares. Esta disparidad de los lugares, esta asimetría, sustenta la regla fundamental enunciada por el analista al iniciar la cura: toda sesión debe de pagarse (régler: pagar y regular), regularse en el sentido del orden y también en el sentido del dinero.
Si el analizante paga la sesión en efectivo y no en carne, el analista es pagado para que no goce de su analizante. El analista es el garante de este pago financiero como de esta regla, la ley, estando su responsabilidad implicada. Pero este juego de empuja- empuja conduce necesariamente al analizante a desviarse de la regla, porque después de todo es su trabajo, es el trabajo de su síntoma. Pero es la tarea del analista, como lo hace el árbitro en un campo de fútbol, pita el fuera de juego. Lo que hace al deporte analítico difícil es que el analista es al mismo tiempo el árbitro, el tercero, y el otro equipo.
Este punto concretamente, del fuera de juego, en el que el analizante se salta la regla y debe ser señalado por el analista, es el signo del empuje del deseo hacia el goce. ¿Qué es silbar el fuera de juego? Es interpretar, hacer del signo un significante como condición del descubrimiento del deseo, pero el descubrimiento se convierte en extravío cuando es el analista el que queda atrapado en la trampa del fantasma que se destrona de su lugar de semblante para, a su vez, salir del juego pasando al acto.
En el momento en que el analista pasa al acto se rompe la asimetría de los lugares y el proceso analítico se convierte en la escena de los amantes.
Para aclarar un poco lo que trato de presentaros, no se trata de definir la estructura psicopatológica del analista, quizás sea un perverso, un neurótico o un psicótico. Para mí, eso da igual. Lo que me interesa es ver qué ocurre dentro de la transferencia, en la cura, en ese punto de la trayectoria, para que un analista pierda su lugar, para partir a la caza de las mujeres.
Creo que esto es verdadero y muy importante, asumir el riesgo de esta confusión de los lugares, es para mí el signo de la conducta correcta en la cura por parte del analista. Así que no se trata solamente de decir que es un mal analista o que es muy malo, haciendo lo que hace. Es precisamente porque ha logrado conducir la cura hasta ese punto que considero que ha habido un análisis. Es como acercarse al máximo a la orilla del volcán que ruge. Freud ya nos había advertido de ello de forma expresa, la transferencia es una materia explosiva, tiene fulgores de incendio, un olor de azufre, un olor que denota el acercamiento del diablo. Ese diablo al que llama precisamente el analista, recordad la cita que Freud pone para encabezar su libro sobre La Interpretación de los sueños “Si no logro hacer que cedan los dioses de arriba, removeré los infiernos”. El diablo es lo diabólico, en tanto en cuanto hace pedazos lo simbólico. El deseo diabólico que el analista llama dentro de la transferencia es ese grito que con Lacan retomo del cuento fantástico de Cazotte (“El diablo enamorado”), ese grito que salió de mi en mi sesión: “Che Vuoi?” Qué quieres? Y en el lenguaje de la transferencia es ¿qué quieres de mí?. Y es en ese punto de aparición del deseo donde se presenta el goce con todas sus posibilidades, en todos sus estados, allí donde conjuntamente el par analista-analizante lo llaman. Un conjunto sí pero, no olvidemos, en los lugares de una disparidad inconmensurable.
La condición de la aparición de los significantes del deseo del analizante y de su detección por parte del analista, depende fundamental y esencialmente de la suspensión de la respuesta frente a esta pregunta del “Che Vuoi?” Es esta suspensión de la respuesta que vacía, que deja libre para el sujeto deseante, para el analizante, el despliegue de la letanía de sus propios objetos en una serie metonímica sin fin. Ahí, alejado de la mirada, obligado a un silencio atento, el analista suspende cualquier respuesta. Tiene que lograrlo allí donde Orfeo fracasó, cediendo a su deseo de posesión mediante la mirada. La respuesta del analista es el nada, ese nada que tiene que oponer a la demanda angustiada e insistente del analizante “Che Vuoi?”, ese nada corresponde al vacío prescrito que garantiza la existencia del deseo de analista. El deseo de analista como deseo de nada. Hago una diferencia muy importante entre deseo de nada y el deseo mortal de desear la nada. No es solo un juego de palabras, es una cercanía catastrófica que habla del riesgo para el analista. Se refiere a que el deseo del analista es un deseo vacío, como una pantalla en cierto modo, y es sobre esto sobre lo que el analizante puede poner sus objetos. Es muy diferente a desear el vacío, la nada como un objeto.
Os recuerdo la conocida citación de Lacan:« el deseo del analista no es un deseo puro. Es el deseo de obtener la diferencia absoluta, la que llega cuando, confrontado al significante primordial, el sujeto se pone por primera vez en posición de someterse a él ». (Junio 1964; 4 conceptos p 248).
Estábamos en pleno suspense, que era precisamente la suspensión de la respuesta al “Che Vuoi?” y que se sustentaba en la disparidad de los lugares. Volvemos a ver esta disparidad, como decía anteriormente en lo que se refiere a la oposición entre el derecho y la ética del analista. El derecho era el Discurso del Amo y el analista está en el Discurso del Analista. Hablaré de ello un poco más adelante.
El analista, así pues, no puede ser un Amo. ¿Será a acaso suficientemente poeta?, no sé si conocéis la cita de Lacan del final de su recorrido, sobre ser lo bastante poeta. Lacan lo escribe ‘poète-assez’, que se lee también trabajar en argot. Será el analista suficientemente poeta como Rimbaud, el vidente. Mediante su escritura inspirada, oh cuan diabólica, Rimbaud destrozaba la hermosa ordenación de los lugares de amo y de alumno. Cuando le escribía a su profesor, que se llamaba G. Isambard, tenía 17 años y decía “quiero ser poeta,
y me esfuerzo por ser vidente…se trata de llegar a lo desconocido mediante el desorden, el desenfreno (dérèglement) de todos los sentidos (vuelve la palabra règlement en francés que significa tanto arreglo, reglamento como pago)… es falso decir: yo pienso. Se debería decir, se me piensa…yo es otro” Aquí reside el meollo de esta disparidad, en este “yo es otro”. El analista en función es otro, un pequeño “a”, en cualquier caso, siempre otro que aquel allí donde el analizante cree asignarle.
Está esta fórmula que inventó Robert Lévy que me parece muy pertinente para definir el lugar del analista: “estar ahí sin razón de ser”.
Así que subrayo lo siguiente: mantener esta inconmensurable asimetría de los lugares pone al analista al abrigo de la necesidad de ser esa función. Porque, efectivamente, existe un riesgo para el que conduce realmente, precisamente, con corrección, la cura de su hermosa y seductora analizante hasta el punto del “Che Vuoi?”, es el riesgo de oír la interrogación proferida por la horrible cabeza de camello (se refiere al cuento de Cazotte) cuando nada en su propio análisis le permite detectar quien habla. Para poder oír el “Che Vuoi ?” que viene del otro es importante que el analista en su propio análisis haya identificado quien habla. Es es el si mismo. Se trata del sí-mismo que le autoriza para esta función. Ese sí-mismo es el producto preciso de su propia travesía del “Che Vuoi?”
Voy a hablar de nuevo de esta novela de Cazotte, que me parece más bien mala, para detenerme en un detalle del texto. En google encontré que este conocido comentario “el diablo está en los detalles”, es de Nietzsche. Aunque es muy elegante hacer esta cita de Nietzsche, yo prefiero esta otra de él que está en Zaratrusta, cuando Zaratustra se dice así mismo, “Dios también tiene su infierno! Es su amor por los hombres!”
Vuelvo a Cazotte y a su cuento fantástico, muy en la línea de P. Merimée. En el “Diablo enamorado” la escena se desarrolla en el siglo XVIII en Italia, en Portici, cerca de Nápoles y de las célebres ruinas de Pompeya y Herculano. Hay una guarnición de soldados movilizada. Los soldados, que son españoles procedentes de Extremadura, están ahí en tierra extranjera y se aburren. Es una época que está fascinada por el mundo de los espíritus. El tiempo que se ha llamado como el de los “Iluministas”, que practicaban el ocultismo, el contacto con los espíritus, la luz del alma (que es por lo que se les llamaba “iluministas”) que se opone al bajo materialismo del cuerpo y de los sentidos. Es el alma la que posee el secreto de la verdad. Una verdad que es una e indivisible, mientras que el cuerpo y los sentidos solo producen un caleidoscopio de sensaciones que solo llevan al error. Para los iluministas hay un pasaje. Algunos tienen las claves y son los iniciados. Y este acceso al mundo del más allá y de sus fuerzas maléficas promete la realización de todos los deseos del hombre contrariados por la mediocridad de su vida en sociedad. Este mundo del más allá, es el de Paracelso, de Swedenborg y de Willian Blake; y pronto será el mundo de Jung, mediante el cual se alejará para siempre de las teorías sexuales de Freud.
Jacques Cazotte era un iluminista y el capitán del cuento, Álvaro de Maravillas, este héroe, es un escéptico que va a ceder a la tentación de convocar al diablo. Total, ¿qué puede perder? Sabe que es el más fuerte, porque es un racionalista y responde riéndose a sus iniciadores, que si por azar el diablo se presentase a su llamado, sabría tirarle de las orejas. Una noche, en la gruta a la que le conducen los iniciados, traza un círculo en la arena y se encierra en ese círculo y pronuncia la fórmula ritual, la fórmula mágica. Una ventana se abre en la pared de la gruta y surge una horrible cabeza de camello que le dice: “Che vuoi?”, ¿Qué quieres tú que me llamas? Pero aquí os voy a contar el detalle maravilloso, por eso él se llama Maravillas: con una frialdad sorprendente, el capitán supera su pánico (es decir, la pasión que le ha conducido a la gruta) y repentinamente, devuelve la pregunta al diablo que se queda un poco fuera de sí ; “y tú, ¿qué quieres de mí?”, ¡que pertinente! Porque este es en efecto el deseo del diablo, un deseo diabólico que hay que interrogar. Os remito a la continuación del cuento. Este pobre capitán no pudo mantenerse en su lugar ya que acaba diciéndole al diablo lo que deseaba.
Este negarse a responder reenviando la pregunta, garantiza el mantenimiento de la inconmensurable asimetría de los lugares, dejando abierta la cuestión del deseo.
Este punto de real que constituye el surgimiento del “Che Vuoi?” moviliza al analista en su propia travesía de ese punto fractal, ese punto de catástrofe. Es a esto a lo que se ve confrontado en la sesión: de vuelta a su historia personal, la pregunta del analizante se le reenvía de vuelta, en eco a sus propios desfiles significantes. Y como he dicho, es este pasaje de su historia por el “Che Vuoi?” el que garantiza, o no, el sí-mismo por el cual se autoriza. Lo que está en juego aquí compromete su capacidad para suspender -con un silencio benévolo y apático- el surgimiento del “Che Vuoi?” que la transferencia ha solicitado. A falta de este paso, la transferencia, por su calidad propia de entre-dos, que prohíbe identificar quien habla, solo puede llevar a que el analista ceda al ‘Che Vuoi’ del analizante, mediante un “Sí, eres tú lo que quiero! a ti que veo dándome lo que no tienes! Sí, eres bella y te amo como siempre te he amado. Coge esto que se ofrece a tu deseo. Mi cuerpo, es eso precisamente, el objeto de tu goce!”. Es una verdadera mística, una eucaristía sexual. El analista ya no responde del Otro, sino que responde al otro. Da su cuerpo al otro que se ofrece, sufre y llama. No es solo una mera relación sexual ilegal, es un don, una donación, un sacrificio. Un sacrificio a la gran Madre, la madre de antes de la ley, que los antropólogos llaman “preabrahámica” y los niños “mamá”. Curiosamente, este don del cuerpo, este sacrificio, es una llamada, una tentación; cito a Lacan al final del Seminario de los Cuatro conceptos “Pero para quien es capaz de dirigir una mirada valiente – y, una vez más, hay pocos seguramente que no sucumban a la fascinación del sacrificio en sí mismo- el sacrifico significa que, en el objeto de nuestros deseos, tratamos de hallar el testimonio de la presencia del deseo de este Otro que llamo aquí el Dios Oscuro”. Cita increíble, el sacrificio al Dios Oscuro. Y este Dios Oscuro, ¿no sería acaso el nombre del Diablo?
De hecho hay otro detalle en el texto de Cazzote, que me ha llamado también la atención, es que la excursión del capitán español a la gruta mágica es en realidad un rodeo en el deseo de su madre quien lo está esperando pacientemente en su país para que se case porque ya estaba prometido. Una madre envía su hijo al Diablo para someterlo mejor a sus deseos.
Este cuerpo que se ofrece en sacrificio, se entrega en realidad al deseo de la madre en cuerpo y alma en realidad. El Dios Oscuro del que hablaba Lacan, ¿no es acaso esa madre primera, de antes del Nombre del Padre y de su sustitución eucarística? ¿Cuál es ese trozo del cuerpo que excita tu hambre? ¿Qué brillo que yo no veo y que te ciega desencadenando tu deseo? Agalma?, “glance on the nose?” (el brillo en la nariz del Hombre de los lobos), poesía de los cuerpos en pedazos, de los cuerpos desmembrados gozando como en la muerte trágica de Orfeo, sacrificado por su amor y desmembrado por las mujeres de la ciudad. Por haber perdido aquella a la que amaba, Eurydice, Orfeo tiene a todas las mujeres, a cada una les ofrece un trozo de su cuerpo, un miembro, en un puro goce compartido.
El “Che Vuoi?”, oído hasta el infinito en toda relación amorosa como en toda aventura transferencial, es este fuera de sentido (no es que no tenga sentido sino que es antes del sentido), el fuera
de sentido del deseo de la madre. He aquí una ética atrapada entre el deseo de analista y el goce vinculado con el deseo de la madre.
Reconocemos ahí precisamente lo que Lacan, a mi juicio, designa en su definición negativa del deseo de analista (Seminario ‘Cuatro conceptos…’) “No es un deseo puro”. No es un deseo puro en tanto que “no es eso” y es precisamente ese “no es eso” lo que vemos en la fórmula borromea que Lacan inventó para decir el deseo “Te pido que renuncies a lo que te ofrezco porque no es eso” (Seminario ‘O peor….’9 de febrero 1972). Volveré sobre esto en unos momentos, cuando haga referencia al incesto.
Este deseo del analista, que no es puro, es un deseo de nada. Ya antes lo he distinguido del deseo de la nada. El deseo de nada es el que hace desfilar a los objetos a lo largo de la vida en un baño espumoso de insatisfacción, no es eso, nunca es eso! El deseo de la nada es de otro orden, es el que aspira al vacío, a la nada, es un deseo que llamaría melancólico. Melancólica es esta ofrenda sexual del cuerpo a la llamada del “Che Vuoi?” venida del otro. Este deseo DE LA nada es lo que, en mi opinión, amenaza al analista en su acto. Se produce en este punto fractal, catastrófico que identificaba antes con el momento de la aparición necesaria, porque el analista ha trabajado para llegar hasta ese punto, del ‘Che Vuoi’ en la trayectoria de la cura. Este punto de aparición lo sitúo fuera del tiempo, fuera de lugar, en el grito del infans, en su desamparo dirigido al otro, el otro salvador que Freud llamaba “nebenmensh”, el único otro que le reconozca entre necesidad y deseo (en francés se diría entre yunque y martillo, en español se diría entre la espada y la pared), deseo de reconocimiento dirigido a la madre. La madre es la que lo separa de la satisfacción de la necesidad y lo aspira en una demanda pulsional. El nombre de madre no procede únicamente de la gestación biológica, sino del Nebenmensh, ¿qué quieres? se pregunta ansiosamente el uno al otro. Y la madre hace entonces desfilar los objetos que ella ha marcado con su huella, con sus significantes. El infans, que no dispone de palabras, ofrece su cuerpo como un tesoro. Se trata aquí de una especie de “incesto” -primario- en cierta medida, en el cual lo sexual y lo mortal tienen un mismo tejido, una misma tensión. Ofrecer el cuerpo a la madre es un incesto a muerte.
Cuando escribía esto, recordé lo siguiente, a veces pasa cosas en las curas: un paciente que me dice que ha tenido una pesadilla, se ha despertado sudando, en una angustia indescriptible, con la única expresión que le venía a la cabeza que era “El patito azul” y durante la sesión se acuerda de que su madre lo llamaba “mi patito azul”. Y él mismo me dijo: tiene un riesgo mortal ser el patito azul, ahí me di cuenta que tenía puesto un maravilloso jersey azul.
Creo que sería beneficioso leer el mito edípico bajo esta luz, la cuestión del saber y del “Che Vuoi?”. El saber de Edipo se despliega a contra tiempo, durante el encuentro, fractal y catastrófico con la Esfinge, encarnación de una madre animal que le interroga. Edipo se encuentra en su camino con la pregunta enigmática de que es lo que hace al hombre, en la que se escucha la pregunta por su propio deseo: ¿Qué quieres? pregunta la Esfinge. Y para su desgracia, Edipo cree poseer un saber, aunque no sabe nada del asesinato que acaba de cometer; cree poseer un saber sobre el deseo enigmático, poseer la respuesta correcta ahí donde hubiese sido mejor callar, o aún mejor, como hizo el capitán Álvaro, devolver la pregunta. Él no posee, ¡está poseído!
Decididamente con Eros todo sale al revés. La melancolía cambia de campo, la esfinge se suicida y Edipo corre derechito a su destino incestuoso. “Ojalá no hubiese nacido” grita Edipo a Antígona, su hija, a punto de morir, fuera de la ciudad. El deseo de la madre es un enigma de esfinge donde la única respuesta que puede garantizar una vida viva al ‘infans’ es un: “no es esto”. Pero hace falta que la madre pueda enunciarlo, para que el ‘infans’ pueda hacer otra cosa que deprimirse por ello.
Introduzco una distinción importante en lo que se refiere al devenir del analista en el tiempo en el que se abre la pregunta del “Che Vuoi?” procedente del diván. Suspender la respuesta permite reenviar al analizante hacia sus objetos de deseo. Dejar la respuesta en suspenso se corresponde con el “no es eso” que compromete el deseo en sus tres tiempos de inversión borromea: “Te pido/rechazar/lo que te ofrezco”
Solo depende del reconocimiento en su propia historia, de sus pases y atolladeros, durante la travesía del “Che Vuoi?”. El desconocimiento del analista lo acerca al máximo a una modalidad incestuosa: el deseo del analista como deseo de nada enigmático, metonímico, se consume entonces en deseo melancólico, en deseo de la nada donde cae el cuerpo para el goce del otro.
Planteo como hipótesis: el paso al acto sexual de analista dentro de la transferencia, como versión del deseo del analista cuando cede al incesto por sobreinvestidura de lo sexual, para protegerse de lo que lo amenaza: el deseo melancólico. Es la solución sexual frente al deseo melancólico, que es a su vez, la solución final al deseo incestuoso, llamado por el tiempo fractal del surgimiento del “Che Vuoi?” en la cura. Esto es su perversión, su pére – versión (padre-versión) Habitualmente se dice que los analistas que se acuestan con sus pacientes son perversos, quizás, pero lo que me interesa es esta cuestión de la versión, de la solución sexual que encuentra frente al deseo melancólico.
Destaco lo siguiente: es la primera negación presente en la formulación borromea del deseo – “te pido que rechaces”, la que llama a la segunda –“no es eso”. Así que este juego del “te pido que rechaces” es lo que está en juego en la cuestión del incesto. Es el rechazo, la barra colocada sobre el deseo de la madre la que obliga a invalidar la ofrenda del cuerpo del ‘infans’. Este cuerpo que ofreces a mi goce, solo puedo rechazarlo: así funciona la ley, la ley de la metáfora paterna. Este cuerpo que me das, no es eso. Por lo mismo, el pacto analítico garantiza que el deseo del analista se pague con palabras. Ceder al deseo melancólico corresponde a esta falta de rechazo, a este fracaso de la primera negación en tanto que conduce a “es eso”, es decir a la mortal y perfecta adecuación del cuerpo al “Che Vuoi?” en un engullimiento de goce compartido.
Ciertas patologías psicóticas dan muy bien cuenta de este aplastamiento entre la palabra y la cosa, no hay disparidad, diferencia entre la palabra y la cosa.
Este apuesta melancólica me parece radicalmente diferente de lo que Lacan llama de-ser, al final de la cura, del lado del analista. La caída melancólica (o su “solución” sexual) es la consecuencia del efecto catastrófico del “Che Vuoi?” (deseo de la nada, que es un punto de fractura en la trayectoria de la cura); en el mejor de los casos, el analista es remitido a sus propios impases, a su propio análisis. Eso me parece bastante distinto del de-ser, que es una conclusión de la cura, el final de la cura, lo que Freud llama liquidación de la transferencia, y que es el resultado del lugar que se obtiene a lo largo de la cura, lugar de analista como causa de deseo (llamada ‘a’)
El final de la cura es lo que queda (reste) del analista que ha sabido mantenerse (rester) como analista. El semblante que ha mantenido la cura cae al final, en el momento del de-ser y se revela como lo que es, un deshecho, una pura pérdida, una mierda, un moco.. “sicut palea” que son las palabras que Lacan ha tomado de Santo Tomás, cuando al final de su vida habla de lo que ha escrito, de su obra como “sicut palea”, como estiércol.
Es evidente que los afectos ligados a esta identificaci
ón con el deshecho, en lo que se ve que Lacan estaba muy lejos del “yo fuerte” a la americana, (esa antigua teoría, que vemos venir de vuelta en tanto está de moda la empatía que defienden los analistas americanos) no tienen nada que ver con la caída en la nada melancólica. El deshecho no es que no sea nada, es algo, incluso si no es eso.
El otro femenino se luce, se pone una máscara frente a este deseo que yace en las profundidades, en estos lugares infernales (recordad: “Acheronta movebo”, gritaba el capitán vienés) ahí donde el capitán español de la novela en tierras extranjeras, encerrado en el vientre mágico de la gruta napolitana lanzó su llamada al goce. Ese deseo es el de antes de la Metáfora Paterna, el deseo de la Madre en vivo, en crudo, que mantiene al infans en la angustia del ser en lugar de convertirlo en los avatares del tener. Lo que no tiene son las palabras, ni sus herramientas simbólicas (recordad como Lacan en uno de sus textos usa una metáfora: que había que tirar los rollos hebráicos de la Ley en la boca abierta del cocodrilo y que la bloquea) y es el ser del cuerpo unicamente el que puede ofrecerse ante este “Che Vuoi?”
El borramiento de lo inconmensurable en la disparidad de los lugares da la medida de lo que está en juego en este “pasaje al acto sexual del analista en transferencia”. Juego de los cuerpos en lugar de los juegos de palabras, es el desconocimiento del deseo de la madre bajo las máscaras de la belleza de la mujer que le hace donar su cuerpo al “Che Vuoi ?”
No es únicamente una cuestión de la clínica del psicoanalista, si es perverso, neurótico, psicótico. Tampoco es una cuestión de la Ley de Derecho común, que también es la ley de las instituciones. ¿Qué debe hacer la institución cuando se entera por una reclamación de un analizante, o porque la institución sabe si un analista ha cometido una falta? A este título la institución, como la sociedad entra en una ética del Derecho, entra dentro del discurso del Amo. Lo que está en juego no es el del castigo legal sino el de su deseo de analista transmutado mágicamente en deseo melancólico.
Esto es lo que pasa para ese analista en concreto. Creo que no tiene tanto que ver con su capacidad de ser analista sino con su capacidad de seguir siendo analista, en el lugar preciso en el que se encuentra, en tanto su pasaje al acto encubre su valentía para conducir la cura hasta su punto de incandescencia, hasta esta caverna secreta en las ruinas de Portici donde el valiente capitán prometió riéndose, recordad, tirar de las orejas al diablo si se manifestaba.
Voy a acabar con un pequeño guiño. En la antigüedad, en los tribunales romanos, cuando se convocaba a un testigo y él no quería comparecer, era legal arrastrarlo físicamente por las orejas hasta el tribunal. El texto de ley decía “si quieres que acuda a tu llamamiento, da fe de ello y si no viene, cógelo por la oreja”. A buen entendedor….
S. Ortega: Tiene que ver todo esto tiene algo que ver… entre la pérdida de distancia o la asimetría que se cortaría cuando el analista confunde su lugar de objeto a con el lugar desde donde hace el acto analítico
SS: No es exactamente eso, la confusión de lugares, es mi hipótesis, es que el analista en su propio análisis no atraviesa la cuestión del ‘Que vuoi’, para cada uno es diferente, para mi fue casi directamente, se podría detectar en que momento se produce para cada uno. Lo que es más difícil de identificar es cuando vuelve la pregunta…por definición no hay respuesta a esa pregunta…si has tenido un buen analista, éste ha suspendido la respuesta y esa pregunta vuelve. Y cuando vuelve del analizante, eso es mucho más difícil de identificar. Me parece que ser analista, haber atravesado este paso equivale a poder seguir siendo ese semblante de objeto, yo soy el semblante de lo que tu deseas pero solo el semblante. En francés, ‘faire semblant’ quiere decir fingir, que no es verdad y no es eso, es más bien encarnar algo que parece ser eso.
La confusión de lugares viene con el ‘es esto’, cuando puedo responder al ‘Che vuoi’, que no se dice con palabras sino que yo me entrego.
M.C. Estada: Este deseo melancólico no pude venir en el lugar del miedo al de-ser del fin de la cura?….alguien que no puede atravesar….y elige finalmente encontrar un objeto que es la nada. No se…
S. Sabinus: Para mi hay una diferencia radical que se corresponde con lo que ocurre con el deseo de analista como deseo de nada….idealmente poder seguir hasta el final de una cura con un analizante es aceptar o no, ser una pequeña cosa y hay el riesgo para el analista de no aceptar ser este objeto caído, el de-ser es algo, en una historia de amor con los analizantes, de repente van bien, vuelan solos no te necesitan y te echan como una mierda, uno se deprime, no es melancolico, es un poco lo que intentaba decir antes, cuando la madre le dice al niño: no es esto, tu me das tu cuerpo pero la madre barrada por la metafora paterna, no puede decirle al niño sino: está bien, pero no es esto.
MC Estada: Justamente por miedo a quedar caído no puede un analista decidir…es una elección
S. Sabinus: Si, puede rechazarlo, es siempre inconsciente, por ejemplo un análisis que dura 30-40, hay algo en el sin fin que rechaza la caída también
MC Estada: Vamos a suponer que un analista es mayor y que resiste a caer como objeto porque eso le remite a algo personal, a la muerte
S. Sabinus: Aportas un detalle importante, no se trata solo del final de la cura, sino del fin de la vida…
MC Estada: Pero hay un pasaje ahí muy difícil, un analista no se jubila…
M.Moreno: No solo ocurre cuando la jubilación, hay algo muy difícil ahí, como concibes tu la melancolía?, porque igual no tenemos la misma idea de la melancolía…
S. Sabinus: No lo concibo necesariamente como una estructura psiquiátrica, puedo precisarlo de otra manera tras tu pregunta…cuando decía deseo de la nada, la melancolía es cuando no hay otra cosa más que la nada, cuando el deseo cae en la nada, es a la vez deseo de la nada y algo del deseo que desaparece y hace desaparecer al sujeto….y está muy cerca de la realización incestuosa…el sacrificio, la melancolía como sacrificio…
M. Moreno: Puedo ver la idea que planteas (inaudible)…. El deseo de la madre previo a la metáfora y que ahí …relación sexual del analista con el paciente algo de la represión que no funciona…una fijación a algo….lo que no acabo de entender es … hay parte de la melancolía que la entiendo como una clausura del yo que desaparece por la absorción del gran Otro
S. Sabinus: Estoy de acuerdo, primeramente la represión no es un mecanismo que se adquiera definitivamente, cuando hablo del deseo melancólico, éste se sitúa en un momento de la cura y no es la estructura del analista, estamos de acuerdo ¿no? Este punto viene a tocar el mantenimiento de la represión, hay algo en este ‘Che vuoi’ que hace tambalear la solidez de la represión y en efecto me parece que este punto, esta represión se fabrica, se vuelve a trabajar, se pone en orden mediante el análisis personal, también por parte del analizante en el momento del ‘Che Vuoi’…..el deseo melancólico del que hablo no tiene que ver con la estructura psiquiátrica…sino que está vinculado con ese punto, travesía en que la represión no tiene ya efecto para el analista como si ésta no hubiese tenido lugar….un lugar.
MC Estada: Con muchos años de análisis…. mucha represión cae, se puede elegir…es un alivio no tener que reprimirlo todo pero es un peligro para algunos que pueden hacer este pasaje al acto (inaudible)….son momentos raros y difíciles de los que no se suele hablar …esto abre a pensar esta dificultad de trabajar más allá de la teoría, no es nada fácil mantenerse en una posición ética…cuando la represión no tiene ya tanto efecto….(inaudible)
S. Sabinus: Creo que esto pone de relieve dos cosas. La primera es
que no cualquiera escoge ser analista o que es escogido como analista…ésto está muy cerca de este planteamiento de la melancolía, del de-ser, de la cuestión del objeto, de la madre. Nuestra travesía hace posible dos cosas, poder interrogarnos y mantener ese lugar, del mismo modo que la represión, no creo que logremos ser analistas de una vez por todas….no existe este orden de analistas, el reconocimiento oficial…nunca nos reconocemos como analistas, el si-mismo indica esa brecha, está siempre él-mismo. Esto es lo importante. Y la cuestión que planteas del fin de análisis y la cuestión del deshecho, del des-ser. Para un analista el fin del análisis, nos preguntamos como será la última sesión con mi paciente, nos acordamos de la primera. No puede llegar una cierta edad sin preguntarnos como será la última sesión…y esto no es melancolía, es la vida.
Transcripción: Margarita Moreno y Lola Monleón