Chantal Hagué – Ahí donde se juega el estilo del analista
Seminario 24 marzo de 2012, Madrid
Para este trabajo he partido de eso tan particular que es el lugar del analista: el de sostener el cuestionamiento, la abertura, el enigma del sujeto que viene a su encuentro, el enigma de su deseo. El analista no es asignable a ningún otro lugar más que al de la cuestión del deseo, pero ¿como descifrar el enigma del deseo? Tal es el problema que abre el campo de la interpretación.
Interpretación producida por el deseo de analista, aquella que desanuda los embrollos del sujeto dentro de lo simbólico, lo imaginario y lo real. Pero ¿como funciona?
« El psicoanálisis no es una técnica sino un discurso que anima a cada uno a producir su singularidad, su excepción». Dentro del encuadre de la transferencia, esto es válido tanto para el analizante como para el analista, en el momento en que se trata de lanzar una interpretación. En principio, la palabra lanzar acudió a mi mente en la medida en que una interpretación se constituye en un movimiento del inconsciente. Una interpretación surge, en la mayoría de los casos.
En este punto me planteé la cuestión del estilo del analista. Que la interpretación esté vinculada directamente con el estilo del analista puede parecer evidente. Puede pensarse que un analista dice algo en un momento y otro hubiera dicho otra cosa. Parece evidente pero no lo es tanto, esta cuestión se revelo más complicada que lo que parece.
En efecto, ¿Cómo el estilo de la interpretación puede concernir, al mismo tiempo a la persona del analista, a su ser y al deseo de analista en tanto función? Es lo que propongo para la discusión de hoy.
Interpretación y transferencia van de la mano. En la cura y en la historia del psicoanálisis cada teoría analítica ha constituido una interpretación diferente del inconsciente freudiano y cada teoría de la transferencia ha inducido un cierto tipo de interpretación para cada analista en la cura.
A lo largo de la historia del psicoanálisis hasta nuestros días, hay por lo tanto varias interpretaciones del psicoanálisis, y cada una con una incidencia diferente sobre la práctica y la orientación teórica y ética. Por ejemplo, los kleinianos que interpretan según una determinada teoría lo que les lleva a hacer cierto tipo de interpretación, los annafreudianos, los lacanianos, etc, con interpretaciones diferentes en cada uno de los casos.
¿No ocurre lo mismo para cada analista en el uno por uno? Su práctica, relacionada con el saber que adquirió en su cura ¿no dependerá necesariamente de la interpretación que el analista habrá producido a partir de su propia relación con el objeto, de su relación con la existencia o no de la relación sexual, de que el Otro esté barrado o no?
Antes de hablar del estilo, volveré a algunos elementos relacionados con la interpretación.
En el texto de Freud de 1923: «Observaciones sobre la teoría y la práctica de la interpretación» encontré esta frase poética que les leo: «La interpretación es un arte que consiste en extraer del mineral en estado bruto, el contenido metálico de pensamientos reprimidos». Se trata pues de una primera categoría de interpretaciones, las que apuntan a levantar la represión.
En cuanto al valor de una interpretación, se mide por su efecto y Freud dice: «el analista produce una interpretación únicamente si desencadena asociaciones nuevas», ese sería el signo de una interpretación lograda. En 1937 aporta algo nuevo: «No se puede descifrar la totalidad del inconsciente, hay que renunciar a ello», designa así una zona que Lacan describirá después como lo Real. Esto nos conduce a una segunda categoría de interpretación; la que apunta a la falta, la que jugando con el equívoco, introduciendo un corte, abre un espacio que no tendría existencia por sí mismo.
Por eso hoy los análisis se prolongan más allá de lo que se descubre del levantamiento de la represión.
¿Qué guía pues al analista? El encuentro con lo real.
¿Y a qué apunta la interpretación? Hacia el lugar de la falta.
Ahora bien, precisamente ese lugar de falta es el lugar de un posible, de una posibilidad de creación y de invención a partir de la interpretación. Esa es la tarea del analista, su deber es el de interpretar. Por consiguiente existe un imperativo ético que sostiene la tarea del analista: lo que tiene que saber ordena el deber de interpretar. Ordenar en el doble sentido de poner orden y de reforzar el imperativo.
La interpretación apunta a lo que Lacan llama el decir. «Lo que se dice queda olvidado tras lo que se dice en lo que se escucha» Es lo que ocurre en la transferencia, la diferencia entre lo que se dice y lo que se escucha. Es el nivel del lenguaje, que no es el de la significación sino el del equívoco del lenguaje que, de hecho puede pasar de una lengua a otra. Lo que se lee de lo que se oye, se produce sobre el fondo de lo que no puede decirse. La interpretación debe dirigirse hacia lo que falta en lo dicho.
En la cura, la posibilidad de entrar en este nivel de lenguaje, en esta zona de creación de la palabra, se constituye poco a poco, a medida que avanza la cura, en un movimiento que no es progresivo sino de vaivén, como en la demanda.
La interpretación, cuando tiene éxito, produce sorpresa y tiene a menudo la estructura de un enigma, es decir, una enunciación que no corresponde a un enunciado de saber. La interpretación, en efecto, no ha de ser un enunciado de saber porque en ese caso no llegaría a la zona del lenguaje que es extranjera para el saber, lugar vacío y causa del deseo. Cualquiera que ésta sea, la interpretación debe producir un corte en el discurso.
Una interpretación exitosa, la que sorprende, desestabiliza en cierto modo el saber fijado. Su efecto es palpable, por ejemplo en que el sujeto no puede reproducir exactamente lo que el analista ha dicho, y queda algo en suspenso. El equívoco hace vacilar lo que estaba ahí sabido, deja al sujeto ( lado analizante) la parte que le corresponde de la elaboración del saber. La interpretación apunta a una reducción de sentido. El psicoanalista es pues menos un explorador que descubre lo oculto, que un lingüista.
Habitualmente, a la hora de presentar un trabajo tengo una viñeta que me viene a la cabeza y no otra, por lo que veo que debe de haber una cuestión importante. Esta vez no se me ocurrió ninguna, lo que es muy sorprendente. El único recuerdo que me vino fue el recuerdo de la primera interpretación que recibí sobre el diván. Una interpretación que apuntaba al equívoco. Os cuento: yo evocaba mis 3,5 años y los sentimientos despertados por la llegada de un hermano. Era prematuro y captaba toda la atención de mi madre. Tuve un sueño donde un coche fúnebre aparecía lleno de bebés vivos rosados enmedio de lechugas. Yo comprendía vagamente que estaba relacionado con un deseo de muerte porque estaba el coche fúnebre, pero cuando escuché al analista decir: «lai- tue» (lechuga, le mato) y tue-les (mátalos). -«Laitue» (lechuga) en francés guarda homofonía con «les tue» (los mato), tue-les (mátalos). Me quedé paralizada ante esta verdad y a la vez tuve una gran alegría al descubrir cómo mi inconsciente podía producir esta escritura. Era una creación tanto del lado del analizante, como de la transferencia. Creo que mi transferencia hacia el psicoanálisis se anudo ante esta alegría del descubrimiento.
Esto me lleva a preguntarme ¿quién interpreta entonces, el analista o el analizante?
Se podría pensar que por un lado es el analista quien hace la interpretación y el paciente quien la recibe. Pero este ejemplo muestra que la interpretación había comenzado ya en el sueño, en el lado analizante y Freud además lo dice en la Interpretación de los sueñ
os: «la técnica que yo desarrollo delega en el que sueña el trabajo de interpretación». El sueño demuestra que el trabajo del inconsciente constituye ya de por si, un intento de traducir, de interpretar lo que constituye un enigma para un sujeto. Pero se ve bien que se trata tanto del analizante como del analista en el ejemplo, eso creo. Otra frase interesante: «una interpretación en un análisis es tan tonto como esto: una invención del analista a partir de hallazgos del analizante que él escucha de través».
La interpretación no se reduce a un acto del analista. A causa de la transferencia ésta se produce tanto del lado del analizante como del lado del analista, se inicia por uno y se produce por el otro, es válido en ambos sentidos.
Otra pregunta me surge: ¿La interpretación, como el chiste, no sería sino una formación del inconsciente producida dentro de la cura a través de la transferencia?
¿Cómo una interpretación, que implica el pasaje de la noción de representación inconsciente a la categoría de significante, efectúa un cambio en el sujeto? Sobre este punto Lacan es muy claro: en la cura se trata de apuntar hacia el goce, y para ello el analista dispone sólo de un tipo de interpretación, aquella que juega sobre el equívoco significante en la que se pasa del sentido al sinsentido. La interpretación, corte en esta relación particularmente estrecha entre sentido y sonido, hace intervenir resonancias poéticas en el dicho del analizante, y así, deconstruye la intencionalidad de su discurso.
¿Cómo hace corte la interpretación en el goce? No es fácil. Por otro lado, el goce no se trata ni de interpretarlo ni se puede decir. Pero al introducir un efecto de corte, la interpretación tiene como objetivo deshacer la fijación del goce. Existe una incompatibilidad entre goce y palabra ya que el fundamento mismo del sistema simbólico efectúa la exclusión del goce. El lenguaje mismo introduce una falta que es la falta en ser. Se produce entonces un vaciamiento del goce, la interpretación vacía, agujerea como hace la metáfora poética. El equívoco, el corte, desgarra el aparato de interpretación del mundo propio de cada sujeto. El goce que se libera, deja de estar vinculado con el resto significante, busca un nuevo destino y eso puede liberar al sujeto de la fijación que lo determina como objeto. Hay un efecto de alivio cuando una interpretación tiene éxito, uno se siente más ligero, y eso es una sustracción, una reducción del goce.
Brigitte Lemerer enuncia esta interesante frase: «la interpretación del analista es una estocada cristalina de sentido que desgarra el velo del fantasma para dejar entrever la verdad de la castración».
M. C. Estada: En el ejemplo que nos aportas, lo que aparece es el deseo de muerte, si se habla de deseo se habla de castración, aunque en una niña de 3 años todavía no está el fantasma constituido, pero es el deseo lo que aparece, ¿no?
C.Hagué: Si, además pienso que el hecho de haber escuchado ese equivoco de la interpretación, por el hecho mismo del lenguaje, eso vacía un poco el goce. Es sujeto ya no está con la misma relación a ese deseo de muerte.
G. Kozameh: Aunque en el niño no este establecido el fantasma, hay un pre fantasma que apunta a lo que Freud llama en «Inhibición, síntoma y angustia» las castraciones preliminares, en este caso la niña que ha dejado de ser exclusiva de la madre y viceversa por el nacimiento del hermanito.
C. Hagué: En un artículo de Marc Strauss: «El equivoco y la letra», aparecido en un número de la revista «Hétérité», que tiene la ventaja de ser muy claro, retoma el ejemplo del caso de Freud del Hombre de las ratas y se pregunta por qué Freud lo llamó así y si después de Lacan se seguiría llamando así, ya que la palabra rata está en el cruce de las cadenas asociativas del paciente, pero hoy que conocemos la relación entre la letra y el escrito ¿lo llamaríamos así? Retoma lo que mostró Lacan sobre que Freud se detuvo en un punto: la rata, y que se podía haber ido más lejos.
Os recuerdo esta cura, que muestra como se podría llevar más lejos la interpretación.
Cuando el Hombre de las ratas cuenta el relato del suplicio, Freud detecta el goce del paciente cuando nos habla de la cara que ponía el paciente mientras hablaba, que traduce: el horror de un goce por él mismo ignorado. Y Freud observa que el Hombre de las ratas estaba horrorizado por el goce sádico que había en él mismo pero que no podía nombrar.
Freud se da cuenta de lo que M. Strauss llama el goce «ratero» del paciente es decir, el que se aferra a su ser de rata, identificado con una rata. Y su goce es el de morder, de destruir, goce pulsional, pero Freud se detiene en el significante rata, se queda en la identificación. Pero la producción de dicho significante no es el todo del análisis. Se trata de ir más allá de la identificación y esto tiene consecuencias tanto en el desarrollo de la cura como en el fin de análisis. Lacan considera que esta falta de interpretación de Freud puede ser el motivo de que se haga matar en los enfrentamientos de la Gran Guerra, él se atreve a decir esto, que si Freud hubiera interpretado esa identificación, quizá él no se hubiera hecho matar. Esto no deja de interrogarnos sobre la radicalidad de lo real en juego en un análisis.
¿Qué interpretación le habría salvado la vida? Es una responsabilidad. Rata se asocia a morder que remite a un fantasma de mordedura, hacerse morder tanto como morder. La verdad inscrita en esa cadena significante, es el equivoco «mor-sure» (mordedura) que hace escuchar «mort sûre» (muerte segura) que revela el deseo del paciente: su encuentro con un socio único que es la muerte.
El Hombre de las ratas aprendió con Freud que era una rata, lo que le permitió desprenderse del dominio que ejercía sobre él, el escenario del capitán cruel. Pero no aprendió que la rata que él era, que quiere contar, morder, poseer, controlar, sigue siendo un velo. Más allá de la rata, está su ser de muerte, al que él no ha podido renunciar porque no hubo interpretación. Detrás del horror que legítimamente puede inspirarle la imagen de la rata, él continua gozando del anonadamiento en relación con la muerte segura. Es un ejemplo de corte entre la letra y el significante que nos orienta sobre la cuestión de cómo escuchar para poder interpretar.
El último párrafo del trabajo de M. Strauss nos llevará a la cuestión del estilo: «La destitución subjetiva es diferente de sacar a la luz una identificación. Supone un cambio de plano, un cruzar el plano de la identificación. Alude a un ser que ya no es la falta en ser del sujeto del significante, sino un ser ‘singularmente fuerte’, como dice Lacan, en la medida en que no tiene que ver con la seguridad de la indeterminación significante, sino con un rasgo de su singularidad». En la cura aparecen significantes pero por el efecto de corte puede aparecer el Significante Amo que es lo más singular.
Esto nos conduce al estilo del analista y a su articulación con el deseo del analista.
Cada analista tiene un estilo, un modo singular de sostener la experiencia que se opone a una neutralidad benévola y que tiene que ver con su estructura y su síntoma. La escucha y la formulación de la interpretación son indisociables del estilo. También el tono. La experiencia cotidiana nos muestra que el tono puede sostener, contradecir, amplificar, negar el alcance de un mensaje (esto vale para las interpretaciones que no se basan en el equívoco: el tono puede ser «superyoico», vigilante, son variantes que no siempre se controlan). Una interpretación, el analista la dice de un cierto modo. Ese modo no es un ropaje, sino una verdadera manifestación que le viene a pesar suyo.
Al romper el silencio, el analista compromete también su propio deseo. Sobre el surgimiento de la interpretación se podría decir que las intervenciones que afloran, que surgen no son necesariamente l
as menos eficaces. Hay intervenciones que vienen al analista. Cuando la interpretación surge, también el analista está sorprendido al escucharla. Lo que se juega entonces es el deseo de analista, que tiene ahí un rol esencial. El estilo se convierte entonces, antes que nada, en una cuestión ética. Es una condición del acto del sujeto pero también del acto del psicoanalista. Hace presente la marca singular del analista en su manejo del significante, del equívoco, es decir, su forma singular, inédita de vincular lo real del goce con el objeto y con el Otro. El significante que viene, la interpretación, ¿no sería la marca del síntoma del analista? Cada uno avanza en el análisis de los pacientes hasta donde ha llegado él mismo. Su posición está estrechamente vinculada con su experiencia de la cura, del control, de los dispositivos, de la lectura teórica, es un recorrido único del que dependerá su estilo, datos imprescindibles en su formación. También dependerá de los analistas que ha conocido, de los encuentros en su recorrido.
La manera de interpretar está entonces ligada a todo el recorrido de cada analista y por eso la responsabilidad del analista en la transmisión es pesada. Es debido a que el analista ha superado ese punto de angustia de castración, que su deseo de analista podrá ofrecer una garantía real frente a la angustia. El deseo de analista tiende al corte del objeto y a obtener la diferencia absoluta que es el nombre lacaniano de la castración.
Un analista sabe que no hay un objeto que sea mejor que otro. Les cito a Lacan: «no hay objeto que valga más que otro- ahí está el duelo en torno al que se centra el deseo del analista»
Entonces, el estilo del analista, en su articulación con el deseo de analista, sería la manera singular de cada analista de estar ahí sin razón de ser, es decir, lo más lejos posible del objeto, dentro de la zona «lenguajera» del «no hay objeto». Es decir que hay que ir hacia el no hay objeto y precisamente el corte introduce esa idea.
Freud repetía que su técnica era sólo un instrumento que le venía bien a él, pero que cada uno podía inventar los instrumentos que le vinieran bien para su práctica, decía: «ya que todo analista debe asumir, según su estilo, a su manera, la responsabilidad de su acto». Así, ambas nociones se mezclan aunque sean distintas. Ya que, para un analista ¿no es acaso el estilo lo que se hace eco de lo más íntimo e inaccesible en el uso subjetivo de la lengua? ¿Acaso no es ese algo intraducible que para poder ser evocado necesita una invención? Lacan interpretaba con su estilo Lacan. Algunos lo definieron como el colmo del artificio, opuesto a una simplicidad clásica como la de Freud. Todos los que se le acercaron saben cómo manejaba el arte de posar, de la mímica, del tono e incluso de una cierta tonalidad discordante.
En el libro «Trabajar con Lacan» hay numerosa anécdotas sobre su estilo de interpretación a menudo desconcertante, que dependía directamente del estilo de su escucha. Pero sabía escuchar la verdad del sujeto. Cuando la oía era capaz de remitirla a su emisor inmediatamente. A un analizante que dijo que se sentía jodido, le dijo: «no se siente jodido sino que está jodido». Se dirigía directamente al sujeto del inconsciente. No se equivocaba de interlocutor. Hacía así prueba de un respeto asombroso por la singularidad de la persona dispuesta a hablar. Sabía también admirarse y echarse a reír ante la aparición de un dicho.
Por consiguiente, es en el corazón del estilo donde se encuentra, en la interpretación, el resorte del acto del psicoanalista. Esta cuestión nos lleva a la cuestión de su formación: cómo restituir la originalidad del acto, cómo transmitirla. Cuando se habla de una viñeta clínica, se trata de transmitir lo que pensamos que es un acto analítico dentro de un trabajo con el analizante y en el fondo lo que nos ha enseñado de único, de nuevo. Cada vez es único.
El pasaje al estilo propio, el que responde a la propia cosecha no es fácil porque se tiende a reproducir el estilo de su analista, del supervisor, el pasaje a un estilo propio es difícil ¿en qué momento el analista se atreve? Entre el momento en que sigue buscando una garantía del saber en el Otro encarnado por su analista, su supervisor, etc. y el momento de la adquisición de un nuevo saber que le abre el camino de su estilo, el camino es largo y se prosigue mucho tiempo después de su cura. Lacan concluye en «El psicoanálisis y su enseñanza» que: «la única formación que podemos pretender transmitir a los que nos siguen se llama: un estilo». La formación del analista reposa, por consiguiente, en esta base subjetiva necesaria pero insuficiente que escapa a toda forma de regulación: el deseo del analista y según el decir radical de Lacan, el estilo es lo único que se transmite.
Una de las acepciones de la palabra ·stylo», -«stylo» en francés significa bolígrafo, estilo es «style» en francés-, lo designa como «un punzón de hierro o de hueso uno de cuyos extremos puntiagudo servía para escribir en las tablas de cera y el otro extremo plano servía para borrar. Es el «Stylet» (estilete) que sirve para escribir ahondando en la cera, vaciando y luego borrando con el otro extremo, precisamente llenando el hueco.
Pregunta: estamos hablando de la marca que produce en el sujeto y que a partir de ahí se hace significante con el borramiento (no se escucha bien)
C. Hagué: sí, es eso.
La escritura con estilete nos recuerda la operación del lenguaje evocada antes, esta operación de vaciamiento por la que el sujeto nace de su propia falla, primer trazo, primera inscripción, primera escritura. Lacan designará como función de escritura esta función de lo real en el saber, poniendo en función la caída del objeto, el analista hace presente el vacío del objeto para el sujeto.
Una interpretación que funciona, ¿no es acaso la respuesta del analista cuando armoniza, resuena como una partitura, con el estilo del inconsciente?
En el ejemplo clínico que puse, las palabras resonaron de tal modo que el analista lo puede hacer escuchar y es como una partitura. La manera en que el analizante puede producir significantes, y el modo en que el analista puede escucharlo resonar y hacerlo resonar, es una partitura hecha por ambos. He terminado planteando la cuestión del estilo, no del lado del analista, sino del lado del inconsciente. Es una producción con un cierto estilo. El estilo de la interpretación
M. Lora: ¿se podría pensar si habría un cierto analista para un cierto paciente? ¿se podría caer en este equívoco?
C. Hagué: es cierto que a nivel imaginario se puede pensar que se puede encontrar al analista que nos conviene. Cada uno tiene su estilo pero el estilo para una interpretación es el deseo de analista, es eso lo que da una dirección, está entremezclado.
M.C. Estada: Si planteas el estilo no solamente el del analista sino también el del inconsciente. El inconsciente es el inconsciente en todo el mundo, el de todos, hay personas que tienen menos gracia para abrir el inconsciente, han de controlar más, pero cualquier inconsciente tendría un estilo. El recorrido también es único en cada persona. En la escritura, el inconsciente sale solo a menos que se controle, el dejarse llevar tiene también que ver con lo femenino, acoger lo que viene sin intentar controlarlo todo.
G. Kozameh: antes se decía que la condición femenina estaría más próxima al psicoanálisis.
C. Hagué: Es cierto es que la cuestión del estilo remite a la cuestión del género. Pero es una falsa cuestión, remite a la cuestión de si hacer un análisis con un hombre con una mujer. ¿hay diferencia o no?
Pregunta. Si el analista ha llegado a su propio estilo, va a poder recoger algo del estilo del analizante.
C. Hagué: sí, cuanto más estilo propio del analista, más dejará margen al estilo del otro, por lo que tendrá que ver también con el
estilo del analista. Tiene que ver con el deseo de analista. Un elemento no tiene que anular al otro. A lo que se apunta es al deseo del analista, pero siempre hay un componente imaginario y real del analista, del ser del analista ahí presente.
Pregunta: esa frase de Lacan de lo que se puede transmitir en la formación es el estilo, si eso es lo propio de cada uno, ¿como es que se puede transmitir el estilo?
C. Hagué: El habla a la vez del deseo de analista y de esa capacidad de abrir el inconsciente del otro por parte del analista gracias a su recorrido de formación. Él vincula el estilo con la formación.
M. Lora: Es todo lo contrario de la transmisión de un estilo imaginario que a veces produce clones en un análisis.
P. Sánchez: ¿tiene que ver con la transmisión de un real?
(Siguen intervenciones que no se escuchan bien)
L. Monleón: has hablado del estilo del analista, pero me pregunto si no tiene que ver también con la función de analista, su modo de mantener una posición, de cortar el goce, etc.
C. Hagué: Si, de escuchar, está articulado con el estilo
I. Cerdán: quizá si no ha acabado su cura no puede tener su propio estilo.
C. Hagué: Es un proceso muy largo.
Por ejemplo, la manera de pasar a alguien al diván, o cuándo parar las entrevistas preliminares. Se hace porque se piensa que es el momento, porque se escuchó algo que remite a la cuestión del deseo del sujeto, «après-coup» sabemos si acertamos o no y a veces no era el buen momento porque el paciente quiere volver al cara a cara.
M.C. Estada: ¿Que añade el estilo al deseo de analista?
C. Hagué: No lo sé. Pero pienso que es una dimensión que existe, hay maneras de llevar una cura que depende del deseo de analista, pero quizá también del estilo. Lo que me interesó es plantear la cuestión del estilo, quizá es deseo de analista.
G. Kozameh: creo que el deseo de analista es un eje al que se puede llegar desde varios lugares, con diferentes estilos.
C. Hagué: Si. Creo que es importante reconocer su propio estilo. Hay analistas que rechazan su humor, todo lo personal, pero eso es también el estilo.
R. Hernández: Cuando empezaste a hablar del estilo, algo que tenía que ver con la destitución subjetiva me rechinó. En relación con la frase de Lacan donde habla de la destitución subjetiva y que has engarzado con el estilo y el deseo de analista.
C. Hagué: Si, una frase de M. Strauss que toma de Lacan: «La destitución subjetiva es distinta de sacar a la luz una identificación. Supone un cambio de plano, un cruzar el plano de la identificación. Alude a un ser que ya no es la falta en ser del sujeto del significante, sino un ser ‘singularmente fuerte’, como dice Lacan, en la medida en que no tiene que ver con la seguridad de la indeterminación significante, sino con un rasgo de su singularidad». Frase difícil pero que señala lo que puede desprenderse del rasgo, de la singularidad. Acerca del Hombre de las ratas, estaba el significante rata y él ha podido escuchar detrás algo de la muerte segura y del anonadamiento y eso que se oye detrás tiene más que ver con la singularidad del Hombre de las ratas.
R. Hernández: pero decías que con el equivoco y el corte significante se llegaba a la cuestión de los significantes amos y me pregunto si es así.
C. Hagué: puede ser, ¿piensas que no?
R. Hernández;: Pienso que no, que en esta frase Lacan alude a algo que va más allá de la indeterminación significante, más allá de los significantes amo. Cuando Lacan habla de ir hasta el hueso de lo real, es más allá de los significantes amos, ahí donde se inscribieron los significantes amo, es la cuestión de la letra. Porque verdaderamente está ese estilo que nos lleva al equívoco, para poder rescatarlo habría que tener en cuenta este desglose entre estilo, estilete, finalmente la cuestión de la letra, de la marca, el significante y lo real. Porque tampoco es que habría una interpretación adecuada para el Hombre de las ratas, que le hubiera evitado las trincheras, eso es una locura.
C. Hagué: Es Lacan quien lo dijo
R. Hernández: es una lectura de lo que dijo Lacan
C. Hagué: Lacan dice que hubiera podido evitar la muerte
M.C. Estada: estoy de acuerdo con Roque en que a veces se mitifica el psicoanálisis. Lacan juega con significantes en francés, habría que escuchar en alemán.
F. Irañeta: Lo de la trinchera es muy arriesgado pero creo que Lacan apunta a una posición de tendencia a la muerte en el Hombre de las ratas y a que no nos quedemos en la identificación, que se puede ir más allá
A. García: también se ve en el padre del Hombre de las ratas como hay falla del deseo, y hay una transmisión fallida del deseo.
F. Irañeta: Hay una renuncia, el padre del Hombre de las ratas cede ante el deseo.
R. Hernández: Igual que en el inconsciente no está escrito la cuestión de la muerte y del sexo, está la posibilidad para el obsesivo de que la muerte empiece a contar, la escucha del analista puede permitir ahí, que esta «mort -sûre», que algo de la muerte se enganche a algo simbólico.
C. Hagué: una manera de atrapar lo real por la interpretación.
R. Hernández: está en una cuestión mortífera pero no quiere saber nada de la muerte.