'Sea dicho al pasar'. Serge Granier
“Sea dicho al pasar…”: esta expresión idiomática que fue propuesta recientemente por nuestro colega Thierry Guichard, como título para un coloquio que tuvo lugar en Lyon em septiembre de 2013, estuvo muy bien elegida.
Evoca perfectamente el filo del psicoanálisis. Todo está ahí. El énfasis está puesto sobre lo que se va a poder decir a lo largo del discurso. Lo importante no es siempre lo que queríamos decir sino lo que va a decirse sin saberlo, este “no sé qué”, este algo no esencial en apariencia. Esta también ahí lo que resulta de la primera invención: la regla fundamental inventada por Freud, que instaura el dispositivo de la cura y orienta el discurso psicoanalítico: dejarse llevar a decir lo que se nos ocurre. Lacan situaba el discurso del analizante como cualquier cosa: digan cualquier cosa, o aún mejor: digan tonterías.
Está ahí lo que hay que decir en un análisis, en este modo muy particular de búsqueda de la verdad, verdad que no se entrega a la primera, que no se puede aprehender frontalmente. Y esto tiene que ver con la estructura del objeto de deseo, del objeto a: que es vacío, agujero, caída, significación incompleta, fragmento de pensamiento; es lo que cayó con la constitución del sujeto. El sujeto del inconsciente se construyó a partir de una pérdida, de una falta fundamental; fue necesario que eso se produjera para su estructuración. Entonces, estamos marcados inicialmente por esta incompletud, y nuestro discurso lo padece. Es lo que Lacan aplicaba a su propio discurso en la sesión del 15/12/1965 del seminario sobre el objeto en psicoanálisis, pasaje donde usaba esta fórmula:
“Sea dicho al pasar, si mi discurso se desarrolla con paréntesis, con suspenso y su clausura, luego retomándose, a menudo, de forma incómoda reconozca ahí una vez más la estructura de la escritura”. Se podría también decir que se trata de la estructura del lenguaje. Es imposible de decir y es porque este imposible persiste en quedarse siempre en el mismo lugar por lo que seguimos hablando e intentamos siempre buscar a través del lenguaje y en el lenguaje huellas de verdad. Hablamos porque la verdad no puede decirse toda.
La noción de agujero es central en las elaboraciones lacanianas y la usa a dos niveles principales:
Por un lado, existe este agujero en el discurso, en lo simbólico, que representa el objeto a, y a la inversa, el significante es presentado como haciendo agujero en lo real. Habría al principio una especie de plenitud por el lado de lo Real, una coherencia, una unidad que estaría quebrantada por la emergencia del significante. Paralelamente, lo simbólico está mermado por la persistencia de un real.
Esta doble incompletud es lo que caracteriza el acceso a la palabra y al lenguaje en la clínica psicoanalítica.
Al recibir este título: “Sea dicho al pasar” pensé inmediatamente en Vladimir Jankélévitich, filósofo francés, y en este otro título “el-no-sé-qué y el-casi-nada”. Era sorprendente dedicar una gran obra de casi 500 páginas a nociones tan vagas e imprecisas. Había en esto la irrupción de algo radicalmente nuevo en el discurso filosófico que se encontró desde ese momento bastante impregnado de incertidumbre.
Lo que produjo una filosofía muy particular, que no puede formar escuela, porque no construye un sistema cerrado de explicación del mundo. Se basa completamente en una reflexión sobre el devenir, sobre lo que puede surgir de impredecible, sorprendiendo en el acto, en equilibrio sobre la punta fina del instante, al pasar…… Se trata de intentar rodear el instante del acto, sabiendo al mismo tiempo que este intento es del orden de lo imposible. Es este instante evanescente, inaprensible, del yo-no-sé-qué y del casi-nada que forma la propia estructura del acto. Emergencia de lo imprevisible, de lo inesperado, a lo largo del discurso, énfasis puesto en lo imposible. Podemos hacer el paralelo con nuestras elaboraciones psicoanalíticas.
Eran dos pensadores contemporáneos, de la misma generación… Siguieron cada uno su camino, paralelamente, uno renovando la teoría psicoanalítica, el otro impartiendo una enseñanza universitaria atípica, un enfoque de la filosofía que no podía ser sistema. De hecho, Jankélévitch no fomentó ninguna escuela filosófica, era incompatible. Lo que me lleva a hacer esta aproximación a la cual ninguno de los dos se arriesgó, es una cierta relación con la verdad. De igual forma que para Lacan, a partir de Freud, la verdad no puede hacer totalidad, ni decirse toda, siempre tiene un lado oculto, para Jankélévitch también existe esta vertiente de lo desconocido y del malentendido, y es lo que promueve, está en el centro de su pensamiento: « la luz tímida y fugitiva, el instante-relámpago, el silencio, los signos evasivos- es bajo esta forma que eligen darse a conocer las cosas más importantes en la vida. No es fácil sorprender el resplandor luz infinitamente dudoso, ni tampoco comprender su sentido. Este resplandor es la luz intermitente de la entrevisión en la cual lo desconocido de repente se reconoce».
Existe en Jankélévitch una promoción de la «docta ignorancia», distingue el inconocimiento (simplemente lo que uno no sabe, que nunca ha sabido) del desconocimiento, que es una forma de hablar de este saber ignorado que evocaba Lacan en la misma época: lo reprimido, lo que no queremos saber demasiado.
Teoría del lenguaje:Y el desconocimiento está favorecido por la naturaleza anfibólica del lenguaje. «El lenguaje, en efecto, no es un instrumento simple y unívoco que usaríamos para comunicar directamente… Las palabras son el órgano-obstáculo del sentido. Este instrumento es también un impedimento, y expresa el sentido sólo con la condición de desviarlo, más o menos y a veces hasta, tal una pantalla, para interceptarlo. El pasaje del sentido es entonces un pasaje indirecto, oblicuo y a veces torcido… la expresión atenúa, disimula, dice lo contrario, u otra cosa… esconde pudorosamente lo que revela, o exhibe lo que sustrae. Como el oráculo de Delfos, según Heráclito, ni no dice ni no oculta, pero hace sisgno… »
Teoría del acto: En esto también se puede ver una proximidad con lo que frecuentamos del enfoque lacaniano del acto. Para Jankélévitch, este acto se sostiene en un devenir, que sorprende ‘in-fraganti’, lo que está cercano al efecto del inconsciente, el acto fallido o el lapsus. Es un acto instantáneo que únicamente es pertinente ubicándose en esta dimensión de fugitividad, un acto que solo se produce subrepticiamente, «al pasar…». Y precisamente, es su evanescencia y su imprevisión aquello que lo califica como acto.
Hay en Jankélévitch, en lo vivo de su pensamiento, todo un elogio de lo fortuito, de lo impredecible, que hace inevitablemente pensar en lo que se podía elaborar paralelamente por el lado del psicoanálisis, y de la invención por Freud de este dispositivo de la cura, que apuntaba a tratar de acotar lo mejor posible lo equivoco como la expresión de un saber inconsciente, a ser localizado como efecto de verdad que únicamente se produce subrepticiamente.
Precisemos, respecto a Jankélévitch, que al mismo tiempo que decía que no tenía vocación, que todo se produjo de forma fortuita, por casualidad, él cree deber su orientación intelectual a su padre. Él precisa: hace todo lo que su padre, médico, hubiese querido hacer, está en el deseo de su padre, deseo de hacer filosofía. Ahora bien, su padre traducía a los filósofos. Precisa también que no conoce nada de psicoanálisis, mientras su padre, Samuel Jankélévitch, fue uno de los primeros traductores de Freud en lengua francesa.
¿Será a partir de esta referencia que construyó su filosofía, que podría calificarse como una filosofía de la enunciación?
Traduc
ción: C. Reyes