No hay inconsciente contemporáneo: «Lo inconsciente es la política» Robert Lévy

Quizá sea el momento de preguntarnos cuáles son los efectos de esa manera de acoger el inconsciente llamada escucha, ya que ésta tiene efectos más allá del diván. En otros términos, el inconsciente, por muy ligados que estemos a él, ¿tiene alguna virtud política? La cuestión sería saber si nuestra posición de analistas, nuestras instituciones analíticas se podrían pensar o considerar como algo que produce efectos políticos.

La temporalidad o, más exactamente, la inactualidad del inconsciente, Freud la presenta así: « El recuerdo, incluso no abreaccionado, se integra en el gran complejo de las asociaciones, toma ahí un lugar junto a otros incidentes que pueden incluso estar en contradicción con él, y se encuentra corregido por otras representaciones ».

Freud nos indica entonces que cualquiera que sea la operación que se efectúe sobre la memoria, el recuerdo permanece ahí en tanto que es la lalengua quien lo porta. Es decir que no vale la pena ir a buscar el recuerdo, ya que está presente ahí donde eso habla y en lo que se habla. Sin embargo, una filosofía difusa que explicara las enormes barreras que se han levantado frente a los intentos de aclimatar en Francia las terapias cognitivo-conductuales, no sería apropiada, ya que hoy en día las neurociencias o la psiquiatría biológica intentan hacernos comprender que [añadir: la búsqueda del] el recuerdo ha durado demasiado y que no hay ninguna necesidad de atribuirle lugar ninguno en la dinámica del sujeto, al ser más inconveniente que ventaja frente a una opción terapéutica.

Pero en lugar de que los beneficios y defectos de estas aproximaciones sean evaluados de modo diferenciado y pragmático, sirven para lanzar un asalto contra los derechos de la subjetividad y los valores humanistas de la Ilustración, reduciendo al hombre a tener un comportamiento animal o a ser una máquina neuronal. El psicoanálisis, al contrario, ha sido presentado como la última barrera contra el materialismo y el «cientificismo» anglosajones.

El psicoanálisis escapa a cualquier evaluación objetiva de sus resultados, pues una tal cuantificación «reduce siempre al alma a ser una cosa». Pero el Psicoanálisis y su razón de ser en tanto que inconsciente, serán los perdedores frente a esas puñaladas, si no puede transmitir por un lado lo que es su especificidad, pero también lo que podría llamarse el resorte de su acto político.
En efecto, es porque «el inconsciente es la política», —como afirmaba Lacan el 10 de mayo de 1967 en su seminario sobre «La lógica del fantasma» (inédito)— por lo que podemos preguntarnos sobre lo que permite aún hoy al psicoanálisis preservarse desde el punto de vista del sujeto.
Creo que hay suficientes razones para considerar esta forma de considerar al sujeto, como un verdadero acto político.

Más allá de esta cuestión, es imperativo preguntarnos si nuestras instituciones psicoanalíticas en su modo de funcionamiento tendrían también alguna virtud política o, incluso, algún efecto sobre el lazo social.
En lo que concierne al sujeto, hay que diferenciar por una parte su responsabilidad en el sentido del inconsciente y, por otra, la que asume en el sentido ontológico, es decir, en tanto que habría una elección filosófica sobre su entorno.
Son dos concepciones del sujeto por completo diferentes, y puede plantearse la pregunta por la responsabilidad, sabiendo que una y otra no son la misma concepción.
Desde luego, las asociaciones psicoanalíticas no escapan a esta diferenciación y conjugan forzosamente estas dos ocurrencias, ya que por un lado tienen el conflicto de que les sea necesario no fundarse contra el inconsciente y, por otro, a la fuerza tienen que confrontarse con los ‘algunos otros’ del socius o de la polis, al ser organizaciones del tipo de la ley de 1901.

En otros términos, esto nos lleva a cuestionar la dicotomía entre la irreductible singularidad del acto del sujeto del inconsciente, y los ‘algunos otros’ de la organización social, ya sea de tipo democrático o de otro tipo.

Dicha dicotomía, entraña una tensión que no se trata de resolver, a riesgo de precipitar al psicoanálisis o bien del lado exclusivamente democrático —si se suprime la irreductible singularidad del acto—, o bien del lado de la individualidad si se suprime la relación con el ‘algunos otros’. Yo diría que lo que funda la posibilidad de que se produzca algo analítico en una institución, es la tensión que mencionamos.
Nuestra asociación, Análisis Freudiano, está fundada sobre la idea de que « si la institución existe, no puede ser otra que la cura misma », lo que implica forzosamente un cierto tipo a la vez de responsabilidad del acto del sujeto del inconsciente uno por uno, y una responsabilidad igualmente compartida en cuanto a la concepción de la institución: ‘no sin el inconsciente’.
Les recuerdo que nuestra Asociación se fundó muy especialmente sobre esta apuesta de fundar uno por uno, al mismo tiempo que con algunos otros, en un «nosotros» que fundamos «uno por uno».
Me parece que en el après-coup de esta fundación y con el trabajo que hemos producido sobre ello desde hace ya algo más de veinte años, mantenemos presente la idea de que lo que es importante para el psicoanálisis es esta tensión entre lo que tiene que ver con el ‘uno por uno’ en su acto irreductible, y lo que tiene que ver con el ‘algunos otros’.

Esta concepción del acto ha traído como consecuencia la necesidad de apoyarse sobre un trípode constituyente, una forma de cuestionamiento permanente del deseo de analista que no hay que confundir tampoco con el deseo en el sentido del deseo de cada uno en conflicto con sus pulsiones y la dimensión voluntaria que emana de ello.
Deseo ciego, pues, en el sentido freudiano, marcado por el carácter de la fatalidad griega.
Queda por determinar en qué y de qué sería responsable el sujeto del inconsciente, idea que, como sabemos, Lacan mantuvo contra viento y marea a lo largo de su enseñanza.
Este sujeto, dependiente de las leyes del lenguaje, compete, en la responsabilidad que le incumbe, a otra ética. Ética cuya consecuencia directa es que el sujeto del inconsciente no consiste en ofrecerse al Otro como objeto sacrificial —lo que el sujeto ontológico realiza muy a menudo—; no se ofrece tampoco como ideal, sino que debe responder —y ahí está sin duda su responsabilidad hacia el Inconsciente— de los efectos de significante, incluso responder de la estructura.
Así, el deseo de analista y el sujeto del inconsciente nos llevan a concebir una ética y, en consecuencia, una responsabilidad que no puede fundarse sobre un ideal cualquiera, aunque fuera un supuesto ideal psicoanalítico.

La primera consecuencia de esta concepción es la de la teoría o teorías de la transferencia y del fin de la cura, sobre las que se fundan en general, y a su pesar, las instituciones psicoanalíticas. Es también una cuestión política ya que, ¿qué tipo de lazo social podría producir el amor de transferencia?
En efecto, la servidumbre voluntaria es a menudo el modelo que, implícitamente, se presenta como ideal institucional. El maestro-amo y su discurso, nunca están lejos y sirven al mismo tiempo a la causa del ideal y a la del esclavo.
Por otro lado, una concepción estrictamente igualitaria entre todos, entraña una dinámica que desde luego es fraterna, pero cuya consecuencia son los celos. La frerocidad (unión de las palabras hermano y feroz) de los iguales no puede sino provocar rabia y reinar como amo.
¿Sería posible otra posición de lazo social entre analistas?
En Análisis Freudiano hemos apostado por ello, al retirar cualquier nominación a la salida del dispositivo del pase, e invitando a los miembros a trabajar en dispositivos clínicos, los cuales no presentan ningún tipo de jerarquía, cualquiera que sea, lo que
se encuentra también en la lógica que consiste en que no haya más que una categoría de miembros…

Quizá esté de actualidad la transferencia de trabajo, en cuanto que incluye un cierto tipo de lazo social entre analistas y quizá también más allá… Sin embargo no estaría bien que ese lazo se reduzca al estricto desplazamiento de la transferencia sobre el analista a la transferencia sobre la teoría.
Este posicionamiento de Análisis Freudiano, en una ética más ligada al sujeto del inconsciente que al sujeto ontológico, ¿tiene efectos en el campo social? Para responder, no podemos apoyarnos ni en la sociología ni en la historia, sino que tendremos que tomar en consideración algunos puntos críticos y cruciales de los análisis de cada uno, y no podemos tampoco pensar las cosas como si no hubiera cambiado nada desde que Freud escribió su ‘Malestar en la Cultura’.
La cuestión sería pues la siguiente: «¿en qué la concepción y el funcionamiento institucional de una asociación psicoanalítica tienen consecuencias políticas?». ¿Podemos a partir de las diferentes bases sobre las que se ha fundado nuestra Asociación, concebir una política del psicoanálisis frente a la cura y frente a lo político?

En lo que concierne a la cura, podemos decir que con este aforismo fundador: «la institución, si existe, no es otra que la cura misma», la institución no puede ser sino aquello que resulte de una cura. Institución que sólo tiene una categoría de miembros, ya que hay que asumir las consecuencias del hecho de que no haya en juego ninguna nominación en el dispositivo del pase.
Es un principio al que tenemos que añadir que si el analista no se autoriza sino por sí mismo y por algunos otros, por extensión, no se puede ya escapar al hecho de que la institución sólo se autoriza por sí misma y por algunas otras, a saber, las que se encuentran en el Interasociativo Europeo de Psicoanálisis y en la Convergencia, movimiento para el psicoanálisis freudiano y lacaniano. Sin olvidar, desde luego, al Lacanoamericano.
Esta afirmación nos indica que la intensión y la extensión son las dos caras de una misma banda de Moebius sobre la que circula de manera continua lo instituyente y lo instituido. ¿Cómo podría considerarse de otro modo este aforismo fundador: «la institución si existe no es otra que la cura misma»?

El lazo social entre analistas que resulta de ello, es promovido por la dimensión de la falta en ser y no por la promesa de goce de una nominación al fin obtenida. Es una posición de lazo social poco confortable ya que, en el fondo, nunca se adquiere nada si no es en lo efímero de la emergencia del deseo de analista; deseo que hay que renovar sin cesar en cada cura, pero que hay que escuchar igualmente en los diferentes momentos institucionales que fundan la institución, empezando por la cura, claro…

Cada miembro de esta asociación para el psicoanálisis, sólo puede apoyarse entonces en su propia palabra que puede emerger en diversos momentos de los dispositivos utilizados para ello, incluso en los seminarios, grupos de lectura o en cualquier otro momento en que «algunos otros» puedan escuchar y reconocer, en ese momento, que se está produciendo ahí una emergencia del deseo de analista. Creo que si nuestro Protocolo Institucional tiene una función, es la de recoger estos elementos ahí donde se producen, sin exclusión y, sobre todo, sin que resulte del dispositivo ninguna jerarquía. Porque en ese caso, supondría de nuevo promover un ideal en la institución del que se desprendería un reconocimiento que, incluso si es imaginario, tendría consecuencias indeseables.

¿Podría exportarse a lo social este tipo de lazo? Me parece que la respuesta es que sí, pero un sí que supone una auténtica laicidad. Entendemos por laicidad la que confiere una cura llevada a su término, es decir, una cura que asegurara al sujeto en su des-subjetivación, en el librarse de cualquier creencia, incluso de su creencia en el psicoanálisis. Lo que no es lo mismo que desechar el psicoanálisis… Quiere decir que si la creencia al final de una cura, se desplaza únicamente sobre el psicoanálisis como tal, entonces éste no está terminado ya que entonces habrá ocupado una posición de ideal y, en consecuencia, no habremos ganado gran cosa.

He aquí una concepción bien radical y sin embargo no hay otra salida posible a lo que se llama «política del Psicoanálisis», si no es situarse sin cesar en el lugar de un «decir que no» a cualquier tentativa de instaurar nuevas creencias, es decir, lo que Freud llama las nuevas Weltanschauung, nuevas concepciones del mundo. Y ¿qué es una creencia sino una forma de concepción ideal del mundo…?

Vemos que este siglo veintiuno se embarca deliberadamente en el retorno de un cierto número de Weltanschauung y, en particular, de lo religioso y de los comunitarismos. Quizá sea sobre esas manifestaciones sobre las que el psicoanálisis puede tener aun ciertos efectos políticos, ya que es el único que puede dar cuenta de lo real de modo distinto que por una creencia en la divinidad. De ese modo, hemos respondido por adelantado a la pregunta sobre el análisis profano (laico), ya que no hay más laicidad que la que podemos admitir en un análisis llevado a su término. En consecuencia, la cuestión del analista laico, o profano, no puede ser reducida a la de saber si el psicoanalista es médico, psicólogo u otra cosa, ya que la verdadera cuestión es más bien qué laicidad ha podido adquirir en su propio análisis, única garantía para que su deseo de analista no sea un deseo como cualquier otro, en el sentido de la pulsión, sino una función…

El asunto es complicado pues no debemos «pasar el Rubicón», es decir, que no podemos tener una Weltanschauung, una concepción del mundo en tanto analistas. Sin embargo podemos tener una concepción del sujeto del inconsciente, la que acabamos de desarrollar, que nos lleva a sostener, por ejemplo, que debemos desembarazarnos del DSM que es una máquina que no hace sino erradicar al sujeto del inconsciente en su manera de no considerar al individuo sino a través de sus conductas.
Para terminar, querría decir que nuestra práctica del inconsciente no puede sino comprometernos a transmitir en qué el acto analítico es siempre político, o bien será el psicoanálisis como tal el que desaparecerá; no porque sea erradicado desde fuera, sino porque habrá sucumbido a las resistencias de los psicoanalistas mismos con respecto a él.

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