Hacerse escuchar es pagar una deuda. María Cruz Estada
Jornadas de Clínica-Barcelona Noviembre 2013
Vivimos tiempos en que pareciera que se piensa que el ser humano todo lo merece. Que por el hecho de haber nacido tiene todos los derechos. Pero sin contrapartida, sin obligaciones, sin cortapisas y sin pagar nada a cambio. Hay entonces una enorme distancia entre aquel empleado de una empresa del siglo XX que hacía residir su dignidad en trabajar toda su vida para el mismo empresario, al que servía con devoción y como si le debiera todo teniendo que pagarle con su vida, y el joven de hoy que parece no tener ninguna deuda. El neurótico, como sabemos, al contrario, parece estar pagando siempre y muy caro con una vida pobre y desgraciada. ¿De qué deuda se trata entonces? ¿Cómo considera el psicoanálisis el tema de la deuda? Intentaremos responder de algún modo a estas preguntas, utilizando cuatro pequeñas viñetas clínicas.
La primera tomará como eje el tema del dinero en análisis porque el dinero es last but not least, un significante que se presta muy bien a hablar de deudas aunque, como bien sabemos, no es el único. Y es que últimamente en supervisión escuchamos a los jóvenes analistas decir que temen cobrar las sesiones a las que faltó el analizante por si éste decide entonces abandonar el tratamiento. Nosotros no queremos tampoco que se vayan los analizantes antes de que su tratamiento concluya, pero lo que aquí se juega es una cuestión ética que nos obliga a ciertas consideraciones.
Cuando iniciamos nuestra formación como analistas, las instrucciones que se nos daban eran claras: al inicio del tratamiento, en el momento de comunicar al analizante la regla fundamental de la asociación libre, se le tenía que decir también que, una vez pactado el horario y frecuencia de las sesiones, aquéllas a las que faltara el analizante tenían que ser pagadas. Y así lo hicimos durante años como otros analistas lo siguen haciendo. Pero poco a poco empezamos a darnos cuenta de que si sostenemos como eje de la cura el deseo de analista, si repetimos hasta la saciedad que no tenemos una nueva o una mejor Weltanshauung que proponer a nuestros analizantes y, en resumen, si no intentamos llevarlos hacia una ética de los bienes, esto se contradice con el hecho de tener que recordarles que tendrán que responsabilizarse de las sesiones a las que no hayan asistido por causa de ellos, como si los tuviéramos que educar, o como si diéramos por hecho que no van a responsabilizarse, y tuvieran que hacerlo porque nosotros se lo pedimos. Y como algo nos chirriaba en esta norma tácita, decidimos hacerlo de otro modo. Veamos.
1) En la primera viñeta se trata de una deuda imaginaria. Sergio aplaza dos veces su sesión por el nacimiento de un hijo y al final no acude a ella. Cuando a la siguiente sesión no hace intención de pagar aquella a la que no vino, le preguntamos dónde está el pago por aquella sesión; él responde que no le habíamos dicho nada de que tuviera que pagar si no venía y que tenía un motivo justificado. Le decimos que personalmente entendemos por qué no vino y que no le dijimos nada porque dábamos por hecho que es un adulto que entiende que era una responsabilidad suya. Discute entonces el que no le hayamos dicho nada sobre ello al iniciar el tratamiento y añade algo que ya nos han dicho varios analizantes, siempre hombres y con ciertos visos obsesivos: «Además, siempre he sido un buen paciente» (desconocemos si se lo dicen también a los hombres analistas, o nos lo dedican sólo a las analistas mujeres). Le decimos que si enunciáramos al inicio del tratamiento la obligación de pagar, él tendría que hacerlo porque es una norma; eso sería obedecer y ser bueno, pero que eso como analista no nos interesaba, porque de ese modo no se puede aprovechar todas las posibilidades que da la situación, como el poder trabajar el porqué alguien querría escaquearse en lugar de hacerse cargo de las consecuencias de lo que decide, es decir, del precio que hay que pagar por los deseos. Le dijimos que se tomara su tiempo para pensarlo y que lo iríamos trabajando porque, quizá, esta combinación de dinero y amor le haría pensar algo. Nos referimos al amor por dos razones: porque él faltó a la sesión dos veces aplazada por amor a su esposa e hijo, pero también porque nos reclama que respondamos con amor permitiéndole no pagar, al ser él un buen analizante (cosa que también es supuestamente por amor a nosotros), y porque nos ponemos en su lugar.
Finalmente se tomó un par de meses en los que no pagó esa sesión, en los cuales apareció un material muy interesante. De joven, Sergio llevaba mal la carrera. Sus padres tenían una empresa que daba mucho dinero y un día decidieron que querían más dinero, por lo que abrieron una rama nueva del negocio rozando la ilegalidad cuando no zambulléndose hasta el fondo en ella (hasta el Papa dijo el otro día que se empieza por coger un sobre… y se hace uno adicto, y es que el goce es adictivo). Por supuesto, los padres justificaron su avaricia por el bien de los hijos. La madre emplea en la nueva rama del negocio a Sergio, quien así se gana un dinerito y, de paso, la actividad queda en la familia, aunque él se lo cuenta a alguien que pertenecía a otro tótem: su novia.
El problema es que ocuparse del negocio de sus padres (con una tarea por completo auxiliar), hace que no pueda ocuparse de sus estudios, por lo que empieza a retrasarse en la carrera, tema que supuestamente era fundamental para sus padres (doble discurso entonces de éstos). Tiempo después, Sergio deja a la novia, y ésta, para vengarse, denuncia a los padres de Sergio, por lo que el padre acaba en la cárcel. Dice que cuando le pregunté si asociaba algo en esta amalgama de dinero y amor, lo que asoció fue precisamente que sus padres no se hicieron cargo de las consecuencias de su decisión de ocuparse de algo ilegal y acusaron del encarcelamiento del padre a Sergio, por faltar a la omertá. Él pagará desde entonces su deuda con el padre en lo imaginario no pudiendo terminar aún su carrera, por culpa de unas jaquecas terribles que no le dejan estudiar y que son las que lo trajeron al análisis. Bonito anzuelo transferencial entonces el que me lanzó no queriendo pagar aquella sesión. Siempre hay un anzuelo en la repetición neurótica de nuestros analizantes, del que tenemos que cuidarnos y del que sólo los analistas lo hacemos, no el resto de terapeutas.
Fijémonos en algo que dice Lacan; dice que los profesionales liberales no tienen ni idea del tema del dinero, y luego dice algo extraño que no sé si entiendo. Le cito: “Pienso que es totalmente imposible decir algo acerca de la función del dinero, sin preguntarse masivamente en principio, si el dinero está en el lugar mismo del analista, si es identificable con ese objeto ‘a’ y si el discurso del analista está especificado por ese lugar, arriba y a la izquierda que ocupa el analista”.
Pablo Peusner comenta que, efectivamente, si se tratara del discurso capitalista, el lugar del agente estaría ocupado por el significante amo, S1. Pero desde el momento en que Lacan se pregunta si podría ser el dinero ese objeto ‘a’ que aparece como agente en el discurso del analista, se inaugura una lógica distinta que se podría llamar anticapitalista. Cito a Peusner: «El paciente no es un cliente al que debe satisfacerse, puesto que –como suele decirse (…)– [el cliente] siempre tiene razón. En el caso del analizante, esa lógica no puede aplicarse».
Freud decía que en la relación con el dinero “coparticipan poderosos factores sexuales”1, o que el dinero es de naturaleza libidinal y no racional2. Pero esa deuda con la que se llenan la boca todos los analistas, ¿con quién se contrae? ¿Es con el padre, como creen inconscientemente Sergio y muchos analistas? ¿Con la madre que nos parió, como creen algunas madres? ¿Con la tierra o la naturaleza, como nos dicen los ecologistas? ¿Con las generaciones anteriores, como sostenían Dolto y Antígo
na? ¿O son todas éstas versiones imaginarias de la deuda?
2) Veamos ahora otra modalidad: no hay deuda. Pedro tiene doce años y su vida es desastrosa: no sólo suspende, sino que sus compañeros no le quieren, se burlan de él y los profesores están hartos porque se pasa la vida en el despacho del director acusando a compañeros y profesores por conductas indebidas. En su cole está prohibido jugar con balones duros, así que él está en el recreo con un balón blando jugando solo. Ve a unos mayores jugando con un balón duro. Se dirige a los profes que cuidaban el recreo y se lo comenta. No le hacen caso. Va a su taquilla, coge un balón duro —que indudablemente tenía ahí «por si acaso»— y vuelve al recreo a jugar. Cuando los profes le dicen que no puede hacerlo y le recuerdan las reglas, él dice que los mayores lo estaban haciendo y ellos, los profes, se habían saltado la ley a la torera. Pedro quiere hacer su ley y no pagar deudas, pero aduciendo que la responsabilidad es del otro. Claro que, como él dice, lo mismo hacen sus padres cuando no se acuerdan de los castigos que le han puesto y él les lía diciendo que ya se lo habían levantado. Y es que miente todo el tiempo, dice de la mentira «me sale sola». El problema es que siempre acaba mal: castigado, insultado, pegado, excluido de los planes de sus compañeros, de sus fiestas, sin amigos… Pareciera que el piensa que no hay deuda para él, pero eso hace que el pago por ésta sea terrible, altísimo y también en lo imaginario.
Un día, a propósito de algo que él había comentado, le dijimos: «Parece que buscas un punto de debilidad en la autoridad y te cuelas por ahí para hacer lo que quieres, pero quizá tendrías que considerar dos cosas; una es que todo el mundo tiene fallos, también la autoridad, lo que no la hace menos autoridad. La otra es que tendríamos que saber qué sacas tú de esa posición de víctima ya que lo haces todo para estar ahí» (era una alusión al tercer tiempo de la pulsión: te haces victimizar, es decir, hay un deseo tuyo en eso). Como respuesta hace una asociación curiosa: «Un día iba en coche con mi padre y paramos en un semáforo donde había un señor sin brazos pidiendo limosna. Me agobié mucho y se lo señalé a mi padre. Él entonces me dijo: ‘Sí, no tiene brazos pero trabaja’ «. Le dijimos que claro, que todos estamos sometidos a las mismas normas y por eso también su padre, aun trabajando, sigue estudiando para mejorar. Sabemos que la escena tiene varias lecturas, pero esa fue la que decidimos hacer en ese momento.
En torno a esto se empieza a producir una primera inflexión y a partir de ahí Pedro empieza a mejorar. Ahora está muy preocupado por el fallo europeo contra la Doctrina Parot3 y dijo que iba a ir el domingo con su familia a la manifestación «de las víctimas» porque, como él dice: «¿cómo puede ser que alguien pague lo mismo si comete un crimen que si comete veinticuatro?». Se podría pensar: caramba, Pedro está de acuerdo con que los castigos se cumplan y las deudas se paguen, luego está mejor. Ya, pero lo cierto es que la Doctrina Parot era incompatible con el principio básico de un Estado de Derecho, que es el sometimiento del poder a la ley como garantía de los derechos de la ciudadanía. Buen ejemplo de ese doble discurso en el que Pedro vivía sumergido. Pero decidimos callar porque esto seguramente él no lo sabe y no tiene a nadie para ayudarle a afinar un poco; los padres que le han contagiado este enfado y le van a llevar a la manifestación, sí.
3) El título de este trabajo ¿no es un poco extraño? Mezcla el tercer tiempo de la pulsión invocante, ese tiempo que supone ya la subjetividad, con el pago de una deuda. Pero es que es una evidencia que se nos impuso al escuchar a un analizante. Fernando se había quejado siempre de que ni bien empezaba a contar algo a sus padres, a los que veía sólo de Pascuas a Ramos por vivir en ciudades alejadas entre sí, ellos se ponían a hablar sobre cosas que ocurrían en el barrio y no le escuchaban. Por otro lado, si le tenían que decir algo, se lo decían a su hermano mayor para que se lo dijese a él.
Ahora es él quien no habla, por eso sus padres no saben que vive desde hace algunos años con una chica que no les gustaría por encarnar ciertas modernidades algo excesivas para sus clásicos padres. Fernando dice no querer casarse ni tener hijos. Recordemos cómo inicia Lacan su trabajo sobre la significación del falo4:
«Es sabido que el complejo de castración inconsciente tiene una función de nudo.
1) en la estructuración dinámica de los síntomas en el sentido analítico del término, queremos decir de lo que es analizable en las neurosis, las perversiones y las psicosis;
2) en una regulación del desarrollo que da su ratio a este primer papel: a saber la instalación en el sujeto de una posición inconsciente sin la cual no podría identificarse con el tipo ideal de su sexo, ni siquiera responder sin graves vicisitudes a las necesidades de su partenaire en la relación sexual, e incluso acoger con justeza las del niño que es procreado en ellas».
¿Quiere decir esto que Lacan diría a este analizante que les tenía que decir a sus padres que tenía novia, que se tenía que casar y tener hijos? No, porque no es una cuestión moral de lo que se trata en el psicoanálisis, y los analistas no perseguimos ningún ideal. Se trata de que si alguien se hace escuchar, se hace desear, acoge al hijo generado en las relaciones… après-coup podemos decir que ha atravesado la castración. Es una cuestión lógica, no moral. Y en el caso de Fernando, quiere decir que algo le pasa que tiene que pagar su deuda de un modo terrible, igual que los analizantes de las viñetas precedentes.
Unos meses después del comienzo del análisis, Fernando llama a su madre y le dice que está viviendo en pareja con una mujer de tal manera. La madre no dice nada en esa conversación, pero a los pocos días le llama y le dice textualmente esto: «He estado en el Centro de Salud y los médicos me han sacado una ‘mijina’ del corazón». Dicha frase la escuchamos primero metonímicamente como que en una operación le habían tenido que quitar un pedacito del corazón a la madre del analizante, pero luego nos damos cuenta de que la traducción exacta es: «Han sacado los médicos en conclusión que tengo un pequeño problema de corazón». Evidentemente no podemos por menos que acordarnos que hacía sólo unos días, Fernando le había comunicado a su madre que había elegido una mujer para vivir su vida de hombre, y nos parece que la frase de la madre, en su equívoco significante, parecía constituir como una respuesta a la noticia de su hijo.
Como Fernando parecía impresionado, le preguntamos por la frase, y dijo que esa es la manera de hablar de la madre, que así es como hablaban ellos. Fue imposible ir más allá y decidimos no insistir, sólo repite que en el pueblo hablan así. No podemos por menos que acordarnos de la libra de carne que Antonio, el personaje de «El mercader de Venecia», tenía que irse arrancando de una zona lo más próxima posible al corazón para pagar una deuda. Nos hacía recordar también una canción que se hizo popular en los años cincuenta: «Cachito, cachito, cachito mío, pedazo de cielo que Dios me dio» (que más vale tomarse con viento a favor y metafóricamente).
En ese tiempo, y animada por haber salido a la luz, la pareja del analizante le dice que quiere tener un hijo suyo. Es un momento muy fuerte en que Fernando tenía que echar mano de todas las herramientas simbólicas de que fuera capaz. Y aunque las tiene —no es psicótico—, le hacen un poco aguas en algunos temas.
Pensamos que el hecho de sustraerse al corazón de su madre por el hecho de emparejarse, y ante la perspectiva de la paternidad, el analizante hizo una enfermedad en la que tuvieron que sustraerle un pedacito de su cuerpo. Fue durante la enfermedad cuando pudo empezar a elaborar algo de todo esto.
La fragilidad que se promueve en los seres hu
manos ante hechos fundamentales de la vida, es lo que hace que tengamos extremo cuidado a la hora de abordar con los analizantes temas como es en este caso el de la paternidad, o en otros el del inicio de las relaciones sexuales, o las separaciones de pareja. Un analista no es alguien que haya de mantener frente a sus analizantes ideales de vida y, por lo tanto, no habría de empujarlos ni hacia la vida en pareja, ni hacia las relaciones sexuales, ni hacia la paternidad o maternidad, ni hacia el dinero… pero hay algo en el dispositivo mismo, en las preguntas de los analistas, por ejemplo el preguntarles por qué no quieren casarse ni tener hijos cuando ellos lo afirman, que inevitablemente los conduce hacia lo que es un ideal social. Es por eso por lo que tenemos que tener tanto cuidado los analistas en el modo de preguntar sobre estas cuestiones.
El verano de su enfermedad, los padres habían organizado un viaje para venir a ver a su hijo a Madrid, pero no se lo dijeron a él sino a su hermano quien le llama para decirle los planes de sus padres y para organizar el viaje de estos. Fernando cogió el teléfono y dijo a sus padres que era con él con quien tenían que hablar, no con su hermano que no vive en Madrid. Y esto se ha repetido algunas veces más en que, por ejemplo, les ha dicho que si él no contesta al teléfono es porque está ocupado, que no hay que llamar a otras personas para que le llamen, sino esperar a que él pueda devolver la llamada. No ha vuelto a admitir intermediarios entre él y sus padres.
Hacerse escuchar es pagar una deuda, cuando uno habla desde la posición en que su palabra y su deseo le han colocado, y no cuando habla desde el lugar donde le ha colocado el amor de su madre.
4) Para concluir, dice Julián, otro analizante: «El otro día le estaba dando un masaje en los pies a mi mujer y se excitó muchísimo —lo que no es nada frecuente—, y de pronto pensé que tenía que regañar menos a mis hijos, y no entiendo qué relación hice entre lo uno y lo otro». Le dijimos que eran dos maneras distintas de ponerse duro y soltó una carcajadita. Es un analizante que, parafraseando a Lacan en el texto al que nos referimos más arriba, no puede responder sin algunas vicisitudes a las necesidades de su partenaire en la relación sexual. En la siguiente sesión, dijo que quizá ahora estaba empezando a elegir una dureza antes que otra, que a veces era muy severo con sus hijos por tomarse demasiado en serio eso de que tenía que separarlos de la mamá. Julián está aprendiendo que no hay como sostener la propia virilidad para que se produzca esa separación sin tanto teatro.
Y esto nos sirve para terminar, porque no sólo hacerse escuchar es pagar una deuda, también hacerse desear lo es, porque supone ocupar con todas las de la ley, el lugar en que nos han puesto nuestro deseo y nuestra palabra. Nos referimos a que si alguien dice que es la pareja de otro, tiene que hacer algo con el deseo para sostenerse en esa posición. Y si ha pactado unas sesiones con alguien, tendrá que hacerse cargo de las consecuencias económicas que esto acarrea. Y si dice que es analista, tendrá que formarse adecuadamente antes de empezar a preocuparse por los ahorros para su vejez. Porque es con esta palabra hecha de lenguaje, con este deseo, con los que hemos de saldar nuestra deuda al comprometer con ellos nuestros actos, como alternativa a seguir gozando como locos del fantasma.