Chantal Cazzadori: ‘Cuando falta la falta’
Mañana Institucional del 3 de octubre de 2014
CARTEL PSICOANALISTA EN LA CIUDAD
> ¿Para qué sirve Dios, César y el tribuno?
> Si no es para:
> – hacernos creer en el paraíso y consolarnos en el presente por ser mortales.
> – reinar en nuestra vida política cual amos y señores o incluso cual dictadores por nuestra necesidad de creer en un pensamiento único.
> – defender con elocuencia y poderío una idea que nos ofrezca el espejismo de un mundo mejor, igualitario, libre y justo.
>
> Estas creencias imaginarias parecen ser inútiles en estos tiempos políticos donde el integrismo neoliberal se cierne sobre nosotros, donde el beneficio se ha convertido en el nuevo credo y, por siguiente, en el problema principal. Podemos decir que hemos retrocedido por haber «colaborado» en silencio con una sociedad pseudodemocrática. A la pregunta: «¿Podríamos hacer funcionar de manera libre, igualitaria y justa el sistema capitalista francés tal y como es?» ¿Qué puedo responder? Desilusionados por las rencillas políticas de la Derecha y de la Izquierda, algunos se sumen en la renuncia, la apatía, el «todo se va al garete, todos son iguales, dejo de implicarme». Otros dirán más cínicamente que «todo es equivalente, que ya se ha visto todo, que todo es vano». ¿Hay que perder cualquier esperanza entonces? ¿Abogar por un vacío desértico para poder echar mano pusilánimemente de nuestras posturas individualistas o incluso encerrarnos en la melancolización, la inhibición?
«La gente cree en lo que desea», dijo Julio César. Habiendo deseado tanto el poder hasta el punto de negar el complot, el propio César sucumbió ante su creencia megalómana. Sus allegados lo traicionaron y lo mataron después de haberlo seducido y servido. Creer en lo imposible, ¿acaso no se trata de eso?
> Forzar los medios materiales y psicológicos existentes, vivir por encima de nuestras posibilidades solo puede llevarnos a endeudarnos. Se acusa al Estado francés, en los últimos decenios de vivir por encima de sus posibilidades. Debido a sus deudas, debe privatizar cada vez más su espacio público ya que depende del mercado; gracias a la crisis, liquida nuestro patrimonio nacional. Hoy en día, toda Europa está en venta. En Internet las agencias inmobiliarias están abriendo un nuevo mercado para buscar ofertas de islas, capillas, bosques en venta. Andreas Pichler, autor del documental en la cadena Arte, «Se vende Europa», emitido este 26/08, nos desvela los secretos de ese nicho. La película comienza así: «¿Quién es el dueño de Grecia?». Un ciudadano griego responde: «El mercado, a quien pertenece el resto del planeta». El director descubre a qué precio no negociable su país, Austria, quiere vender dos montañas, que figuran en el balance general como un montón de piedras, por un coste de 129 000 €. La mercantilización de nuestro patrimonio cultural y simbólico, de nuestras identidades colectivas ya está en marcha. Nuestro espacio público está en peligro. Hubiéramos podido ser los jardineros de nuestro planeta y, en vez de eso, lo malvendemos y lo destruimos.
> Al contrario de lo que dijo Aristóteles, el hombre no es un animal que desea el saber, sino un animal que desea la fe, la certeza de la fe, de ahí la influencia de las religiones y las ideologías políticas que nos llevan a comunitarismos, sectas y terrorismos.
Hoy en día, la gente es mucho más crítica, escéptica, lo cual la inhibe a la hora de actuar. «Los discursos grandilocuentes están ya muy vistos, ¡uno no se los cree ya! ¡Buah! ¿Cuál sería el discurso deseado para no caer en el repliegue de nuestra comunidad, ese discurso que trasmitiese de generación en generación objetos duraderos y no inmediatamente consumibles? En 1995, Cornelius Castoriadis, en su entrevista con Daniel Mermet (1), nos describió algunos síntomas del aumento del racismo social, de esa regresión que él llama «la insignificancia». El sueño de una sociedad en la que no habría ya prácticamente ninguna explotación, de una democracia representativa que tendiese a convertirse en una verdadera democracia, no ha funcionado. Aunque la ciencia se ha desarrollado, así como la alfabetización y la educación, y las horas de trabajo han disminuido, «la sociedad no es más civilizada por ello (…), los capitalismos no se han suavizado. Hoy lo que domina es la resignación, incluso entre los representantes del liberalismo», como nos recordaba Cornelius Castoriadis.
>
> ¿Qué nueva luz puede arrojar un psicoanalista frente a ese desencanto de la gente que comienza a pensar en términos de decadencia de una civilización? Algunos, cada vez más numerosos, se repliegan en las quimeras comunitaristas donde se preconiza la negación de lo imposible, el ocultamiento de la falta, el repudio de la castración, para tapar el agujero de lo Real, para no renunciar al objeto, un objeto que se adecuaría perfectamente a la satisfacción del ser sexuado, objeto que nunca puede ser hallado. En la teoría freudiana, el objeto se pierde, atrapado en una búsqueda imposible; en la enseñanza de Lacan, el objeto solo puede aprehenderse como falta. Al no poder lidiar con el objeto de nuestras fantasías, de la falta, según nuestra historia privada y única, vamos a dejar a nuestros síntomas «hablarnos» de esta no-renuncia o, en otras palabras, nuestros fracasos, nuestros puntos forclusivos, nuestras imperfecciones que se darán cita en nuestro destino de seres hablantes, de habla-seres. Creer en el objeto totalizador, ya sea ideológico, amoroso, material o espiritual, es querer a toda costa mantener lo imposible como «un-posible», nos dijo Radjou Soundaramourty, presentándonos la teoría de los 5 discursos. ¿Podremos acaso consolarnos dado que esa falta suscitará el deseo y el goce? Estamos abogados a desear, entre la necesidad pulsional y la demanda al Otro y del Otro. La falta es estructural, está inscrita en la función del lenguaje y el habla. Nos resulta imposible decirlo todo, solo se puede «decir a medias » dijo Lacan. ¿Acaso no quiere decir eso el significante de la falta «decirlo todo», evocando al mismo tiempo algo distinto de lo que dice? Por ejemplo, cuando Claude Breuillot (2) nos invita a adentrarnos en la estela del significante miseria, «¿cómo pensarla, existe acaso en el inconsciente, puede cifrarse, cuantificarse, etc.? ¿De qué privación estamos hablando en términos simbólicos?»
> Del mismo modo, cuando Laurent Ballery (3) argumenta que el espacio del dominio público se satura cada vez más, forcluido por los nuevos modos de regulación de los mercados y de los hombres, como lo ilustra el ejemplo del documental, Laurent nos recuerda que los intercambios de mercado se basan en los seres hablantes, cada uno en su propio idioma, con el fin de negociar para evitar relaciones bélicas. Se entra entonces, una vez más, en las relaciones humanas que se refieren al orden simbólico para comerciar. ¿Pero a qué precio ese espacio público, ese espacio de la comunidad, se convierte entonces en un lugar de la producción del sujeto? Pagando el precio de su alienación por querer siempre más, más rápido, más lejos, para disfrutar sin impedimentos y sin ley del objeto improbable, perdido para siempre. Los valores que sustentan las negociaciones de los grandes mercados ultraliberales no tienen nada que ver con la humanización de los pueblos. El objetivo no es emancipar al hombre logrando que se beneficie de todos los descubrimientos de la Ciencia y la Tecnología para sacarlo de su alienación, para liberarlo de su tiempo y de sus decisiones vitales. Es más útil, por el contrario, adoctrinarlo mediante una dominación ideológica que cultiva esa necesidad de ser adoctrinado, de ser sometido al imperativo fundamental de creer en lo imposible que podría convertirse en posible, tal y como repite hasta la saciedad el discurso capitalista. Falso discurso que se presenta como el ú
nico realista y pragmático, vinculado con el discurso de la ciencia, cuya intención es agotar lo real, es decir lo que no puede ser simbolizado, pensado, lo que se nos escapa. De los cuatro discursos desarrollados por Lacan, es ciertamente el único que pretende borrar la inconmensurabilidad de los seres hablantes.
> Tal y como nos lo señalaba Chantal Hagué, (4) la política es la organización de lo colectivo, está vinculada con el acto, mientras que lo político es más bien el concepto, la idea. Si bien, efectivamente, el psicoanálisis no tiene un discurso que ofrecer, no permite que se peguen, mediante su discurso o el del grupo, los dos bordes de lo imaginario y lo simbólico para evitar lo real, es decir, para tratar de tapar el agujero como Robert Levy nos recordó en su seminario. No hay ideal. La partida analítica se juega en la falta. «Pone en actos la realidad del inconsciente, a través del acto de la transferencia, la transferencia en la cura y la transferencia del grupo o masa». Cito aquí a Chantal Hagué quien, para explicar que «el inconsciente es la política», nos dice que, a fin de cuentas, nadie puede escapar de la política.
> Si volvemos brevemente al misterioso lema de Jacques Lacan: «No hay relación sexual», también podríamos decir que el sexo no nace «del todo», porque la relación entre el hombre y la mujer se ve recorrida también por el significante que operará sobre la sexualización del ser naciente. Nuestra visión del «no todo es posible», desarrollado en el discurso analítico a través de la castración, nos debe mantener alerta frente a la búsqueda del plus de goce. ¡Los pacientes acudirán en masa a las consultas de psicólogos de todo tipo que se adaptarán más y más a los discursos sobre el sentido para controlar aún más este tema del goce!
> Así que si creemos que «el inconsciente es la política» y cito aquí a Chantal Hagué, «aceptemos que se nos rechace, al margen de cualquier tipo de relación con el discurso dominante, sabiendo que nuestro acto es luchar para que el sujeto pueda existir, subvertir y subvertirse».
> Para concluir sobre el tema del cártel, «el analista en la Ciudad,» me han invitado a un instituto, en Troyes, en el departamento francés de Aube, para intervenir con adolescentes sobre el tema de su programa de selectividad: «¿Qué es el inconsciente?». Voy a hacer «acto político», sabiendo que mi comunidad de cártel nos ha permitido trabajar juntos sin luchar por un objeto ilusorio, manteniendo la distancia irreductible entre el ideal y el objeto de trabajo, sin insistir en el Uno sino en el uno más (lo que represento dado que llegué al cártel un año después de que se constituyese). Esta forma de pensar clara e inspiradora sobre las propiedades de una comunidad se la debo a María Cruz (5).
> Estas transferencias de trabajo a través de la asociación y mi enfoque fuera del diván me dan esperanza para pensar que estoy en el buen camino o, al menos, en el del mi deseo.
>