Anna Konrad-El psicoanalista en la ciudad
Cártel – El Psicoanalista en la Ciudad
Para la Jornada institucional de AF del 3 de octubre 2014.
Cuando evocamos la idea del psicoanalista en la Ciudad, para éste la relación más inmediata con la Ciudad es quizás el lazo con su grupo de pares en una asociación, encarnando un lazo social en virtud del psicoanálisis. Si un deseo de trabajar con la escucha analítica y con el acto analítico por tanto, ha podido tomar forma, está necesariamente relacionado con la dimensión de la Ciudad, en la existencia de otros analistas que se obligan a comunicar en su propia determinación sobre el mismo tema e instituyen así un lazo social consagrado a los efectos del análisis. Estos efectos pueden producir discurso y cultura, pudiendo contribuir y llevar a producir, en consecuencia, de nuevo analistas.
Este ciclo positivo que parece haber estado en expansión en Francia y en algunos países, hasta una fecha que no sabría determinar, pero que ya se ha cumplido, dejó sitio a algo diferente. Hay actualmente, a juzgar simplemente por la pirámide de edades de la profesión, sobre todo una disminución de la producción de analistas
. El psicoanálisis me parece tan tomado en la melé de la competencia entre una multitud de discursos que, lejos de reconocerse, parecen tener como objetivo instituir grupos de intereses unos contra otros. Algo de la trascendencia se habría retirado en esta parte de la cultura, de nuestra cultura que también es la cultura europea. El miedo y el rechazo al otro ganan terreno en el corazón de la ciudad, la impensable alteridad hincha las caras de otros encontrados en relaciones cada vez más hostiles. Los crímenes racistas se multiplican, en las puertas de Europa y en Europa, el odio racista incluso tiende a convertirse en un rasgo más de las identidades nacionales, regionales, étnicas, que se consideran ellas mismas como positivas. En países de la Unión Europea, como Hungría, aunque no es él único, designar el factor del odio racial, atribuido al pueblo, como un elemento ordinario, no cuestionado, en el análisis de los hechos políticos se ha convertido en cotidiano. En Francia, no estamos tan lejos de eso. Los campos científicos e intelectuales no escapan a esto, sin contar los ataques violentos contra los ideales de la cultura, de los que el psicoanálisis paga ampliamente las consecuencias.
Sin embargo, al psicoanálisis le queda sostener la trascendencia a través de su especificidad como ciencia de la conexión íntima y viva entre lo más radicalmente subjetivo y lo que responde a una reinstitución de lo universal en un mundo de intercambios y de cultura. Si fracasa en eso, cae, como cada uno de nosotros en lo que el escritor Imre Kertész, hablando de la captura de los enunciados cuando se trata de hablar de su judeidad como identidad en su país, describe así: : «Todo es mentira y juego de pardillos en este campo semántico, ninguna palabra, ninguna noción tiene significación real, que se pueda formular claramente. La razón no tiene derecho de ciudadanía en este dominio donde reinan sin reparto las emociones, el romanticismo y el sentimentalismo, así como la sensibilidad subjetiva : ¿ no es sorprendente que una nación base en esta irrealidad su conocimiento de la situación y de la realidad, su conciencia nacional e histórica ?»1 Podemos remplazar «nación» por todos los nombres de comunidades que queramos, incluida la nuestra, la comunidad analítica en el tumulto de las competencias y de las identidades que se oponen. El primer paso en el campo del psicoanálisis en la Ciudad concierne pues, me parece, al ‘chimney-sweeping’, el deshollinar las chimeneas de sus propios debates con los analistas de la Ciudad encarnada en primer lugar en el trabajo asociativo.
A este respecto, evocaré una serie de puntos de este recorrido efectuado entre varios, que hemos llamado, en un momento dado, cártel sobre el tema del psicoanálisis en la Ciudad. El nombre surgió al observar el funcionamiento que se instituía en ese grupo cuya composición se reorganizó varias veces y que presentaba, de cuando en cuando, reflexiones y trabajos a la asociación. Una de esas cuestiones había consistido en saber qué íbamos a hacer con lo que nos había pedido el consejo de administración: trabajar en problemáticas relacionadas con el psicoanálisis en la Ciudad antes del CA y del Bureau para ayudar a los miembros de dichas instancias en su labor. Una asociación de psicoanalistas implica una carga de trabajo considerable en varias direcciones y me pareció que esta demanda era legítima. La asociación, efectivamente, está presente entre otras asociaciones y trata de hacer oír su voz en el movimiento analítico en Francia, asumiendo sus responsabilidades sobre las cuestiones en las cuales los analistas tienen que tomar partido en la Ciudad. El movimiento general de nuestro grupo consistió en no responder a esa demanda que no se ajustaba a su funcionamiento. En lo que a mí respecta, tenía la impresión de que sí queríamos trabajar, pero no vernos obligados a encargarnos del tratamiento de lo real para la asociación y producir trabajos sobre temas determinados por la actualidad en la Ciudad, que no hubiésemos escogido nosotros. El cártel se me antojaba un objeto teórico polimorfo que mediatizaba, para comodidad nuestra también, una cierta relación de independencia y de inclusión en el trabajo asociativo. El cártel iba a producir, pero en función del deseo y de la transferencia de trabajo de cada cual. Se dio una oposición entre la transferencia de trabajo y la actualidad en la Ciudad, quizás; en cualquier caso para mí la cosa pudo presentarse así, con cierta aprensión ante la participación en la asunción de responsabilidades. Podemos leer también esta postura como una postura que consiste en decir que dejábamos el trabajo a los colegas que, a fin de cuentas, eligieron ser designados en las instancias de decisión de la asociación y que no pueden descargarse de él… Reintroduciendo así una jerarquía de facto ahí donde una sola categoría de miembros debería sustentar a cada cual en la autorización que se otorga para participar en los asuntos del ágora de la asociación.
Hemos producido una serie de trabajos firmados que están disponibles en la página Web o la revista de AF o también en blogs personales. Hemos dialogado mucho, con, como telón de fondo para cada cual, su relación con la exploración analítica, la trayectoria personal seguida dentro la estructura, la responsabilidad del analista en su acto respecto a la cual se definen necesariamente las relaciones profesionales entre analistas. Este trabajo me ha permitido, gracias a la contribución y a la presencia de mis colegas, abordar con un poco más de precisión y de concreción la interrelación fundamental entre el trabajo en la cura y los lazos sociales y políticos del psicoanalista.
Acabaré evocando el psicoanálisis en la Ciudad con respecto a una experiencia institucional. He ocupado recientemente, en el marco de un CMPP, la función de médico responsable de un dispositivo de acogida de niños autistas de media jornada. Habíamos creado dicho dispositivo terapéutico un año antes de la publicación de las recomendaciones HAS sobre el autismo. Mi sensibilidad me llevaba a tratar de hallar una vía para que nuestro dispositivo no se viese concernido por el reproche de sectarismo con que se tildaba entonces al psicoanálisis y que, de alguna manera, en otro plano, no me parecía totalmente injustificado en cuanto al funcionamiento institucional, con una repercusión en la dificultad de lograr que se entiendan prácticas distintas, que no suscitaban el consenso en nuestro grupo. También me parecía que como institución afirmábamos ser abiertos y multidisciplinares dentro de los límites concretos de que nos dejasen hacer lo que quisiésemos y nada más.
Preconizaba entonces una «apertura» cuya traducción debía inventarse, que fue acusada de ser afín a la fil
osofía de Watson y de Skinner. Al mismo tiempo, tenía una experiencia personal del psicoanálisis que calificaría de radical, en el sentido en que, a mi modo de ver, la práctica analítica solo puede concebirse como una teorización del fracaso de su propia fantasía de hacer UNO.
En este caso el fracaso fue patente: mi propuesta resulto ser inaudible, rechazada por no querer lidiar con prácticas creadas por tan sulfurosos inspiradores. Establezco en este punto un vínculo con los comunitarismos evocados anteriormente, ya que esa filiación se le imputaba al otro, como si fuese un pecado original. Me vi obligada a reconocer que si, con los mismos ingredientes conceptuales, nuestra colega y amiga A. Hubert ha podido crear un entorno institucional que le ha permitido inventar una terapéutica original en el campo del autismo, que transciende totalmente la escisión y la guerra de enfoques, no todo el mundo puede conseguir lo mismo en todos lados. Las crispaciones institucionales anunciadoras y autorealizadoras de nuestras incompatibilidades que se vislumbraron en el CMPP me inclinaron a irme, dejando el sitio a aquellos para quienes aquella institución se adaptaba, quizás, más naturalmente a su deseo. He querido mencionar este episodio institucional, pero no sabría decir qué enseñanza se puede extraer de él en relación con el psicoanálisis en la Ciudad.