Anna Konrad: Subjetividad y alienación en la relación con el niño autista

(Mesa : ”Educación y Autismo, una mirada psicoanalítica”)

El niño autista se convierte en sujeto de una historia cuando se le da el poder de inscribirse en una relación con el otro desarrollando su construcción personal, incluso si su tentación original ha sido rechazar tanto el reconocimiento del otro como el de si mismo. La relación con un psicoanalista puede ayudarle en este reconocimiento y en esta construcción.

A título de una herramienta más, remando todos en el mismo barco teórico de la evaluación de resultados, las autoridades de Salud francesas dejan hoy un lugar a las prácticas inspiradas por el psicoanálisis en el campo del tratamiento del autismo, a pesar de los violentos llamamientos de poderosas asociaciones para erradicar la disciplina en este campo. Hay en la sociedad una radicalización en marcha, que complica o vuelve imposibles los compromisos entre corrientes que antes se consideraban aceptables, compromisos entre prácticas muy diferentes.

El ascenso irresistible del conductismo se encuentra, en Francia, frente a estructuras y tradiciones que se reconocen como psicoanalíticas. Grupos de presión, lobbies, campañas publicitarias y de denigración : se utilizan palabras y prácticas, que aún ayer parecían de ficción, para intentar imponer un tratamiento conductista obligatorio para esta afección. Enfrentados, equipos e instituciones inscritos en una historia ligada al psicoanálisis y que pretenden a veces seguir como cuando el mundo alrededor validaba su práctica y no la ponía en cuestión. Se apela a la moral en todas partes y los poderes públicos parecen haber perdido su poder y su independencia.

En este contexto agitado, las instituciones todavía viven, algunas de ellas, sin embargo, con recortes de presupuesto sin precedentes. En un centro de salud ambulatorio para niños, de orientación psicoanalítica, donde muchos niños llegaban con una sintomatología autista, hemos lanzado gracias a los presupuestos asignados, especialmente en 2010, un dispositivo de acogida para niños autistas que, para los medios que teníamos, era intensivo (tres medias jornadas por semana) Algún tiempo tras este comienzo, la ofensiva conductista desencadenó un endurecimiento de las directivas oficiales de salud respecto al psicoanálisis, al que se le pedía que demostrara su eficacia si pretendía continuar recibiendo dinero público. Yo pensaba que era legítimo que nos pidieran evaluar nuestros servicios y por otra parte, desde el principio fuimos compelidos a ello por nuestra asociación gestora. Sin embargo, no teníamos ni los medios ni, sobre todo, un mínimo acuerdo entre nosotros en cuanto a la forma de realizar esta evaluación. Creo que intenté durante algunos años, como directora médica, sostener un lugar y una función psicoanalítica en esta institución. Para mi se trataba de una experiencia que organizaba la acogida de la subjetividad, aceptando someter sus presupuestos a una crítica, pero también de responsabilizarse para con la ciudad y estando a favor de un dialogo entre diferentes saberes. Se da el caso de que yo misma llegué a rechazar, en cierto modo nuestro modelo institucional tradicional de atención basado en la referencia psicoanalítica.

Evocaré algunos trazos de la historia del tratamiento de Aurélie para subrayar cual ha sido mi evolución con una niña autista que no hablaba, en la que intenté despegarme de una repetición que parecía definitiva y donde su madre, asolada y desesperada por esta hija que no le respondía, también estaba encerrada en la repetición de una exigencia siempre decepcionada.
Yo tenía el sentimiento de un fracaso terapéutico tras todos los intentos que nuestro dispositivo de cuidados del Centro había podido ofrecerle. La habíamos acogido en un pequeño grupo de niños, tres medias jornadas por semana durante dos años, entre sus 5 y sus 7 años y yo la recibía semanalmente en mi consulta con su madre y a veces también con el padre. El equipo el Centro trabajaba en la tradición de la psicoterapia institucional y psicoanalítica. Cada uno de los profesionales se consideraba responsable de los momentos de intercambio con cada paciente, en la sucesión de los momentos de vida cotidiana del grupo, de actividades diferenciadas con su propio encuadre y momentos informales ocupados según el gusto y la inventiva de los participantes. La disponibilidad propuesta y la subjetividad que se acogía se analizaban en la reunión de revisión tras el dispositivo. La ficción compartida de lo que es cada niño, era una parte esencial de la terapéutica, tendiendo a individualizar y a singularizar a cada uno de ellos según su historia, su unicidad en el grupo, sus relaciones privilegiadas y los acontecimientos vividos con él. Para algunos de ellos era posible prolongar y compartir esta ficción con los padres y finalmente, avanzar en el reconocimiento que el niño tenía de si mismo en sus diferentes relaciones.
Tenía el sentimiento de que no habíamos podido encontrarnos con Aurélie, hasta el punto que la inmutabilidad y la soledad, la «sameness» (monotonía, igualdad) y la «aloneness» (deseo de estar solo) de Kanner, invadían siempre al profesional en su presencia, soledad de ser siempre remitido al fracaso de los intentos de entrar con ella en una relación y en un proceso de reconocimiento. Los intentos de intercambio parecían intrusiones caóticas, repetitivas y torpes, un poco a imagen de los intentos de su madre de acercarse a esta niña que la rechazaba.
Entretanto, conocí a Annick Hubert y su trabajo y pensé en tomar prestado de los conductistas y de sus tratamientos, llamados educativo- estructurados, algunos elementos de organización de mis sesiones con Aurélie. De hecho, como muy bien dice Annick, estos elementos de estructuración utilizados por los conductistas recogen las actividades pedagógicas y de despertar que se utilizan en las clases de infantil. Aurélie también había ido a la escuela, pero los profesores se habían desanimado. Replegada, dándose la vuelta, yéndose cuando se le proponía algo, ella estaba allí sin estar.
Junto a una psicóloga en prácticas, intentamos ordenar y organizar de ahí en adelante las sesiones con Aurélie y su madre, volviéndolas menos caóticas, más centradas en secuencias y en propuestas que se sucedían con un orden que era a la vez anunciado, comentado y acompañado de una presentación con imágenes. La participación de la niña iba a ser solicitada en un registro extremadamente simple de respuestas esperadas, pero a diferencia de los métodos conductistas, permanecíamos abiertos al sentido de una ‘no respuesta’, de una mala respuesta o de una oposición. Era una idea a poner en práctica para la que no había modelo en la institución particular en la que estábamos, pero que es parecida a muchas experiencias terapéuticas y de prácticas existentes que incluyen fundamentos teóricos diferentes en el campo del autismo, fuera de las prácticas llamadas «métodos» cognitivos o conductuales propiamente dichos. En el fondo, nos basamos en la idea de que la retirada de Aurélie ante el Otro era una retirada ante lo angustiante imprevisible del otro y que el fracaso perpetuo vivido por su madre exacerbaba este círculo negativo. Intentábamos devolver algo tratando de ser más previsibles y más explícitos en cuanto a lo que esperábamos de ella. La mamá debía también plegarse a la regla establecida y refrenar sus intervenciones y cualquier tentativa intempestiva, que en las entrevistas, hasta entonces yo no había conseguido atemperar. Nuestra postura en estas sesiones, que habíamos llamado « talleres pedagógicos », era esperar que Aurélie respondiera a las propuestas, pero no para que aprendiera a dar buenas respuestas. Una mirada, un movimiento, un esbozo de gesto nos servían como respuestas. Se trataba de hacer sentir a Aurélie que el lugar de su respuesta no estaba ocupado por nosotras y que ella hacía lo que quería. Aún hac
ía falta circunscribir y crear este espacio.

A lo largo de las semanas, Aurélie se enganchaba a veces en el juego. Hacía todo tipo de cosas respondiendo rara vez a la consigna, pero eran respuestas. Utilizaba la actividad para hacernos caricias súbitas que nos remitían al drama nunca apaciguado de la relación con su madre, quien siempre se conmocionada al verla acercarse (pegarse) a otra persona. Ella ha pronunciado algunos significantes ‘alargándolos, en voz baja, un « No », un « Balon », emitidos como un rechazo, una enunciación dirigida al Otro que demanda y como saludo de alegría de una secuencia de juego apreciada y reconocida, mientras que durante años no la había escuchado decir ni una palabra. Tras un año de taller, nos separamos después de una entrevista en la que la madre de Aurélie nos dijo con gran emoción que sentía que ya no se prohibía tener otro niño por miedo a que fuera también autista, o porque Aurélie fuera a ser su hermana. Tampoco se dejaba ya intimidar por los genetistas que no la tranquilizaban en absoluto. Algo se había movido en la relación de Aurélie y de su madre que permitía a cada una de ellas una cierta transformación subjetiva, quizás reversible y precaria, pero real.

Esta experiencia terapéutica mostraba a Aurélie perdida en un mundo pulsional en el que ella recurría a la retirada, pero también que ella podía aceptar, cuando se presentaba la ocasión de una relación que le proponía realizar una inscripción definida arbitrariamente, dejar una marca de su subjetividad totalmente alienada a una propuesta extraña.
Me pareció que ahí me encontraba con una razón que hace que el autismo sea una afección que cree tanto debate. La alienación al Otro, la dependencia radical del sujeto autista de un gran Otro organizador de una experiencia simbólica es tan patente y su aceptación tan precaria cuando se repliega de nuevo en lo que nos parece la nada, que hay ahí un rasgo posiblemente insoportable de lo real. Nuestro “taller pedagógico” nos procuro en el Centro el reproche más o menos explícito de que ‘abandonábamos nuestras referencias psicoanalíticas’. Tengo la impresión de no haber abandonado de hecho más que un modelo implícito de relación materna ideal con la niña.

La palabra en el sentido de un poder de reorganización y de remodelación psíquica -enseñanza principal del psicoanálisis- existe – y existe incluso y particularmente con el niño autista, pero unicamente pasando por la remodelación y la reorganización del conjunto de relaciones vividas y de las prácticas cotidianas con él. Este potencial rara vez está al alcance de la mano, hace falta crearlo, construirlo. Los métodos conductistas en el campo del autismo esconden o minimizan sus fracasos o procuran que estos queden fuera de sus evaluaciones. El tratamiento para ellos se supone que es un método, su agente un aprendiz intercambiable. Los fracasos son achacados a las familias, es decir al niño. La noción de una participación subjetiva del sanitario o del educador en el progreso del niño desconocido de antemano es aquí extraña. Por el contrario, está muy viva en la práctica del cuidado institucional y de la pedagogía cuando estas disciplinas se preocupan del sujeto en su relación con una construcción psíquica fundada en el deseo. El deseo, una noción desconocida en medicina y hoy cada vez más desconocida en psiquiatría, que la confía a los psicofarmacólogos, a los sexólogos, a los cirujanos para no tener que vérselas seriamente con ella. Así pues, si el cuidador o el educador se ha preocupado de su deseo, tiene ya una posibilidad de escuchar algo de la subjetividad del niño del que se ocupa, aunque sea al precio de un encuentro con un vacío sin llamado donde puede posicionarse el niño autista.

Hoy, mi colega que entonces era estudiante en prácticas continua su experiencia en el campo del acompañamiento de niños autistas. Hasta el día de hoy, en este campo en Francia, a parte de algunas instituciones bien establecidas, los psicólogos que siguen una formación psicoanalítica son a menudo o bien apartados, o bien se les exige dejar de lado aquello que no apunte a conductas prescritas y justificables por uno de los métodos de referencia conductista. Jugar con el niño estando disponible y receptivo a lo que expresa, tratar de comprender suponiendo que lo que dice o expresa puede expresar un deseo, un afecto, una subjetividad afectada por la interacción con el entorno, son posturas prohibidas y consideradas psicoanalíticas. El profesional es empleado a menudo por la familia, oficialmente promovido al puesto de experto del tratamiento de su hijo, gestionando las ayudas otorgadas por el estado y controlando la adecuación de los intervinientes con los métodos de referencia conductista que son preconizados como prioritarios.
En cuanto a mi, me fui del Centro Médico-Psico-Pedagógico donde trabajé durante 7 años para practicar finalmente el psicoanálisis, así como la psiquiatría en la Ciudad. Este congreso me ha dado la ocasión de volver a esta experiencia institucional y clínica y agradezco por ello a Isabel Cerdán.
 

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