María Ángeles Rodriguez: "Escuchar el corazón en el texto de cada alumno"

Mesa: Esperiencias educativas

Es un momento éste, convulso, potente, difícil y de vértigo en todos los ámbitos de la vida social; la política, la cultura, la educación se fracturan, caducan referentes. Y maneras de estar, de pensar o de hacer ya no nos sirven para la nueva realidad del presente.

La escuela en este contexto atraviesa vacíos, se pone del revés en múltiples sentidos, recortada en recursos materiales y humanos parece que se aferra a modelos caducos, y se intenta embutir en una ley injusta e irrespirable. Pero también la escuela, desde dentro, se abre a las preguntas, se cuestiona, y se podría considerar este momento de vacío como un buen momento para que se precipiten nuevas cosas…Aún así, hay una cuestión de fondo que en cierto sentido impide que se mueva en la raíz, el terror de no saber, el no aceptar desde su academicismo endiosado que no hay ni habrá respuesta única y cerrada para todos y todo. La escuela normalmente, y aún en las corrientes más críticas, presenta certidumbres, pretende contestar con certezas y cierra las cuestiones que antes planteó. No contempla los huecos en sus organigramas, que intentan abarcar incluso mil formas de exclusión.

Y así difícilmente podrá sostener un presente que emerge a cada rato metamorfoseado, que se expande como un crisol de diversidad innúmera, si continúa siendo un marco estanco en su raíz de omnipotencia, quieto e inamovible, prisionero de currículos muertos y corsés en los que embutir las singularidades. Más bien debiera estar abierta a otras disciplinas que le puedan aportar un poco más de luz, como sería el caso del discurso psicoanalítico, ponerse a conversar en sus atmósferas, y respirar así, un aire menos enrarecido.

En este marco inhóspito de la escuela para admitir la imposibilidad de medir todo, de dar respuesta a todo, mi aproximación al psicoanálisis permite situarme de una forma distinta en la interacción con los alumnos, con una mirada más humanizada y aquiescente en el propio fluir de la tarea docente. Me sitúa en otro sitio y a partir de otro punto para considerar la singularidad de cada uno a pesar de las ratios elevadas del aula. Mirarlos y escucharlos como seres pensantes y sensibles a los que no hay que llenar con sesudos e impertinentes conocimientos sino más bien a los que hay que acompañar y estimular en un tramo del viaje hacia su propia voz. Y de tal modo que es difícil para mí homogeneizar las diferencias, sobre todo a la hora de evaluar según los parámetros cerrados de la programación en curso. Porque, si bien las programaciones facilitan la andadura de una actuación pedagógica, también pueden dar una visión deformada de los procesos cuando se aplican de forma acrítica y mecánica esquemas previos a fenómenos inesperados y vivos como son las experiencias en el aula.
Mi experiencia psicoanalítica ha abierto los caminos para transitar por el mundo de la educación de una manera diferente y experimentar ciertos cambios, cambios de hondo calado.

De todos ellos, el que hoy rescato para traer aquí es el cambio en mi actitud para recibir, leer o escuchar las piezas textuales de mis alumnos, ese mosaico de la expresión de su mundo. Frente a la necesidad de llenar las clases con teorías literarias, conocimientos gramaticales, lecturas , propuestas inertes de redacción en cualquier modalidad discursiva o de género, sin relación alguna con lo que les mueve por dentro, situaría ahora la prioridad de escucharles y de generar un clima de sensibilización previo para que ellos deseen contar, deseen traer al aula, ese espacio de riesgo y tan plural, su palabra, el decir que les singulariza en aquello que escriben, que expresan, que opinan o que cuentan.
Intento situarme, en la medida de lo posible, desde algo que conecte con sus inquietudes, preocupaciones, sentimientos, preguntas… porque será desde ahí desde donde conecten con el mundo. Algo ha cambiado en mi mirada menos rígida y siempre alentadora de su potente potencial de palabra. Confío en que ellos y ellas tienen propuestas para el mundo, su mundo y cuanto más confío en su capacidad para articular discursos coherentes y comprometidos con su decir, más me sorprenden sus mensajes radicales, arriesgados, poéticos.
Es una paradoja escuchar en las sesiones de evaluación a modo de salmodia permanente y constante de la queja, cosas tales como…los alumnos no saben argumentar, no tienen criterio propio, no son creativos, no saben escribir, no comprenden, no piensan… y sobre ese montón de noes se les mide, se les niega. No estaría de más preguntarnos entonces si queremos sorprendernos con su creatividad, cuestionarnos con sus preguntas, escucharles en sus argumentos, aceptarlos con sus criterios incómodos a veces y a menudo demasiado rebeldes, críticos y polémicos. O queremos más bien chavales y chavalas prisioneros del decir del otro, de la autoridad académica, tan inmersos en este sacro marco que directamente nadan a contracorriente de sus deseos y opiniones para dar la respuesta que ese interlocutor poderoso requiere, tal vez para ver satisfecho su narcisismo y la necesidad de jerarquías y pedestales. Los alumnos tienen cosas que decir, se trataría de que quisiéramos escucharlas. Desde la cima del saber se fijan muy bien las diferencias y se perpetúan las distancias. Sin embargo, el protagonismo en el mundo de la educación no debiera ser el de los docentes sino el de los alumnos y alumnas que coinciden con ellos, con nosotros, en el marco escolar. La antigua idea platónica que entiende la educación como un proceso dinámico en el que el verdadero protagonista es el que se educa y el educador aquel que le guía, que aviva y despierta sus capacidades innatas, nos sigue pareciendo en este punto operativa y lúcida.
La escuela globaliza lo singular, no es equitativa con lo diferente, no respeta peculiaridades que no quepan dentro de la horma de su zapato ni dentro de sus medidores, estigmatiza las carencias y las dificultades, expulsa de su sistema lo complejo, lo díscolo, lo frágil, lo vulnerable. Con mil razones objetivas, frías y neutras hace hincapié en las trabas que suponen los errores: ortográficos, morfosintácticos y léxicos, matemáticos, técnicos,…
En este panorama es esperanzador, no obstante, saber que lo minúsculo, incompleto, fragmentado e inclasificable de pequeñas actuaciones en el aula, particulares y únicas, tienen poder y fuerza para vibrar y encender entusiasmos. Para reivindicar discursos desprestigiados, ignorados y menospreciados en el mercado de los valores discursivos. No queda más remedio dentro de esta escuela a cada rato más prescriptiva, que buscar espacios de navegación libre, atmósferas distintas.

A sabiendas de que no es posible transmitir de ninguna experiencia pedagógica la frescura del directo, la inmediatez, la intensidad y calidez que se experimenta en su devenir, intentaré con toda la cautela contar algo de lo que sucede en las aulas cuando el punto de partida es escucharlos en lo que llevan dentro…y proponerles cauces para que fluyan en su palabra y deseen seguir leyendo el mundo, artífices de su propia mirada sobre el mismo. En este sentido hago mías las palabras de Paulo Freire cuando afirma que el objetivo de la educación tiene que ser crear condiciones para que las personas se apropien de las palabras y puedan decir y decidir.
A lo largo de diferentes cursos, niveles y clases suelo dinamizar un espacio de palabra poética abierto, transformable, multimodal, periférico y poliédrico para la lectura y para la escritura. Son actuaciones no generalizables, efímeras, particulares, en momentos precisos, en los que estoy alerta para la escucha y la sugerencia. Sin recetario posible ni programación previa que regule ese momento salvo la certeza de que la lírica y sus alrededores nos interpela de una manera inequívoca y honda. No lo encarcelo en un esquema programado porque es probable que perdiera parte de
su sentido. Hay cientos de propuestas, de actividades innumerables, ríos de material y, sin embargo, cada vez prefiero ir más desprovista de lo inerte al aula…los intereses, los temas ya estaban y están ahí y más bien se trata de que se actualicen, de saber ver qué lectura es relevante para ese momento. Si es afortunada la elección, la lectura no necesitará de interpretación, de intermediarios, tampoco de justificación. No importará el eje cronológico, ni el género, ni aquello que la crítica diga al respecto…sólo importará que les toque el corazón, que les conduzca a ellos mismos.

El discurso lírico, el de las emociones, necesita tiempos lentos de escucha y de palabra y apelar a su ritmo interior requiere de un espacio sensible para el fluir de la expresión propia. Las clases de literatura son un sitio que abre y da cabida a este tipo de experiencias , acompasadas con sus intereses y estados anímicos y da cabida también a la posibilidad de hablar de los propios referentes, cualesquiera que sean y que les motiven…la música que escuchan, el cine que les gusta, la tristeza y la rabia que envuelve su experiencia, la amistad y el amor, y las pérdidas…la literatura vendría a ser como dijera A. Muñoz Molina una ventana para asomarse al mundo y un espejo para poder mirarse. Un lugar vivo de preguntas sobre los temas importantes y comprensión profunda para el alma.

Y de todos los géneros tal vez sea el texto lírico el cauce discursivo que les facilita sacar en las palabras un todo indivisible e inexplicable, no sometido a análisis ni a clasificación, material preciosísimo transformable en poema. Porque, como J.Rancière dice en su libro El maestro ignorante ¨la imposibilidad de decir la verdad a pesar de sentirla, nos hace hablar como poetas, narrar aventuras de nuestro espíritu y comprobar que son entendidas por otros aventureros, comunicar nuestro sentimiento y verlo compartido por otros seres que también sienten¨.
Imposible dar cuenta de la miríada de versos, de textos y de palabra que se ha liberado en esa asociación libre e inesperada de propuestas, salvo contar que en estas ocasiones algo auténtico ha aflorado en su voz tejida con hilos de su mundo en emoción y ritmo, en imagen y en conocimiento. Y que se ha escuchado con ganas y profundo respeto entre las paredes del aula.

 

Tal vez la experiencia más radical fue la de abordar la composición de poemas en un grupo de alumnos extranjeros (chinos, rumanos, y un paquistaní) en el aula a la que salían unas horas de su grupo para aprender español. Arriesgada, deliciosa y fructífera experiencia.
No compartíamos el código verbal, ni paisajes geográficos, escasos referentes…pero sí podíamos conectar con la emoción de la nostalgia que sentían, con la sensación de pérdida física y afectiva, con el miedo a lo desconocido, y con su necesidad y su deseo de aprender y de caminar por la nueva cultura. Vino a ser el discurso lírico un sitio para poder encontrarnos, un estimulante recorrido, una aventura pedagógica placentera no exenta de dificultad en ocasiones porque con frecuencia no era sencillo construir el puente cultural, emocional y lingüístico entre el allí y el aquí. Pero fue a través de la poesía cómo se facilitó la conversación interior entre lo que dejaban y lo que se abría de nuevo para ellos en el presente. Fue ahí donde encontraron el cauce para verter el latido de su corazón, en esa fonética y en esa escritura diferente. Fue la poesía un camino discursivo que ligó la nueva lengua con su ritmo interior.

El tejido lírico que emergió de su querer decir, de su deseo de expresar emociones en una lengua que empezaban a aprender fue un hallazgo y una evidencia más de lo que nos une como seres humanos. Y de todo aquello que podemos explorar y explotar como posibilidad didáctica en el aula.
Sus hermosos textos así nos lo cuentan…Me faltan palabras, decía Akmal, pero quiero expresar mis sentimientos…

Ahora que acabamos de salir de la tarea ingrata de poner notas en las evaluaciones y a pesar del reduccionismo de las mismas, sigo pensando que al final, y aunque tenga que medir un resultado y comparar aquello incomparable y uniformar tendencias y miradas hacia lo monocromo, siempre habrá en mí una ventana abierta para contemplar la maravillosa policromía y una puerta que me invite a salir y escuchar las voces singulares y únicas…porque escuchar al alumno en su texto para que lea el mundo a partir de su palabra y habite en él con su propio discurso seguirá siendo, y a pesar de la impertinencia y la impostura de ciertas leyes educativas y de sus rígidos e injustos marcos de actuación, una interesante y estimulante tarea.
Mª Ángeles Rodríguez
Noviembre, 2014

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