Mª Dolores Navarro Iniesta: "¿Que es un padre?"

Elegimos este título para iniciar nuestra actividad porque nos pareció muy atractivo y con posibilidades de interesar a mucha gente. Pero además, el tema del padre es una pieza fundamental en toda la teoría psicoanalítica. Que la función paterna se haga efectiva determinará que podamos ser sujetos y acceder a la cultura y al lenguaje.

Con frecuencia se dice que el padre está en declive, que la paternidad está cambiando, que las cosas no son como antes. Todo eso es cierto pero eso ha ocurrido siempre. Siempre ha habido “nuevos padres”.
Los conocimientos sobre genética son muy recientes. Por ejemplo los griegos desconocían el papel del esperma en la fecundación. Atribuían a la madre un papel nutricio y al padre una trasmisión de orden espiritual.

El derecho romano instaura el patriarcado, la patria potestad. El pater familias tiene un derecho absoluto e ilimitado. Este pater cría hijos al servicio de la ciudad y de su familia, los cuales serán los encargados de trasmitir un nombre, un patrimonio o títulos y de continuar el culto a los antepasados. Pero la paternidad romana se parece más bien a una adopción. El hecho de que la mujer de un ciudadano romano haya tenido un hijo no lo convierte necesariamente en padre, será padre por voluntad propia. La comadrona colocaba al niño recién nacido a sus pies y él debía aceptarlo cogiéndolo en sus brazos o rechazarlo y exponerlo en un lugar destinado a ello. El pater podía adoptar hijos aunque ya los tuviera con su mujer y su poder sobre el hijo que era absoluto se mantenía durante mucho tiempo incluso cuando este ya era un adulto y tenía sus propios hijos. Las mujeres en esta cuestión de la adopción no tenían ningún lugar porque no tenían nada que trasmitir.

El padre en la época del cristianismo cambia radicalmente. En ese momento Dios es el padre, a diferencia del dios de Israel que nunca lo había sido. El Dios padre tiene un poder sobre el progenitor. Se valora la castidad y la monogamia. Si una pareja es estéril debe aceptar la voluntad de Dios y donar sus bienes a la iglesia. Poco a poco el poder del padre se va diluyendo en el grupo.

En la Edad Media los nobles que poseen títulos o propiedades o los campesinos que habían logrado poseer algo de tierra, desean trasmitirlos a sus descendientes y esto hace que se revalorice la paternidad y la trasmisión del nombre.

Más adelante en la vida en las ciudades el padre trasmite un oficio y se convierte en un maestro. Parece que en este medio crece la intimidad y se estrechan las relaciones entre padres e hijos, que hasta entonces habían estado basadas en el respeto y la obediencia.

En el siglo XVIII en Francia con la enciclopedia se empieza a limitar la autoridad del padre pensando en las necesidades del niño. Hasta ese momento el poder del padre sobre el hijo había sido absoluto. Una ley en 1882 en Francia autoriza a destituir a un padre de su poder sobre el hijo.
La revolución industrial continúa haciendo que el padre pierda valor y autoridad al tener que ausentarse de la familia para salir a trabajar a la fábrica. Lo mismo ocurre durante la primera guerra mundial cuando las mujeres se ven obligadas a asumir el peso familiar mientras los hombres están ausentes y desmoralizados. Las mujeres se empiezan a habituar a que los hijos son suyos.

Este breve recorrido nos muestra que la paternidad siempre ha estado cambiando en lo que a su forma se refiere.

En la actualidad el divorcio, la fertilización artificial, el lugar que ocupa la mujer en la sociedad o las nuevas formas de familia están influyendo sin ninguna duda en la paternidad. La familia se descompone y se recompone de una y mil maneras y en ella intervienen personajes como el asistente social, el terapeuta o el juez que hacen de intermediarios.

 

Para abordar el tema de la paternidad hay en primer lugar que desligar al padre del genitor. Alguien puede ocupar un lugar de padre sin ser el padre biológico y un padre biológico puede no ocupar esta función.
Una segunda distinción que tenemos que hacer es diferenciar al padre simbólico, es decir la función paterna, del padre real de carne y hueso.
El padre como función es el padre simbólico, el representante de la ley. El padre real puede realizar esta función o no.
Para convertirnos en seres humanos con posibilidades de lenguaje no tenemos otra salida que someternos a eso que llamaremos función paterna. Esta función no remite a ningún padre encarnado. Esta función puede realizarse incluso en ausencia del padre real. No es necesario que haya un hombre para que haya un padre simbólico. El padre de la realidad no es más que una especie de diplomático o de embajador. Del mismo modo que un embajador representa a su gobierno en otro país, el padre real representa al padre simbólico ante la madre y el hijo. Pero para embajador de un gobierno en un país extranjero no vale cualquiera. Un buen embajador deberá conocer la lengua del país al que va destinado y el padre si quiere ser un buen embajador también deberá conocer la lengua del deseo de aquellos ante los que debe cumplir su función, que son la madre y el hijo. Por lo tanto el primer punto que debe quedar claro es que ningún padre de la realidad es poseedor de antemano de esa función simbólica a la que representa, solo es el depositario legal de una ley que le viene de otro lugar, a la que él también está sometido y nunca podrá alardear de poseerla de antemano. Esto marca la distancia entre paternidad y filiación, es decir entre función paterna y paternidad real.
Freud utiliza un mito, basado en las teorías de Darwin para explicar el origen de la ley. Es el mito del padre de la horda primitiva. En el principio de la humanidad habría un padre violento, tiránico y celoso que guardaría a todas las mujeres para sí, expulsando a sus hijos a medida que crecían. Un día los hijos sometidos a esta tiranía se juntan y matan al padre. Después de muerto lo consumen en una comida canibalística como forma de apropiarse de los atributos y de la fuerza que tenía el padre. Pero al padre no solo le odiaban, también le amaban, lo mismo que le ocurre a cualquier niño y entonces se sienten culpables y se arrepienten de lo que han hecho. Esto hace que el muerto tenga ahora mucho más poder del que tenía en vida porque ahora los hijos se prohíben ellos mismos lo que antes les prohibía el padre y ellos mismos se niegan a tener relaciones sexuales con las mujeres. De otro modo, la convivencia habría sido imposible porque cada hermano habría deseado para sí el lugar del padre acaparando a todas las mujeres para él. La lucha que se habría producido habría destruido la sociedad. Tampoco habría ya ningún hombre que pudiera asumir el lugar de ese padre. De este modo se ha producido una interiorización de la ley. El padre tiránico que poseía a todas las mujeres no se convierte en padre simbólico hasta que ha muerto como hombre, quedando instituido como el fundamento de la función paterna. Por otra parte respecto al grupo de los hermanos se ha producido una deuda, deuda que nunca podrá ser borrada de forma definitiva ni para ellos ni para sus descendientes. Esta deuda es la que hace que el padre tenga después de muerto tanto poder y la única forma de pagarla es respetando su ley que no es otra que la de la prohibición del incesto, ley que está en el origen de la civilización.
Ahora veamos como un padre de carne y hueso puede asumir esta función ante su hijo y la madre de este.
Para que esto sea posible el padre debe dar una prueba de que posee algo, un atributo que será causa de odio y a la vez de admiración y envidia. En el principio de la vida de un niño, si las cosas han ido bien el niño está cautivo en una relación de fusión con la madre de la que el padre está excluido. El niño se ha identificado con un lugar, al que lo ha convocado la madre, en el cual él sería el objeto que la col
maría totalmente y el padre no es más que un intruso molesto. Es un momento en el que el niño no sabe de faltas ni de carencias, todo es completo. Pero el niño empieza a ver que este intruso molesto significa algo para la madre. La madre mira al padre y en esta mirada se evidencia un deseo hacia él. El niño entonces ya no está tan seguro del lugar que ocupa con respecto a la madre y así empieza a confrontarse con la falta y la incompletud. Al mismo tiempo el padre empieza a presentársele como alguien que tiene derecho sobre la madre y que por tanto priva, prohíbe y frustra. Esto no quiere decir que el padre tenga que prohibir ni que frustrar nada de forma deliberada, basta con la incertidumbre del niño. El niño también empieza a entrever que el deseo de la madre incide sobre el padre. El niño ha descubierto que la madre es dependiente del deseo del padre y en consecuencia su propio deseo hacia la madre ya no puede evitar el choque con el deseo del padre. De esta forma aprende que el deseo de cada cual está sometido a la ley del deseo del otro.

Esto le permite salir de aquel lugar donde él estaba colmando completamente a la madre, lugar que genera una angustia extrema. Salir de ahí es frustrante y doloroso pero liberador porque le permite al niño pasar de un lugar pasivo a un lugar activo. Prueba de que este paso se ha producido es el juego que realizan los niños de tirar un objeto que recuperan para volverlo a tirar. Este juego representa que el niño hace aparecer y desaparecer a la madre según su voluntad ya no es un ser pasivo que sufre el abandono.

Antes había dicho que el padre debía dar una prueba de poseer algo que le permitiría realizar su labor de embajador de la ley. Ahora podemos ver con más claridad en qué consiste. La prueba de que tiene algo la da la madre cuando mira hacia él, demostrando al niño que él tiene algo que ella desea. Por lo tanto el padre no está obligado a demostrar nada. Por el contrario, cualquier intento de demostrar algo está condenado al fracaso. Cuanto más intente demostrar que tiene algo más demostrará que no lo tiene o al menos que no está seguro de tenerlo. Estas demostraciones confundirían al niño, le dejarían sumido en la creencia de que no hay falta y le harían caer en la omnipotencia. Esto quiere decir que el padre también debe poder trasmitir que es faltante y que él también está sometido a la ley. Lo paradójico aquí es que el padre debe dar la prueba de que posee algo que por otra parte ningún hombre posee.

En un momento como el actual en el que se están produciendo tantos cambios entender lo que llamamos función paterna y poder pensarlo como una función es muy importante, porque como ya hemos dicho antes, no es necesario que haya un hombre para que haya un padre. Esta función la puede realizar otro embajador, quizás una mujer o un objeto o un personaje, algo hacia donde la madre mire con anhelo, desviando así su mirada del niño como complemento de ella, para que el niño pueda salir de aquel lugar de identificación con ser lo que completa a la madre.

Por lo tanto el padre y la madre en este nivel no son personajes sino funciones. La madre representa algo que se pierde y que siempre se anhela y se seguirá buscando oculto detrás de los objetos que vayamos deseando a lo largo de nuestra vida, sin encontrar nunca una satisfacción completa, lo cual nos permitirá seguir siempre deseando y el padre es ESO y no ese que hizo posible esa pérdida.
Generalmente es un hombre de carne y hueso el que ocupa este lugar de corte, quizás porque el hombre es impotente para la maternidad, la mujer puede mostrarle sus impotencias y esperar una respuesta.

Del mismo modo que hacía el ciudadano romano, el padre asume a un niño como hijo suyo, le da un nombre y de este modo lo incluye en una línea genealógica.
El padre que asume a un hijo inicia un recorrido junto a él que tiene sus momentos de dificultad. Al principio de la crianza hay momentos en los que puede sentirse excluido. Durante un tiempo cede a su mujer y él da un paso atrás, pero solo debe dar un paso nunca marcharse. Debe seguir ahí en un lugar de sostén de la madre. Para recuperarla solo tiene que esperar un poco y pronto le tocará el turno. En este momento de exclusión hay padres que se adueñan del niño y son más madres que la propia madre. Otros vuelven a una situación anterior y retoman las salidas con amigos y una especie de vida de solteros. Otros compiten con el bebé en exigir cosas a la madre. Pero la mayoría aguantan el chaparrón, acompañan a la madre y disfrutan del bebé.

El padre debe mantenerse en la diferencia generacional. El padre amigo o el padre colega es un padre que ha dimitido de su función. Nos podríamos preguntar qué hay detrás de esos padres tan permisivos, quizás permitirse algo a lo que ellos mismos deberían haber renunciado. Es cierto que ha caído un semblante del padre ligado exclusivamente a la represión, pero si el padre dimite de su función deja al hijo desprotegido y desorientado. El amor no está reñido con la ley. El niño y el joven agradecen el límite y les da seguridad. Que el padre se convierta en el amigo de sus hijos es una forma de obligarlos a crecer sin padres. No hay que confundir ser un buen padre con ser un padre bueno. Hay padres a los que podríamos llamar indignos que han realizado su función mejor que otros bondadosos.

El padre trasmitirá algo que está simbolizado en el nombre, al hijo y a la hija y cada uno lo utilizara de modo distinto. En el caso del hijo varón, este tendrá que apropiarse de algo, recibido del padre que hará que en un futuro le mire una mujer y le valore en su virilidad. Esto no será una donación fácil y exenta de esfuerzo, sino algo que el hijo deberá luchar y apropiarse a lo largo de su vida por medio de la actividad. El nombre hay que tomarlo y llevarlo y estar a la altura y esto se hace por medios de actos. Los hombres están lanzados a la actividad que les protege de la feminización. Cuando se encuentre con una mujer que le ame este nombre se anudará a su existencia. Dar el nombre confronta con la muerte. El padre que dona el nombre autorizará o no al hijo a tomarlo. El padre puede impulsar la actividad del hijo o no.

El padre de un varón, además de ser el principal soporte de las identificaciones del hijo, deberá poder soportar una ambivalencia mayor que la que le tocaría soportar en el caso de tener una hija. Deberá aceptar ser a la vez amado y odiado. Su hijo se medirá con él en la rivalidad. La rivalidad es un asunto del hijo, generalmente el padre no la siente.

Quizás para ayudarle a la hora de soportar la ambivalencia pueda serle útil pensar que el hijo rivaliza con un ideal que indudablemente caerá. La adolescencia es el momento de la caída de la idealización de los padres, lo cual deja sumidos a los adolescentes en una profunda tristeza. El padre real es aquel que va a significar la necesidad de renunciar al ideal y hacer el duelo por esta figura. No olvidar que el padre ideal es una fabricación del niño, es él quien lo ha construido y es con este ideal con el que será ambivalente. Cuando se habla de matar al padre es de este padre del que hablamos. Cuando el padre ha sido muy represor o muy tiránico para el hijo es más difícil matarlo como ideal.

El hijo consigue salir de esta relación de lucha y rivalidad con el padre cuando a su vez es capaz de ser padre de sí mismo y de sus propios hijos, con una capacidad de asumir, responsabilizarse y cuidar. A partir de ahí un padre y un hijo podrán reencontrarse de otra manera.
Es más fácil hacer el duelo por el padre ideal cuando el padre no se toma a sí mismo como ideal. Por eso un niño puede funcionar mejor con un padre imperfecto, un padre que a pesar de sus imperfecciones se ha atrevido a ocupar un lugar imposible. Hacerse cargo del mundo simbólico es una misión imposible. Decir “este es mi hijo” es angustiante pero no impide vivir. A pesar de sus imperfecciones ese padre puede reír j
unto a su hijo y de este modo demostrarle que se puede hacer algo con la angustia, que se puede soportar. Hay padres “perfectos” que no pueden hacer esto. Cualquier padre es insuficiente, encarnar al padre ideal es imposible. Ser un padre irreprochable es una catástrofe, lo mismo que ser un padre completamente devaluado.
La evolución de una futura mujer es diferente a la del varón. La niña mantiene con la madre una relación de la que nunca podrá salir de forma definitiva. A veces la apariencia de un intenso odio pone de manifiesto la intensidad de este vínculo con la madre. La niña está siempre buscando a quien amar. El padre será el primer destinatario de este amor cuando logre desprenderse de la madre. Será un amor que estará impregnado de una intensa pasión, eco de la pasión que previamente había existido por la madre. El amor hacia el padre permitirá que el deseo esté calado en el amor. Si permanece en el amor a la madre estará condenada a un amor sin deseo.

Es necesario que el uso que hace de este padre sea correcto. Es necesario que la niña haya visto su imagen como promesa de mujer reflejada en la mirada de ese padre, pero la mirada debe estar en su justa medida, porque si es excesiva habrá un tipo de complicaciones y si es insuficiente con encontraremos con otras. Para esto necesitamos un padre real de carne y hueso y que además esté vivo. Parecería como si la niña estuviera menos inclinada que el varón a arreglárselas con metáforas.

La niña está incansablemente cortando un vínculo para salvar otro. Se parece a un ejercicio de trapecista en el que se suelta de uno para agarrarse a otro y en el momento del salto tiene que haber alguien dispuesto a cogerla. Después de una intensa vinculación a la madre se suelta y pasa a amar al padre. Este es el salto más difícil. De ahí deberá soltarse para amar a un hombre que podrá elegir entre todos excepto uno. Para ella siempre estará el riesgo de volver al amor de la madre si le fallan aquellos donde ha depositado su amor.
En este último salto del padre al hombre, el padre debe poder permitirlo. Hay padres que en este momento pueden tener dificultades para dejarla marchar. Lo importante es que el padre no ponga su deseo en la hija, que su deseo esté fuera, en la madre o en otra mujer.

Se habla mucho de la relación de la madre con el padre, pero menos de la relación del padre con la madre o mejor dicho con la mujer, como mujer del padre. Es posible que haya una decadencia de la función paterna pero si atendemos a la queja de las mujeres parece que el padre funciona mejor como representante de la función simbólica que como hombre de la mujer.

Si la función del padre está en declive, donde falta el padre aparecerá el objeto de consumo y la pulsión. Esto es lo que puede estar ocurriendo hoy. El declive tendría que ver más bien con el “todo es posible del capitalismo”.
Es cierto que la familia está cambiando y los semblantes del padre también, pero mientras exista el lenguaje seguiremos inventando ficciones y la familia no es más que una ficción.

Presentado en León el 29 de octubre de 2014
Tertulias: Actualidad Pensamiento Psicoanálisis
Mª Dolores Navarro Iniesta

 

SHARE IT:

Leave a Reply