José Luis Cáceres: "La adicción a las drogas"

Una aproximación a su comprensión desde la clínica de orientación psicoanalítica

Cuando Freud descubre el psicoanálisis a finales del siglo XIX, las mujeres de la Europa victoriana experimentaban un sufrimiento muy particular que el conocimiento médico de la época catalogó como histeria. Era tal la cantidad de mujeres, y también hombres, que hoy día podríamos incluso decir que la histeria bien podría concebirse como un fenómeno social de aquel momento histórico.
En la actualidad, gracias al descubrimiento freudiano entendemos que los síntomas de la histeria son expresiones de un sufrimiento que el sujeto no logra llevar a la palabra. El síntoma histérico viene a ser entonces el sustituto de aquello que por algún motivo se encuentra no dicho por el sujeto. Finalmente, una palabra amordazada, como lo diría Lacan.

En esta época, desde finales del siglo XX la sociedad occidental viene padeciendo cada vez con mayor intensidad una problemática clínica que ya toma matices de fenómeno social. Me refiero a la adicción a las drogas. El aumento de programas de tratamiento tanto del servicio público como de centros privados, dan cuenta de una problemática que ya no es aislada y que parece incluso constituirse en el síntoma estructural de una sociedad de consumo.

No puedo evitar comparar el fenómeno contemporáneo de la adicción a las drogas con la histeria como fenómeno social de la Europa victoriana. Arriesgando una hipótesis que bien podría estar equivocada, uno puede interpretar la posición social de las mujeres europeas de finales del siglo XIX y principios del siglo XX en referencia a la histeria. Si el malestar en la histeria es una palabra que el sujeto no puede enunciar, no hace falta forzar mucho el análisis para comprender que la posición de las mujeres de aquella época era justamente la del silencio. No tenían voz ni voto en los asuntos políticos. En el hogar estaban relegadas a las decisiones que tomaban los hombres, principalmente sus padres o sus maridos. Y el lugar simbólico al que podían aspirar en la sociedad era un puesto de segunda en referencia a un hombre, es decir, ser la mujer de un hombre o la madre de varios.
Si en algo aportó el psicoanálisis al cambio social de entonces, fue justamente en otorgarles a las mujeres histéricas el estatuto de poder sobre su propia palabra. Las reconoció como sujetos hablantes con el derecho de decir.

Pero si en la actualidad la adicción a las drogas se nos impone como el síntoma de la época contemporánea, ¿podemos entender esta problemática de la misma forma que la histeria? ¿Se trata en la adicción a las drogas de una palabra no dicha que además podría dar cuenta de la particular posición de muchos sujetos en la sociedad de consumo?

Viñetas clínicas
Quisiera empezar a abordar estos cuestionamientos a partir de la experiencia clínica de tres casos.
El primero es una chica de 30 años que llamaremos Macarena. Llega a atención psicológica por un consumo dependiente de codeína y alcohol. La última vez que tuvo consumo de estas sustancias, ingirió varios medicamentos psiquiátricos, ansiolíticos y somníferos principalmente, porque “quería dormir por varios días”. Es derivada entonces por el servicio médico por adicción e intento suicida.
Inicio la atención diciéndole que me interesa saber cómo se va sintiendo emocionalmente con el programa de rehabilitación que recién empezó y que no le preguntaré nada de su pasado a menos que surja algún tema que ella quiera abordar. Durante un par de sesiones habla de su trabajo, de sus amigas y de su ex-pareja. A la tercera sesión dice de pronto: “a los 16 años mis papás me hicieron abortar”. Luego me cuenta que en esa época de su vida empezó a tomar alcohol y codeína junto a su pololo, de quien más tarde se separó.

Durante un mes nos reunimos en una frecuencia de dos veces por semana y ella habla de su pasado, del niño que perdió, de las pérdidas en su vida, de sus padres, del miedo que tiene de perder a su papá, de la pérdida de su ex-pololo y del deseo de que la despidan de su trabajo sin perder nada.
En los meses posteriores renuncia a su trabajo, sale con nuevos amigos y, lo que para ella era aún más difícil, empieza a separarse de su padre para comenzar a manejar su propia vida. Para cuando se da cierre a la atención psicológica, Macarena completa 5 meses sin consumo de alcohol ni codeína.
El segundo caso es el de un hombre de 40 años llamado Bob. Él es enviado a atención psicológica por adicción a la cocaína y a la pasta base. Dice sentirse deprimido, con la autoestima baja y no sabe por qué no puede rehabilitarse.

En la primera sesión le pregunto si le ocurrió algo en su vida que él considere que se relaciona con su adicción. Rápidamente contesta que no. Luego cuenta que hace 3 años su adicción a la cocaína empeoró y empezó a consumir pasta base. Le pregunto qué cosas pasaron ese año y responde: “mi mamá murió, me separé de mi esposa y me estafaron en un negocio… pero nada que yo pueda decir que me traumatizó”.
En las siguientes sesiones le pido que me hable de su separación y entonces habla de ello, de cómo se sintió rechazado y abandonado, de cómo le afectó el sentirse no amado y del temor que ahora tiene de empezar una nueva relación de pareja y equivocarse. Dice que con su ex-mujer él se comportaba como un super hombre y que cuando falló se sintió castigado por ella. Desde entonces usa el consumo de drogas para castigarse a sí mismo por no poder ser el hombre que debía.

Al tiempo que Bob habla va abandonando el consumo de drogas y logra por primera vez la abstinencia. Se recupera física y emocionalmente, ya no siente baja su autoestima, ya no está deprimido, sale a trotar en las mañanas, volvió a trabajar y recuperó el apoyo de su padre y de su hermano.

El tercer caso que quiero mostrar hoy es el de una joven de 20 años llamada María Libertad. Ella es traída a atención psicológica por sus padres, quienes están muy preocupados por su adicción a la cocaína. María asiste a la terapia “para cumplir” con sus padres. Dice que empezó a consumir a los 17 años con sus amigos, que le gusta “el carrete” pero que quiere dejar la droga para ser “una buena mujer”.

A medida que María habla empieza a descubrir que se siente dividida, como “en una balanza” en la que de un lado están las salidas con sus amigos, su libertad y la droga, y del otro lado está su familia, sus padres y sus hijos. A veces se siente “mala mujer” y quisiera ser la “buena mujer” que sus padres esperan. Cuando se siente atrapada en su casa, se escapa y consume cocaína.
Luego de dos meses de tratamiento María Libertad empieza a rebelarse a sus padres. Se da cuenta que cuando se siente mejor, ellos empiezan a involucrarla en sus problemas de pareja. Comienza entonces a contrariarlos, a tomar decisiones diferentes a las que ellos le imponen y empieza a proyectar una vida independiente de ellos. Mientras habla de esto, sesión tras sesión, María va perdiendo progresivamente el interés por la cocaína, ya no le produce el mismo placer.

Una posible comprensión desde el psicoanálisis
Fabián Naparstek, en su texto de introducción a la clínica con toxicomanías y alcoholismo1, retoma el estudio sobre la historia de las drogas que hace Antonio Eschotado2 y destaca que aunque el consumo de drogas tiene orígenes ancestrales en la historia de la humanidad, el síndrome de abstinencia, el cual se considera el cuadro clínico que permite diagnosticar el consumo de drogas como adicción o dependencia, se descubre por primera vez sólo hasta el siglo XIX, después de la guerra de secesión norteamericana de 1860-1865 y después de la guerra franco-prusiana de 1860-1870.

Durante estas guerras se usó la morfina de forma amplia para aliviar el dolor de los h
eridos en el campo de batalla. Dice Eschotado: “fue el primer experimento de empleo masivo para el fármaco, que convirtió en silenciosos recintos a hospitales de campaña antes poblados por aullidos y llantos”3. Es en este contexto hospitalario donde aparece por primera vez no sólo el síndrome de abstinencia, sino el fenómeno mismo de la adicción a las drogas con una función muy específica: silenciar el dolor del sujeto.
La experiencia de la clínica psicoanalítica parece confirmar lo anterior. Cuando se da la palabra al sujeto en la escucha analítica, ningún neurótico habla de su adicción. Hablan, como Macarena, de sus “pérdidas”, o como Bob de sus “separaciones” y de sus “fallas”, o como María Libertad de su división entre “buena” y “mala mujer”. Palabras como droga, cocaína, alcohol o pasta base no emergen como significantes que remitan a otros en la cadena simbólica del sujeto. Tampoco emergen como eslabones de la cadena significante del sujeto otras formas más coloquiales de llamar a la droga como falopa, mono o copete.
Parece entonces que la adicción a las drogas no tiene estructura de significante. Su característica parece ser justamente una ausencia radical de soporte simbólico en el sujeto. En este sentido, la adicción a las drogas no responde a la terapia como cualquier síntoma neurótico o cualquier formación del inconsciente. Ni la adicción, ni el acto del consumo, ni siquiera el síndrome de abstinencia es referido por los analizantes neuróticos como un símbolo susceptible de ser interpretado. En definitiva, el consumo de drogas en ellos no opera como un significante.

Si tenemos en cuenta el antecedente histórico brindado por Escohotado, así como lo hasta ahora encontrado en la práctica clínica, la función de la adicción a las drogas no sería la de hacer síntoma del malestar del sujeto, sino por el contrario, la de silenciar su dolor y su sufrimiento.
Ahora bien, ¿de qué otro dolor podría tratarse si no de aquel que deja su huella en el propio cuerpo del sujeto? Me refiero por supuesto, al dolor de la castración. ¿Pero quiere esto decir que en la adicción a las drogas opera una especie de silenciamiento de la castración?

En los tres casos anteriormente expuestos, puede descubrirse el desarrollo de la adicción a las drogas en una época en la que el sujeto se ve confrontado a una situación que le resultó traumática por cuanto revive una experiencia de pérdida fundamental. Así por ejemplo, Macarena desarrolla la adicción en la adolescencia, luego de perder a su hijo en un aborto forzado por su padres; Bob lo hace en la mediana edad, en el periodo en que muere su madre, es estafado en su trabajo y su matrimonio se viene abajo y termina con la separación; y finalmente María Libertad, quien se hace adicta a las drogas al término de su adolescencia, cuando debe enfrentarse a la vida adulta con independencia de sus padres.

Si en la adicción a las drogas funciona una suerte de rechazo defensivo frente a la castración, ¿qué operación es ésta : negación, denegación, forclusión?
Sylvie Le Poulichet llama a la operación de los narcóticos sobre el psiquismo una cancelación tóxica del dolor, que vendría a sustituir a la represión. Dice ella: “Dicho de otro modo, cuando se revela el «agujero» o la falta constitutiva de la relación del sujeto con sus objetos, el dolor puede presentarse como una respuesta inmediata que engendra un «repliegue narcisista». Esta respuesta se opone a la que organiza la represión a través del montaje del fantasma, que mantiene una relación erótica con los objetos”4. Este dolor narcisista sería la reacción frente a la pérdida cuando ésta no logra ser simbolizada y, ante esta falla de la simbolización, la cancelación tóxica vendría a operar como defensa sustitutiva de la represión neurótica.

Por su parte Fabián Naparstek5 se refiere a este mecanismo defensivo como un rechazo al Otro. Para él, el acto del consumo de drogas es un intento por atrapar algo de lo real sin ningún soporte simbólico. En este sentido, distingue el consumo de drogas de los pueblos indígenas, que tiene todo un soporte cosmológico desde sus costumbres y creencias religiosas, del consumo de drogas en la sociedad occidental, por cuanto este último no está sostenido por la función paterna. La adicción a las drogas sería entonces una especie de pasaje al acto que deja al sujeto fuera del campo del Otro.
Como sea, parece tratarse de una cancelación o de un rechazo de la castración que impide la función paterna en tanto operación de inscripción de la pérdida en el registro simbólico y, por tanto, silenciamiento del sujeto y de su malestar, o sea, silenciamiento del síntoma.
Esto quiere decir, que a diferencia de la histeria que hace metáfora con el dolor de la castración, produciendo de este modo un síntoma que es susceptible de ser interpretado en relación a la cadena de significantes del sujeto; la adicción a las drogas vendría a ser una suerte de compulsión de cancelación o de rechazo del dolor de la castración que bloquea la función simbólica y deja al sujeto en una suerte de posición límite respecto al campo del Otro.

Conclusiones: el consumo de drogas en la sociedad de consumo.
Lo anterior nos permite diferenciar el síntoma histérico de la adicción a las drogas. Mientras que en la histeria se trata de un no dicho que, pese a esto, no cesa de expresarse mediante la metáfora en el cuerpo, en la adicción a las drogas se produce un silenciamiento radical del sujeto favorecido por la acción de las sustancias químicas sobre lo real del cuerpo.
Ahora bien, ¿podemos extender este análisis al consumo de drogas como fenómeno social? ¿Estamos viviendo una época en la que la tramitación del malestar en la cultura se logra preferentemente a través de la alternativa por su cancelación mediante el consumo de drogas?
Ciertamente hay que ir con cuidado al abordar el análisis de los fenómenos sociales desde la experiencia psicoanalítica, sin embargo, no hay que olvidar que los sujetos que escuchamos están ligados al Otro y que gran parte del malestar subjetivo se configura en la relación del sujeto con el orden simbólico que nos precede.

En este punto, no puedo evitar cuestionarme por la demanda imperativa de felicidad que nos ordena la publicidad. En nuestra actual sociedad de consumo, la publicidad desborda nuestra campo experiencial con una promesa de felicidad absoluta que sólo podremos alcanzar si vamos más allá de todo límite. En los comerciales, ya no es extraño escuchar mensajes explícitos en este sentido, tales como: supera tus límites, ve más allá de todos los límites, ve hasta donde no hay fronteras.

Creo que si algo nos dice el problema de la adicción a las drogas respecto a nuestra época y nuestra sociedad, es que estamos en un momento límite en el que el orden de los mercados, que ha dominado todas las esferas de organización social y cultural, nos demanda que ignoremos el dolor de una vida agotada en la producción y olvidemos nuestro sufrimiento mediante la felicidad del consumo, la que, finalmente, se consigue embotellada en bebida oscura de 350cc.
 

NOTAS AL PIE

1- Naparstek, Fabián. Introducción a la clínica con toxicomanías y alcoholismo. Buenos Aires: Grama ediciones, 2008.
2-Eschotado, Antonio. Historia general de las drogas. Madrid: Alianza editorial, 1998
3- Ibídem, p. 44.
4-Le Poulichet, Sylvie. Toxicomanías y psicoanálisis. Las narcosis del deseo. Buenos Aires: Amorrortu editores, 1990; p. 65.
5-Naparstek, Fabián. Introducción a la clínica con toxicomanías y alcoholismo. Op. Cit.

 

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