Robert Lévy:"¿Qué decir de la sexualidad en la prostitución masculina?"

Madrid 17 de enero de 2015

Este título un poco enigmático me permitirá retomar y desarrollar las cuestiones sobre las que nos habíamos quedado la última vez: ¿que decir de los avatares de lo sexual en las perversiones y las psicosis? La prostitución masculina me ha parecido el mejor abordaje clínico posible; clínica que he podido frecuentar durante varios años, trabajando en el seno de una asociación: «Amicale du nid», asociación de ayuda a personas que intentan salir de la prostitución. En este ámbito había dos mundos muy distintos, el ámbito de la prostitución masculina y el de la femenina.

En líneas generales, será para mi un intento de aproximarme a una cuestión clínica que concierne a la dimensión de la sexualidad en la prostitución masculina, lo que nos lleva a cuestiones de perversión. Por cierto, quería comentar que el niño no es un perverso polimorfo, aunque Freud así lo dijera, para Freud eso significaba que el niño no tiene límite en lo que se refiere al goce. Pero el perverso si tiene límites, su límite es la escena fija. El niño puede gozar de todo, el perverso justamente no puede. Este tema es importante para nuestro tema del año y la cuestión de la perversión….

 

Esto plantea dificultades para ser pensado, ya que todo lo que concierne a esta forma particular de sexualidad, suscita enormes rechazos y dificultades de acogida. Entre los equipos de la asociación «Amicale du nid» -de la que he sido supervisor bastante tiempo- este era un punto de dificultad: poder pensar este particular modo de tener una sexualidad. ¿Por qué?, es una cuestión que atañe a la dificultad para reconocer cierta forma de sexualidad en esta práctica, mientras que es claro que, por otro lado, entre las personas prostituidas femeninas se trata de otra cosa, -el 90% son obligadas, son esclavas de las redes de prostitución y casi 80% han sido objeto de abusos sexuales- y esto, pese a los discursos edificantes que podemos escuchar en la televisión cada vez que se trata de prostitución, donde se contempla la prostitución femenina como una elección y un trabajo, cosa que no es en absoluto. En el caso masculino se trata más de una cuestión de elección y no de obligación externa, si de la obligación interna de un fantasma. En el caso femenino no hay fantasma si no es el de los niños abusados, cada acto de prostitución constituyendo una repetición del abuso inicial. La nacionalidad de las prostitutas es cada vez la de los países en guerra, que quedaron sin instituciones.

La sexualidad humana, la definiría en función de diferentes prácticas que incluye este término en relación con el deseo de cada uno. No es menos cierto que la prostitución no se puede considerar como formando parte de este gran conjunto llamado de prácticas sexuales sino es con una especificidad muy precisa, la de ser una práctica de exclusión del ‘partenaire’ como otro. He aquí ya una primera definición. Es una práctica de exclusión del ‘partenaire’ en tanto que otro, del lado del cliente.
Evidentemente, no podemos abordar nuestra sexualidad sino como un sistema de intercambios en el que el lenguaje tiene un lugar preponderante, tomado en un cierto uso de lo que constituye la puesta en escena de nuestro fantasma, es decir que no hay sexualidad sin fantasma.
Cada uno de los ‘partenaires’ encontrará en él (fantasma) su lugar, en el deseo que le es propio. Por lo tanto, cuando te digo que te deseo, es porque te incluyo en mi fantasma. Creo que será una definición bastante práctica y general para hablar de la sexualidad humana en todo caso.

No creo por otro lado, que los animales tengan recurso al fantasma, recurren a ciertas relaciones hormonales y biológicas que conciernen más a su instinto que a su deseo.
En cuanto al fantasma, para que podamos constituir algo de ese orden, es preciso poder hablar y recurrir al lenguaje que nos permite justamente poder constituir nuestro fantasma.
Sin embargo, esto no quiere decir que el »partenaire» del «acto de prostitución» sea un »partenaire» del fantasma. Esto ya es una cuestión importante, en la medida que se reduzca al ‘partenaire’ a no ser sino una cosa de la que se sirve para satisfacer esta dimensión pulsional, que no necesita ningún recurso al fantasma para satisfacerse.
Por esta razón, la persona prostituida está siempre en el lugar de un receptáculo y el cliente se limita a una práctica muy arcaica de masturbación, siempre insatisfactoria si nos referimos a los estudios realizados con este propósito, así como a los testimonios clínicos que hemos podido obtener.

Sin embargo, me parece que hoy existe una diferencia extremadamente importante entre la prostitución femenina y la masculina, que no recubre las mismas realidades en cuanto a la forma de esclavitud que la prostitución implica.
Existen igualmente diferencias fundamentales en cuanto a la construcción de la sexualidad entre las personas prostituidas, en función de su sexo y de su relación con la estructura psíquica. El sexo y la estructura son dos cosas diferentes; sin embargo, se dividen y se diferencian en función de las personas.

Entre las personas prostituidas femeninas, encontramos un abanico bastante representativo de pertenencia al campo de las neurosis y de las psicosis, con exclusión casi total de la homosexualidad y de las perversiones en el sentido estructural del término.
Por el contrario, la prostitución masculina se sitúa esencialmente en el gran grupo de prácticas homosexuales, perteneciendo en este caso más o menos al de las neurosis. Sin embargo hay un porcentaje muy representativo en el registro de las perversiones y del transexualismo del que trataré también de decir algo.
A propósito del transexualismo, nos podemos preguntar, siendo un debate actual, de que estructura se trata en esta tan particular manera de abordar el sexo biológico como un error de nacimiento a ser corregido. Si se trata de un problema genético, como parece querer afirmarse en la actualidad en ciertas investigaciones; ¿se trata de cierta forma particular de normalidad en cuanto al modo de abordar su sexo o se trata de otra cosa? Luego diré algo al respecto.

La personalidad más representada en la prostitución masculina es la del travestí, del que no se puede excluir completamente que se trate del registro de una forma particular de perversión, de perversión en el sentido de la estructura.
A partir de este primer señalamiento, trataré de precisar -lo que podemos llamar- sexualidad en la prostitución masculina, refiriéndonos a dos elementos de orientación importantes. El primer elemento es que sea cual sea la estructura en juego en la prostitución masculina, la persona prostituida tiene un lugar femenino para el otro y es este lugar, el que ha sido objeto muy pronto de abusos sexuales infantiles en una mayoría aplastante de los casos.
El segundo elemento es que la sexualidad en la perversión recurre necesariamente a la fijeza de una escena única y fija, en el cual el otro tiene un lugar idéntico e inmutable. Escena y no fantasma, esto es importante. El fantasma perverso no es un fantasma al modo freudiano donde hay flexibilidad de roles, argumentos y personajes.
En tercer lugar, en el registro de los problemas profundos de la personalidad que encontramos en ciertas formas de psicosis, el repudio de la realidad es tal que el delirio toma un lugar preponderante y excluye toda capacidad de constitución del fantasma, incluso si hay alguna tentativa de suplencia allí donde el fantasma no realiza su tarea.
Finalmente, cuarto punto, la sexualidad con ‘partenaires’ mútiples es un dato común a los dos elementos de los que he hablado. Hemos de considerar pues, la cuestión del partenariado múltiple como un modo de abordar cierto tipo de relación con el otro y con el goce, contrariamente a la prostitución femeni
na en la cual estos dos elementos están excluidos la mayor parte del tiempo, pues los ‘partenaires’ múltiples les son impuestos por la servidumbre de que son objeto muchas veces por parte de las redes mafiosas.

Este goce implica que el otro, el ‘partenaire’, esté en un mismo lugar y responda a la misma función. Esta función, nos lleva forzosamente a la idea de que el otro, en esta perspectiva, queda reducido a una parte, es decir una especie de metonimia. En este caso, no es un objeto de goce más que como parte de su cuerpo, pene u ano. En efecto, la persona a la que pertenecen estas partes del cuerpo no es necesariamente deseada como tal, es decir, como formando parte de un todo. Es un elemento muy importante para señalar. Podemos decir ya que se trata ahí de una fetichización o totemización de los órganos de la diferencia (diferencia biológica), reducción metonímica del otro a su valor de órgano. Este erotismo se constituye en el hecho de ser activo o pasivo y se reduce a la idea de tomar o ser tomado en un eje cabeza-cola.

Los travestís a menudo están hormonados, se visten como mujer para las salidas nocturnas y la prostitución es parte del juego, su manera de gozar está cerca de la prostitución (partenaires múltiples) siendo totalmente capaz de vestirse como hombre el resto del tiempo sin la menor dificultad.
En cuanto al travestí, la cuestión de su goce se plantea en términos muy precisos. En efecto. No tiene ninguna duda de ser un hombre, pero su goce resulta de una puesta en escena en la que se viste con los oropeles caricaturescos de la mujer en un exceso, de tal suerte que pueda suscitar en la mirada del otro, cuando el otro está turbado, esta confusión, esta vacilación de la certidumbre habitual de la diferencia de los sexos. Es sobre este punto que se realiza su goce: en ese punto de vacilación de la diferencia de los sexos. Encuentra su goce en este momento en que su ‘partenaire’ se confronta siempre a lo que podemos nombrar como angustia. En la perversión, es siempre la angustia la que es buscada en el otro. Es una de las razones por las cuales es tan difícil poder trabajar, incluso para los colegas trabajadores sociales, con las personas prostituidas travestís hombres.

Hay siempre esta dimensión en que la angustia alcanza a los que se ocupan de ellos porque hay siempre este momento en que la persona travestida va a tratar de buscar y a menudo encontrar este momento de vacilación en la mirada del otro, el travestí nunca para y por tanto se les rechaza a causa de la angustia que suscitan, sobre todo en los hombres que trabajan con ellos y no tanto en las mujeres. ¿Es una mujer hombre? ¿es un hombre mujer? De todos modos, en los dos casos, se tratará de estar provisto de falo.

El otro, el ‘partenaire’, en esta perspectiva, es siempre un otro metonímico, es decir, reducido a no ser sino una parte, en el sentido en que es reducido a no ser más que una mirada de angustia que vacila en este momento de incertidumbre en que se vuelve a jugar la diferencia de los sexos. A lo que apunta el travestí en el otro en esta angustia es pues a esta vacilación posible en su ‘partenaire’ de la cuestión de su certeza sobre la diferencia de sexos, vacilación del ser. Algo deviene equívoco en la certeza. Lo que se juega es hacer explotar la ubicación, que no haya una ubicación posible, encuentro con una persona fálica en lo real, metonimicamente, eso toca el ser como decía Guillermo, el ‘Hilflosigkeit’. Hay pues repudio de la realidad. El goce del travestí se realiza cuando ha percibido en la mirada de su ‘partenaire’ esta duda sobre el hecho de que las mujeres puedan tener uno también.
Desde el punto de vista del fantasma, podemos decir que no lo hay, puesto que el fantasma supone que hayamos podido estructurar nuestro aparato psíquico de tal modo que podamos hacer funcionar cierto número de escenas, que pueden ser diversas y en los cuales las personas que introducimos en nuestro fantasma puedan ocupar lugares diferentes, hay un relato.

Así pues, la cuestión del travestí, como en el fondo la cuestión de la perversión en general, es que no hay lugares diferentes en su fantasma perverso, no hay más que uno y es precisamente lo que el travestí busca poner en marcha sin cesar en una escena fija que no tiene, en consecuencia, valor de guión. No hay otro, el otro del goce está siempre en el mismo lugar.
Podemos decir que no hay fantasma en este momento, en todo caso en el sentido del neurótico, puesto que se trata de la repetición de la misma escena fija en el cual los ‘partenaires’ son esperados siempre en el mismo lugar. La escena se desarrolla entonces en la inmutabilidad necesaria para que lo mismo se reproduzca sin fin, sin ningún modo de transformación ni modificación. No es ni una escena, es una foto fija. (En francés la palabra escenario remite a guión, argumento y el sentido de la escena perversa es más una foto fija con una inmutabilidad necesaria para ser reproducida al infinito)

R. Hernandez: (inaudible) la vacilación del ser….arcaísmo ligado a ….pasaje del infans …a su madre….

R. Lévy: algo fijo de esta madre no castrada. si, es la foto que se mantiene.

K. Van Diest: relata un viaje a un poblado en México, sociedad matriarcal, fiesta de travestís, obra de teatro a la que puedes asistir. Con una misa en la que decían que la homosexualidad estaba permitida. (inaudible la mayor parte)

R. Lévy: Gracias por el testimonio. Precisar que no es una sociedad homosexual sino perversa, la homosexualidad es una orientación sexual en la que hay todas las estructuras.
Para el transexual, evidentemente, la cuestión es diferente. En efecto, él no ha tenido nunca la intención de engañar a nadie sobre la mercancía. Sabe desde siempre que en su nacimiento hubo un error genético y que aunque nació en apariencia del lado masculino de la humanidad, sin embargo es una mujer o si nació del lado femenino sin embargo es un hombre, lo cual es menos frecuente. No cesará de querer reparar este error por todos los medios posibles e imaginables. Lo que prevalece en el sujeto transexual no es como en el travestí, esta vacilación de la certidumbre de la diferencia de los sexos para el otro, sino su certeza de que hay un error. Le da igual saber si los otros le toman por un hombre o una mujer puesto que sabe íntimamente de lo que se trata, lo cual no impide plantearse algunas cuestiones sobre su goce.
Para el sujeto transexual la meta consistirá en encontrar ‘partenaires’ que le aporten la prueba de este error por el hecho de que sus ‘partenaires’ puedan desearlo por lo que él sabe que es, a saber una mujer si nació hombre y un hombre si nació mujer. ¿hay goce en esta certeza?; ¿es la misma cuestión que la que se plantea en el sujeto paranoico?
Contrariamente al sujeto travestí, él no busca sostener ninguna ambigüedad, sino encontrar en el otro la prueba por el deseo, de que es una mujer, lo cual va a permitirle encontrar la confirmación evidentemente de la certeza que tiene desde siempre, de que se trata en efecto de un error de su declaración de sexo. Y, bien entendido, esto explica que: puesto que uno le desea como una mujer, ello demuestra que se trataba de un error.
Vemos que la cuestión de su goce se plantea en términos diferentes y problemáticos. No tiene nada que ver con el goce del neurótico en general y todavía menos con el del perverso. Entonces, la cuestión del fantasma también se plantea. ¿se trata de un fantasma cualquiera? A mi modo de ver, se trata de algo que es más bien la consecuencia de una lógica que nombraría como lógica delirante. Lógica muy bien estructurada tal como el delirio de la paranoia.

No todos estamos de acuerdo al respecto, lo se bien. Por mi parte, pienso que el transexualismo es una forma de psicosis. Se trata de una forma particular de delirio paranoico y ahí, encontramos todos los elementos para poder evocar esta dimensión, que tiene su interés, creo, para trabajar ta
mbién con estas personas. No es igual tener esta idea en la cabeza que no tenerla, especialmente porque la cuestión del delirio es grave y difícil y excluye en cierto modo que se pueda hablar de trabajo sobre el fantasma.
Por otro lado, conocemos cierto número de operaciones, no psíquicas sino quirúrgicas que han desembocado a menudo en el suicidio. Evidentemente, la cuestión del delirio viene ahí como concepto central en lo que se puede decir de las razones por las cuales el suicidio acontece a menudo tras la cirugía, momentos que se pueden nombrar como de des-compensación psicótica. ¿Quiere decir esto, que el tiempo previo de la reivindicación de reparar el error le permitiría compensar su psicosis? Creo que si, la reivindicación es una manera de compensación psíquica, ese es el delirio, se presenta en la palabra equivocación. Hay un enemigo: la equivocación que cambio la realidad sexual y eso compensa su psicosis. Tras la cirugía, se pone en acto de modo metonímico su palabra, si, fue una equivocación ahí desaparece el delirio y aparece la psicosis.

M Moreno: Esta reivindicación delirante…cuando una persona cambia de sexo automáticamente cambia el sexo de la pareja, eso lo observa también C. Millot. ¿Cual es esta búsqueda, que se pone en la identidad sexual? La operación de cirugía no consigue anclar esa deriva.

R. Lévy: Seguramente hay muchas figuras posibles, pero la más importante es el suicidio tras la operación. Hay otras salidas, las menos, que pueden servir también de metáfora delirante, cada caso es singular. Por ello, la puesta en marcha de algunos dispositivos para evitar el riesgo de suicidio.
No podemos pues hablar de fantasma puesto que se trata más bien de un fenómeno delirante y persecutorio; el sujeto es tomado por la persecución de este error del que es objeto desde su nacimiento y que se trata de reparación en una lógica llevada al extremo, hasta la muerte.
El ‘partenaire’ -evidentemente es importante- no tiene tampoco existencia, no es un otro sino en la medida en que puede nutrir y mantener esta certeza delirante. Sirve para eso únicamente. ¿es un otro por lo tanto? La cuestión queda abierta, ello depende de la definición que tenemos del otro, y de lo que entendamos con el término ‘partenaire’.

Todo esto me permite introducir y diferenciar ahora y para terminar, la relación del deseo con la ley. Es muy importante puesto que la sexualidad humana está atravesada por la dimensión de la ley del deseo y de la relación del deseo con la ley en un sentido y en el otro.
Hay dos clases de ley del deseo a las que estamos confrontados, y son importantes para la constitución del habla-ser (parlêtre). Una es del registro de la ley del deseo en el marco bastante amplio de la neurosis. Es esta ley la que hará decir a Lacan que «la horca no es la ley» porque la horca no es más que el castigo de la ley superyoica, es decir, la que rige el deseo del sujeto por el sentimiento de culpa. Esta ley del neurótico es una ley del deseo en la que la dimensión de la culpa es un elemento esencial. Esencial en razón de la amenaza del castigo si el sujeto la transgrede. Dicho de otro modo no hay ley del deseo, en todo caso en el neurótico, sin que haya una referencia a la culpa y al castigo.
Esta ley queda del lado del deseo reprimido y de sus funciones, como acabo de señalarlo y sus funciones son la culpa y la represión.

En esta referencia a la ley, el deseo está confrontado a lo que puede formularse de la manera siguiente: «haz tu deber, si no, serás castigado». Es la ley más habitual del deseo, la cual la encontramos en todo neurótico, en la «normalidad» habitual del deseo. No se si se puede decir que hay una normalidad, pero en todo caso esta ley no es ni del registro de las perversiones, ni de las psicosis o del transexualismo, que he situado del lado de las psicosis.

En la sexualidad masculina y del lado de las perversiones, se trata de otra ley. Podemos llamarla la gran ley. Se constituye fuera del Superyo y al lado de lo que es habitualmente la puesta en marcha del deseo, es decir, la culpa, el castigo, la represión como en el neurótico como acabamos de ver.
No es en este registro donde se constituye la ley del deseo por el lado de la perversión. Es cierto que no es sino abordándolo desde la perspectiva de Kant con Sade, que podemos tener una pequeña idea, al menos de lo que representa como diferencia en relación a esta ley más general del deseo. Hay la ley del lado neurótico con tres términos: deseo, represión y castigo-culpa y la otra ley de la perversión que no es un registro de ley y no tiene relación con el superyó. Podríamos dar una aproximación con Kant justamente, bajo el modo de esta formula » haz tu deber», y no «haz tu deber, porque si no serás castigado». Con esta fórmula reducida a «haz tu deber», la parte del vinculo del deber con el castigo desaparece. O más bien, no es que desaparezca, sino que no es ya constitutiva de la relación del deseo con la ley en esta aproximación de la sexualidad con la perversión. Del lado de la perversión, la ley del deseo está confrontada solo a un imperativo, el de: «haz tu deber». Lo que importa es hacer su deber, sin culpa, sin otro, sin superyó.

Eso permite comprender por otro lado por qué hay este retorno sin cesar a las mismas escenas, como una especie de imperativo de tener que encontrar siempre y de manera permanente, este mismo lugar que no se puede pensar en la neurosis.

Así, en el sujeto perverso la relación del deseo con la ley está constituida bajo la forma de un imperativo, del «haz tu deber», es decir, de lo que Freud llama » la verleugnung», el repudio, que se podría traducir como el rechazo ambiguo-opaco. Lo habéis comprendido, es el rechazo ambiguo de la diferencia de sexos lo que funda otra forma de relación con la ley. No hay represión, lo que importa es obedecer, es el acto en si.
En efecto, al contrario, reconocer la diferencia de los sexos es un modo de situarse en otro lugar de la ley que no es precisamente el lado en el que se sitúa esta forma de sexualidad.

En el repudio, es cuestión de poner en marcha este ambiguo rechazo en el cual se encuentran todos los escenarios en los que el objetivo es poner en escena el repudio de la diferencia de los sexos. En este caso, el sujeto, el otro, se reduce a no ser más que un agente ejecutor de esta ley, verdugo insensible y apático, que no soporta ninguna forma de división. Es un sujeto que no está dividido; es simplemente un agente ejecutor del imperativo de esa forma de ley del deseo.
Lo que he de señalar es que este agente recibe este imperativo de cumplir su deber, que su regla es la apatía, es decir, una total indiferencia a la satisfacción y al placer. Es una de las cosas que se percibe en esta forma de prostitución, en todo caso en estas personas; es decir, una especie de distancia respecto de la cuestión del placer justamente, donde la dimensión del goce ya no recubre la del placer. Son personas que están en cierta apatía igualmente en la aproximación que tienen hacia su propia sexualidad, apatía que no tiene nada que ver, quisiera decirlo, con la que se encuentra por otro lado en las personas prostituidas mujeres, ellas están evidentemente en una apatía totalmente diferente.

Se trata en este caso de seguir la ley del deseo más allá del principio de placer y de tener la voluntad de realizar este goce, al cual no se accede sino deviniendo puro instrumento de la ley, es decir, fuera de toda culpabilidad; la cual no forma parte de este registro.

Son cosas difíciles de pensar evidentemente, cuando no se tiene esta constitución psíquica y esa misma relación con el deseo. Es cierto que es muy complicado, suscita enormes rechazos, horror sobre todo, puesto que toca puntos de real en estado puro difícilmente pensables.

Acabaré con una cuestión relativa a la ley del deseo en el transexual. Ahí no estamos en el mismo registro. La ley del deseo, en ese mome
nto está ligada a lo que para él ha sido forcluído, a lo que ha hecho agujero en un momento dado, en su propia relación con lo simbólico y en su propia relación con la ley, es decir, un agujero en la cuestión misma de la ley. Se puede decir que en cierto modo, su delirio es una tentativa de reconstruir o de construir incluso algo allí donde ese nada de la ley ha hecho agujero.

Podemos decir que incluso este modo de construir un delirio a partir de un error de la percepción de su «sexuación», sigue siendo una manera de poder poner algo en el lugar de esa nada, a la que el transexual se confronta en el origen como forclusión, como vacío de ley precisamente, como vacío de relación a la ley.
La certeza delirante en cuanto al error sobre su sexo hace que en el fondo ya no este sujeto a ninguna ley, si no es aquella que su construcción de certeza delirante le dicta, aún allí bajo el modo del imperativo, de la orden. No es la misma orden que en la perversión, sino que es el imperativo de reparar el error sexuado de su nacimiento.
He aquí, groso modo cómo él reconstruye lo que tiene lugar de ley del deseo por esta vez. Reparar este error de declaración del sexo es un modo de comprometerse en cierta forma de ley del deseo.
¿Es un deseo? ¿es una ley? Ahí evidentemente, todas las preguntas se abren. Son cuestiones extremadamente difíciles, pero no creo que podamos pensar la cuestión de la sexualidad en la prostitución masculina si no disponemos de estos elementos. Ciertamente, eso no tiene nada que ver con la prostitución femenina, en todo caso en su modo de relación con la sexualidad.

Creo también que si tenemos en mente estos conceptos, en especial en cuanto a la relación particular con cierto modo de goce a su disposición, no podemos comprender tampoco o al menos no podemos concebir la dificultad de la renuncia de estos hombres a la prostitución.
La cuestión, como he evocado ya, no se plantea como en la prostitución femenina. La renuncia a la prostitución en las mujeres es muy difícil por razones relativas a las redes de esclavitud que las someten, pero también es muy simple, porque no está comprometida en su goce sexual.
Para los hombres, lo diré de manera radical, se trata de renunciar a la prostitución sin renunciar a su sexualidad. Son dos cosas totalmente distintas y diferentes pero que sin embargo se ponen en batería en el fenómeno de la prostitución.

Justamente la dificultad del lado de la prostitución masculina es que la renuncia a la prostitución implica también -es precisamente lo que hay que trabajar con ellos, creo- algo de cierto tipo de renuncia a cierto tipo de goce.
No quiero decir tampoco que es porque se es transexual o travestí que uno se prostituye. No se trata tampoco de entenderlo de este modo. Sin embargo algo se juega de la dimensión del goce específico y particular de unos y otros en la prostitución como dispositivo de perversión y de psicosis.

Para terminar, -y es esto lo que lo hace difícil- en los equipos que trabajan con estas personas, sabemos que es esta dificultad de la que se trata, incluso si no se dice muy claramente. Hay ahí un compromiso en cierto tipo de goce particular en este dispositivo en el que la prostitución conduce a realizar un elemento que es de la dimensión perversa y de la fijeza de la escena.
Estos elementos van más allá del tema de la prostitución.

M.C. Estada: Cuando decías que la persona que se prostituye queda en posición femenina, no me parece que sea femenina, me parece que igual sería mejor decir feminizada

R.Lévy: Es difícil de contestar, depende de la definición que se tenga de lo que es femenino. En el semblant hay distintas maneras de entenderlo, como metáfora, como metonimia o como delirio. En Schreber se encuentran estas distinciones: como mujer metonímica, metafórica o delirante y su paranoia también supone la posición femenina pero delirante. La cuestión de la definición femenina pasa por estas referencias de saber de que objeto se trata, del objeto como parte, del objeto total o de la falta de objeto. Pienso que en la prostitución lo que se busca, lado cliente, es algo que tiene que ver con las tres formas de objeto femenino para uno: objeto femenino reducido a su agujero, metonimicamente. Metafóricamente: la mujer puta y el fantasma de la mujer puta y las dos otras féminas serían la fémina lado perversión como en Sade, figuras femeninas que son mujeres pasivas que se usan como objetos y la última figura es la fémina lado paranoia como en Schreber.

R. Hernandez: es la mujer reducida a un agujero o reducida a un objeto. En el segundo caso ya hay algo metafórico.

R. Lévy: ….hay una figura fetichizada de la mujer en Sade.

G. Kozameh: (inaudible)

R. Lévy: el transexual da la prueba de su transexualidad pidiendo la operación…el travestí de la prostitución usa hormonas, pero la frontera es cambiar de sexo. Hormonarse queda en el ámbito del semblante, atrapar la mirada del otro teniendo pecho y pene, eso es lo más exitoso de la trampa, sin pene no hay trampa.
Para los transexuales, como he dicho, es muy diferente. Pero evidentemente en lo que concierne al dispositivo de la prostitución, cuantas más pruebas se tienen, más validez tendrá para confirmar que se es mujer. Saben bien que el multi-partenariado en la prostitución conlleva este número de personas que dará cierta consistencia a la prueba del lado del transexual.

No es por nada que se encuentra en las personas travestís y entre los transexuales, un número importante de ‘partenaires’ que el dispositivo de la prostitución hace muy posible con el resultado siempre renovado en cada pase, donde el sujeto puede ser reducido o reducir al otro a ser un objeto.
Podemos añadir que encontramos también grandes diferencias con la prostitución femenina porque en la prostitución masculina, no hay o hay muy pocas redes mafiosas. Es más bien una red comunitaria. Es muy interesante por otro lado, porque se trata para los sujetos prostituidos masculinos de encontrarse entre ‘iguales’, entre ‘lo mismo’.
La cuestión de «lo mismo» tiene también todo su interés y toda su función en la perversión y en el reconocimiento llamado «mismidad».
Evidentemente la dificultad es la de poder encontrar un otro que sea un otro en el sentido neurótico pero no estamos en dicho registro. El otro es siempre alguien reducido, en todo caso muy a menudo, a su metonimia, a una parte de si mismo, a una parte de su cuerpo, a su sexo. Ya lo he dicho. Incluso en el modo de construir la prostitución, no estamos en los mismos dispositivos que en la prostitución femenina.

En fin para hacer un poco de eco a la película » mi mejor amiga», quisiera decir que esta obra nos deja en cierta ambigüedad entre el travestí y el transexual. Sea como sea, encontramos en los dos casos, muy a menudo la práctica del recurso a las hormonas. Con la práctica y con el tiempo, poco a poco, ciertas personas van a pedir ser quirúrgicamente transformadas, aunque otras no. En este momento, sabremos que eran transexuales. Otros van a seguir siendo travestís, jamás van a pedir operarse y sostienen un discurso bastante claro sobre el hecho de que ellas son hombres. No es esa su cuestión; su cuestión no es saber si son o no hombres.

Ahora, ¿cómo se resuelve, se organiza todo esto en el tiempo?, hemos de decir que felizmente cierta plasticidad en cada uno hace que haya arreglos sucesivos, encuentros, momentos de surgimiento más o menos fecundos, de cosas que hacen que eso revele algo del orden de la estructura. No se sabe necesariamente en un primer tiempo…Cuando llegamos verdaderamente a la operación quirúrgica, creo que ya no hay dudas. Puede haber una duda antes, pero no en ese momento.

No creo que una persona travestí perversa – una vez más en mi boca esto no es negativo, y recurro a elementos de estructura- una persona que se puede calificar de perversa en el sentido estru
ctural del término, vaya a hacerse quitar los testículos. Jamás. Eso no existe. Al contrario, incluso porque es preciso que ellas tengan ‘pelotas’ testículos para que la ambigüedad sea la mayor posible y que la angustia del otro sea la más realizable. Si ya no tiene, eso no funciona.

Creo que son elementos clínicos que no producen duda.
Por otro lado, sobre el modo de defensa en la psicosis ahí estamos en otro debate. Un debate muy interesante.
Quisiera terminar sobre lo que será objeto del próximo seminario que es la cuestión siguiente: ¿tenemos opción de elegir nuestra sexualidad?

En efecto he evocado la dimensión grupal o más bien la necesidad de evolucionar en grupo, que identifico más a un grupo identitario que a uno comunitario de Trans y de travestís. Mi pregunta sobre la dimensión sexual es que ciertos sociólogos y filósofos pretenden que en cierto momento de la vida de algunas personas travestís o transexuales, el mercado de la oferta sexual es limitado y condiciona la inscripción en una sexualidad que conduzca a la persona a un engranaje, a una práctica aprobada por el grupo de pertenencia.
Hay una experiencia bastante extraordinaria que me ha sido contada con un travestí, trans, de pronto no se muy bien como se le llama. Se hormonó y se encontró en su lugar de prostitución con un trabajador social. A la edad de 40 años, volvió y anunció que se había casado. Una colega le planteó la pregunta, ¡es extraordinario!: “¿en Argelia se acepta el matrimonio homo?” Él tiene grandes pechos porque tomó hormonas muchos años. Dijo, «no, me he casado con una mujer. No tenéis ni idea, es extraordinario hacer el amor a una mujer»
Es por eso que se puede plantear esta cuestión del mercado de la oferta sexual. Estas personas, en cierto momento de su vida, vivían una limitación de ofertas sexuales inscribiéndose en una dinámica de grupo, en una homosexualidad. Con cuarenta años, ella descubre que otra sexualidad es posible.

 

Transcripción: Roque Hernández y Lola Monleón

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