Serge Sabinus- "Un sexo que no fuera aparente"

París, Octubre 2015

Soy insomne. Desde mis más lejanos recuerdos soy insomne. Como toda declaración de identidad, es un síntoma. No lo digo sin reír, soy bretón, judío, hombre o mujer. No lo digo más tarde – sin reír – ¡soy psicoanalista! (en el film “Casablanca”, el comandante de la SS interroga pérfidamente al patrón del bar, Rick, interpretado por H. Bogard: ¿“pero en realidad de que nacionalidad es usted? – ¡Soy alcohólico!). Y de quererse desprender arregla pocas cosas. Escuchen más bien a esta otra celebridad interrogada, el Cristo: acusado por Poncio Pilato de pretenderse hijo de Dios, el lanza a su acusador una vigorosa interpretación – “¡Eres tu quien lo dice!”. Lo sabemos, ¡se sigue de una terrible y cruel incomprensión que dura todavía!! Pero ahí está mi síntoma y eso me preocupa, entonces yo, se los digo: “tengo insomnio”.

Durante años, durante décadas, yo obtuve con placer muchos beneficios, de los que les menciono los últimos tres:

Escuchar las 31 variaciones Goldberg de Bach

Escribir el texto de esta intervención de hoy y,

Leer algunos cuentos de las mil y una noches que el malicioso azar ha deslizado en mi ruta.

El insomnio es una experiencia de verdad. Por estos tres momentos – que, debo admitir, no están siempre a la altura de mis esperanzas, ella a veces se asemeja a una epifanía de lo real, de la cual, al final, la apariencia parece prohibida. Los ojos al fin abiertos, creo ver, eso que me distrae de las ilusiones de ver para creer.

Los Ancianos han difundido este saber a través de los tiempos: Muerte y Sueño, son dos gemelos; ellos yacen silenciosos en los cuartos de nuestras almas. He ahí el umbral donde estaciona el insomne: entre muerte y sueño, se queda en la puerta! Sí, pero ¿cuál? « Sunt geminae somni portae ». Hay, segun Virgilio, ese gran latino amado por Freud, dos puertas del sueño, las puertas gemelas del sueño, « Sunt geminae somni portae ». “Al momento de dormir a veces tengo la impresión de asistir a mi muerte” me dice un paciente obsesionado…

 

Después de haber reencontrado a Anquises, su padre, y de recibir de él el conocimiento de su destino, Eneas es conducido por la Sybilla a la salida del infierno. Es ahí, confirma Virgilio, que están las puertas gemelas: una es la puerta de cuerno, es el resultado dedicado a las sombras verdaderas, fuentes de verdaderos sueños, proféticos a pesar de su materia corruptible y vil. La otra, toda noble, es la puerta de marfil, lugar de pasaje de estas vanas ilusiones transportadas por los sueños embusteros. Gerard de Nerval nos confía esto, en Aurelia: “El sueño es una segunda vida. Yo no pude penetrar sin estremecer estas puertas de marfil o de cuerno que nos separan del mundo invisible”. ¿De qué está hecha la realidad de la diferencia sexual? ¿De cuerno o de hueso, como una sombra verdadera, una verdadera mentira, o bien tallada en el marfil para mejor engañar con sus evidencias? ¿Hay un sexo que no es (¡al fin!) apariencia? ¿Qué puerta elegir? Virgilio elige con Anquises, que indica a su hijo la buena puerta, aquella de marfil, la puerta de las vanas ilusiones, la de las apariencias, la puerta de los sueños engañosos, aquella que la mirada despista. Pero yo, con mi insomnio, quiero ver: “yo quiero continuar hasta que no haya nada más para ver / Lucien Freud”.

Según los musicólogos contemporáneos, esto no es más que una fábula. Poco importa, pidamos prestado tranquilamente otra vez la vía de la bella ilusión, por la puerta de marfil entonces, para escuchar las 31 variaciones dichas “Goldberg”, tituladas en 1741 por J.S.Bach “ejercicios para teclado compuestos de una aria y diversas variaciones para clavicémbalo”. Por sus subtítulos estos ejercicios son dedicados “para la recreación del alma de los amateurs”. Según la fábula, el conde de Kayserling, destinatario de la obra, estaba sujeto a largos y frecuentes insomnios. Cada noche, el despertaba a su joven empleado de 14 años, Johan Gottlieb Goldberg, para que le tocara en el clavicémbalo estas sublimes variaciones.

Al día de hoy – a la hora de la reproducción técnica de las obras de arte – basta con deslizar un CD dentro de una máquina para que la sombra del joven Goldberg se ejecute otra vez más, a voluntad. Sorprendido por el reflejo de los caleidoscopios, Gide les había inventado esta expresión: “instrumentos de maravillas”. Tal es, para la oreja, el compendio de estas variaciones para clavicémbalo, un instrumento de maravillas. 1741, para Bach, el sueño llamaba a su gemelo. Después de décadas de obras inspiradas por el espíritu santo escritos para la masa humana, Bach escribe para la Noche. La muerte se acerca. Lejos de los rituales sagrados destinados a conjurarla, las variaciones son un arte íntimo, un arte de la soledad, sola compañía del insomne de verdad. La recreación que evoca el subtítulo de la obra es un arte del “divertimento”, al sentido de Pascal y de Montaigne. Elevar el espíritu y la mirada en un cara a cara con la muerte. La mirada se eleva, los ojos buscan en lo alto, en el cielo, eso que todavía nadie ha visto. Escuchemos la variación 25: es un lamento que evoca las grandes pasiones dolorosas pero aquí reducidas a la dimensión del ser en soledad; ser sin razón de ser. La rosa, escribirá Ángelus Silesius, no tiene porque. En el corazón de este adagio, inquietantes disonancias en torno a cuatro notas: Sib/La/Do/Si natural que la notación sajona escribe B.A.C.H. El nombre de Bach se hace entender, como resuena la interrogación en el insomnio, ¿quién eres?

Pero después del dolor viene la consolación: la última variación(n°30) es un cuodlibeto. Un cuodlibeto, ¿qué es? Es un mal juego de palabras, una carcajada (de ahí viene cuodlibeto), una broma donde Bach encuentra la ocasión de mezclar dos canciones populares triviales, como si después de décadas de marfil al fin vendría, naturalmente, el tiempo del cuerno. La primera canción titulada “mira mucho tiempo que no estuve a tu lado” se trenza con un segundo aire “ah si mi madre hubiera cocinado carne, me hubiera quedado más tiempo”. Al final de todo el ciclo de las variaciones, al final de toda su vida, en esta última variación, viene la luz y la risa como una iniciación: la vida es un viaje. ¡Hace falta dejar a la madre y sus cebos! ¿No hay ahí con que perder el sueño?

 

En las culturas monoteístas numerosas leyendas populares llevan todavía trazos de eso que han reprimido los recitados impuestos por las religiones mientras promovían la todopoderosa del padre y de la ley, a saber los trazos del mundo maternal. Si el mundo de los humanos, es y quedará sexuado, la diferencia sexual es una apariencia en tanto que ella se funde y se inscriba en la palabra. Una apariencia donde lo real es la sombra, el fracaso de la llamada a los sentidos, ver, tocar, sentir, la vanidad de la anatomía que se agota a encontrar la evidencia. Yo diré, para hacer imagen, que la diferencia sexual recorre todo sueño como un hilo rojo; los sueños son la vía real, ellos toman así la sublime puerta de marfil. Pero no habrá otra interrogación posible, aquella que se entiende en la trigésima variación, aquella donde el secreto se oculta tal vez detrás de la otra puerta – la puerta de cuerno de los sueños verdaderos, aquellos que abren los ojos del insomne sobre la Noche, ¿no habrá un sexo que no sea aparente?

Abrir los ojos para ver la Noche, abrir los ojos para saber eso que no se puede creer. Yo tenía 4 años cuando insidiosamente guiaba inocentemente mis pequeños coches sobre las faldas de los clientes que mi madre, costurera, recibía en el salón: «Ergo alte vestiga oculis! », canta Virgilio todavía en el canto IV de la Eneida: “Entonces, que tus ojos lo busquen en lo alto” grita la Sibila. “La mirada se eleva, los ojos buscan en lo alt
o, en el cielo, eso que todavía nadie ha visto” digo yo. Yo no veía nada más, ni Dios ni sexo, que la noche negra. ¿Cómo creer entonces? ¿Y en qué? El niño, para pensar no tiene más que su mirada. El niño es el insomnio del adulto y el psicoanalista ese que hace profesión de ofrecer (¿sufrir?) al insomnio su análisis. Para mí, el insomnio es uno de los nombres de la atención flotante, ¡mismo y sobre todo si me llega a dormir!

 

Un sexo que no sea aparente. ¿Será el de la madre? La imposición de lo condicional en la frase refleja una especulación y una extrañeza en la cuenta de los sexos. Cuando contamos los sexos y habría un sexo hombre, un sexo mujer y un sexo madre, este tendría por condición una existencia separada del sexo mujer. El padre es como lo sabemos, una función, no hay sexo padre distinto, condicionado. Es distinto del lado madre. La madre es una realidad y no una función. Entonces yo planteo aquí la idea de que su sexo está atado de forma distinta al cuerpo no solo para la mujer que la condiciona. Hay dos sexos y solamente dos (lado aparente, lado sol, lado suelo) y un sexo del lado de lo real (lado sombra, de una palabra que no es sin resonancia, para nuestros amigos españoles con “hombre”!).

Retrocedamos a las culturas populares, aquellas de la noche y del insomnio y, más especialmente, a esos cuentos de las mil y una noches que ofrecen un lugar de ensueño al sexo de la Madre; el cuento que elegí ocupa de las noches 606 a la 624. En esta colección persa-musulmana, ustedes lo saben, el insomnio salva la vida de la mujer que el sultán experimento dolorosamente como traidora; como su hermano, él ha visto eso que no debía ver. Un retorno prematuro de la cacería y helo aquí confrontado al espectáculo impensable de su esposa sometiendo a sus caprichos sexuales un espléndido esclavo negro. No podemos fiarnos de una mujer, hace falta esposarlas a todas y a todas enseguida asesinarlas. Es a este vasto proyecto genocida, secretamente destinado a aportar una solución final a la cuestión de la diferencia de sexos que la bella Shâhârazade opone vigorosamente una máquina de lenguaje, un cuento por noche, para quedar a salvo y al mismo tiempo salvar el género al que pertenece. Shâhârazade feminista, perro de guardia, ¡“femen” desde la primera hora! Hay traición en el aire entre los hombres y las mujeres, pero, ¿y que con la madre? ¿No es ella la que posee la verdad del tesoro escondido?

El cuento: Jûdar es un modesto pescador con las redes desesperadamente vacías. Un día aprende de un mago que el solo es capaz de hacerse de un fabuloso tesoro de los hijos del Rey Rojo. Su recompensa colmara su modesta vida con su madre y sus hermanos. Pero debe, para hacerlo, atravesar las siete puertas del lecho del rio seco. Se dice, en el cuento, que la primera puerta es de oro – ¡he aquí que nos cambian el hueso y el marfil! A cada una de estas 6 primeras puertas va deber hacer una prueba de coraje, aceptar la muerte real porque, el mago asegura, los hechizos entonces serán rotos y su vida hecha. Jûdar, el modesto pescador, se somete y se acerca a la puerta:

« Tu entenderás entonces una voz preguntar quién golpea así a la puerta de los tesoros. Tú te anunciaras como quien eres Jûdar el pescador, hijo de Umar, la puerta se abrirá para ti y veras salir un ser sosteniendo un sable que te dirá: ¡“si tu bien eres este hombre aquí, estira el cuello que yo te corto la cabeza!” Obedece sin temer a nada: desde que el levante su arma y te golpee, caerá y no tendrás delante de ti, un momento después, más que un cuerpo sin vida. El golpe no habrá hecho ningún mal, tú no habrás tenido que sufrir nada. Pero si rehúsas obedecer, el otro te matara. Después de haber así, por esta obediencia, roto el hechizo, entraras y llegaras a otra puerta y golpearas. »

Y, deshaciendo todos los sortilegios, así continua el cuento con Jûdar, de puerta en puerta. Después fue la noche 614, la séptima y última puerta:

« Ahí, su madre se presenta y le dice: “Hola tú, mi hijo – ¿Quién eres pues? respondió Jûdar. Tu madre, a quien tú debes respeto el respeto por haberte alimentado y criado: te he portado nueve meses, mi hijo”. – ¡Elimina tus vestimentas! – Tu, mi hijo, ¿quisieras verme desnuda? – ¡Desnúdate, o te corto la cabeza con este sable! « …

El enfrentamiento dura y dura, pero al final, delante de sus amenazas cada vez más vivas de Jûdar, ella se desviste un poco. “Quita el resto” grita él. El enfrentamiento puesto en marcha de nuevo, hasta que ella elimina otra pieza de sus vestiduras, y el no para de la hostigar, mientras que ella decía: “oh mi hijo ¿que queda de la educación que yo te he dado?”. Al final no tiene mas sobre ella que su camisa, y grita: « oh mi hijo, ¿tu corazón es de piedra para que me afrontes aquí? ¡Descubrir mi desnudez, es abominable! – Tú tienes razón, respondió Jûdar. ¡“Permanece ahí!”. A penas hubo pronunciado estas palabras, que ella bramo: ¡“ah que error! Ve y toca!”. Los golpes caerán sobre Jûdar como las gotas de la lluvia: todos esos que estaban al servicio del tesoro le infligirán una bastonada que no deberá olvidar jamás en toda su vida. Después a fuerza de golpes, lo tiraran fuera, y las puertas del tesoro se cerraran…. Infeliz, le grita el Mago, ¿“no te había yo aconsejado de obedecer al pie de la letra? Observa el mal que nos has causado, a ti y a la ley. Si esta mujer habría eliminado su camisa habríamos realizado nuestro sueño. Tú no tienes nada más que hacer que quedarte en mi casa hasta el año que viene, el mismo día”.

 

» Sí, he aquí, que si esta mujer hubiera eliminado su camisa nosotros habríamos realizado nuestro sueño… ¡de ver el sexo real de la madre! Es la noche siguiente que el mago, por la voz soñada de Shâhârazade, le da a Jûdar el pescador otra oportunidad de… ¡realizar nuestro sueño!! Un año después entonces – como un cumpleaños -Jûdar se presenta de nuevo frente a la séptima puerta:

“Si cometo el mismo error, dice Jûdar, merezco ser quemado”

Jûdar descendió abajo a tocar la puerta, que se abrió, y después rompió al paso todos los encantamientos para encontrarse al fin frente a la dama que le dijo: “¡Bienvenida a ti, mi hijo!” ¿Y de dónde sacas tú, maldita, respondió Jûdar, que yo soy tu hijo? ¡Desnúdate! Ella comienza a desvestirse poco a poco, tratando de burlarse, hasta no tener más sobre ella que su camisa. ¡“Déjala, maldita!” grita Jûdar. Ella obedece y no fue más que una sombra sin vida. «

 

Y si Jûdar, ese que ha visto, puede entonces penetrar en la cámara de los tesoros y de hacerse de los cuatro objetos maravillosos, el sable, el anillo, el planisferio y el cofre de kohl, nosotros quedaremos, nosotros pobres niños insomnes, ¡con la sombra sin vida de la presa jamás desaparecida! Cuatro objetos del tesoro he aquí lo que resta de nuestro deseo de ver; ustedes no sonríen, Lacan bien nos ha revelado los suyos como tesoro de lo significante, esos famosos cuatro objetos dichos ¡“pequeña a”!

Lo real desfila, deja a la acecho de la mirada la sombra negra y vacía. El sexo real de la madre está bien, para el niño que observa, la sombra vacía de la ausencia del objeto. Como lo real, el sexo de la madre es sin memoria; el ver, es mirar lo real y en el instante olvidarlo. Prestemos atención de no olvidar esto: ¡lo real es sin memoria! De no entrar en ninguna cuenta (¡cuenta/cuento!), el sexo real insiste y se repite como una “siempre-ya” primera vez… hace falta coraje: el de mirar, el cuello cortado, la muerte a la cara – como Jûdar – para ver huir a la sombra y hacerse de los cuatro objetos de ensueño, el sable, el anillo, el planisferio y el cofre de kohl.

 

Que aquellas y aquellos que se durmieron aquí y ahora ¡sean recompensados! ¡Ellos pueden haber soñado mientras pasaban por la puerta de cuer
no! ¡En la actualidad ellos saben!

 

 

 

 

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