Andrea Otaiza. Cartel de Protocolo
Quisiera compartir con ustedes parte del trabajo que hemos venido realizando en lo que llama un “cartel de protocolo”, que es un dispositivo propuesto por Lacan para la formación de psicoanalistas. Para conformar un cartel cuatro personas son nominadas por medio de un sorteo por la asociación a la que pertenecen, en este caso somos personas que vivimos muy lejos Francia, España, Perú, nos reunimos por Skipe una vez al mes por dos años. En este dispositivo se conversa, se discute, se llega a acuerdo o no en relación a estos temas.
Lacan en el seminario de la ética invoca a los analistas en su oficio y explica lo que quiere decir cuando habla de la ética y el psicoanálisis “..quiere decir más bien responsabilidad, compromiso. De esto precisamente se trata aquí, de nuestra historia colectiva de analistas” (Lacan, seminario La ética del psicoanálisis, 2015 :122). Debo explicar para los que no son analistas que el psicoanálisis es un trabajo individual pero también colectivo, que nos exige como grupo, como asociación un trabajo intelectual y personal importante. Puesto que la pertenencia a una sociedad psicoanalítica de alguna manera nos sujeta en el sentido lacaniano.
Es por esto que en una asociación es necesario que se discuta el tema de la ética y como vamos consolidando compromisos, lazos de trabajo, puesto que, creo yo, debemos abandonar la idea de que sabemos exactamente lo que hacemos, abandonar ese narcicismo es parte de crecer como analistas, pues siempre una parte de esta acción permanece velada para el analista. Lacan señala que muchas cosas deben resolverse “pero no todo”. Siempre hay un resto, algo que no llegamos a entender, a aprender, y esa castración es necesario aceptarla y trabajarla.
Lo anteriormente señalado (en relación a que no siempre sabemos lo que hacemos) lejos de simplificar las cosas las complica, debido a que eso nos posiciona en una tarea, en la búsqueda de ese camino que es colectivo y solitario del trabajo de analista, una vez más sin certezas y más dudas que verdades, eso implica entonces un trabajo permanente.
Pensando en estas ideas, creo importante reflexionar sobre La ética de la escucha, que es para mi un trabajo que se juega cada día en el trabajo de analista, implica una apertura al reconocimiento de la palabra del otro, esperar sus tiempos y comprender que no son los tiempo lógicos.
Debido a que habitamos y trabajamos en una sociedad obsesionada con la eficiencia y la eficacia, muchas veces se nos imponen desde la mirada del que no es analista, metas, propósitos, tareas e incluso ritmos. En ese sentido el psicoanalista es a veces la voz del marginal, del que es capaz de formar un espacio, perforar el discurso de la mayoría totalizante.
El mundo de las terapias parece estar lleno de certezas en relación al tiempo, al dinero, la duración de las sesiones, las intervenciones estandarizadas y por supuesto los resultados.
Más allá, fuera de la relación terapéutica, nos enfrentamos a situaciones e instituciones que intentan sacarnos de nuestra posición de analistas. Inmersos en este devenir del mundo del trabajo, resistimos al discurso del Amo, aferrados a nuestros libros y teorías.
Lo peor de esta tarea, es que como analistas no tenemos certezas, solo dudas, pues es exactamente en esa duda en donde surgirá ese otro (paciente), surgirá ahora liberado del deseo del Otro, (GRAN OTRO) surgirá este nuevo sujeto con su propio deseo.
En el caso de los niños, ellos se irán, te abandonarán, y olvidarán, muchas veces, si has hecho tu trabajo de analista hasta el final, podrás tener sesiones de fin de análisis que son muy importantes, en una de ellas recuerdo una niña de 10 años, que me dice en su última sesión, “ya no nos veremos más, eso es triste, pero entiendo que tú eres como la “Nany Mc fee” (personaje de una película) y yo ya estoy bien y tú tienes que cuidar a otros niños, pero igual me da pena”
Esta niña, mi paciente, que venía por un duelo complejo, resuelve con una metáfora su dificultad para separarse de los que quiere y le ofrezco en análisis la oportunidad de separarse de mi y es el momento en el que te das cuenta que el análisis ha tenido lugar, cuando la metáfora que aparece y tiene su efecto y en el analista también. Es una sorpresa, porque surge de ese otro, al que no le imponemos nuestra palabra.
Parece importante entender desde la ética lo que plantea lacan en el Seminario VII cuando se refiere a los “ideales analíticos” en el que el analista debería brindar al paciente un lugar un espacio diferente, Lacan dice: “¿Somos nosotros analistas, sencillamente en esta ocasión ese algo que acoge aquí al suplicante, que le brinda un lugar de asilo?” (Lacan 2015 pg.???).
Nos preguntamos los analistas de hoy por qué, de que y para que esta persona necesita este “asilo” ¿Es asilo lo que nos demandan? Me pregunto, a veces entiendo que el estilo de vida, el lugar que se ocupa en la sociedad, los conflictos inconscientes, se les han hecho insoportable y en algún momento de la terapia la consulta es un espacio donde se suspende eso que pasa, eso que se está viviendo y que no encuentra palabras y produce tanto dolor.
La escucha analítica parece ser una herramienta de liberación, de un verdadero encuentro con uno mismo. Lacan habla del “ideal de autenticidad” (Lacan 2015 pg19), él explica que o es una meta o un camino, sino mas bien duda de este ideal, planteándonos más interrogantes acerca de la perspectiva moral de este “ideal de autenticidad”. Lacan habla del desenmascaramiento como la posibilidad de ese encuentro. (Lacan 2015 pg. 19). ¿Será posible ese encuentro mediante la escucha? Creo que esa es nuestra apuesta como analistas, que en la diada analista paciente, en transferencia surja esa “verdad” única personal, de la que el analista no es solo un espectador sin expectativas.
Difícil posición entonces , abrir caminos sin mostrar el recorrido, para que emerja el sujeto del deseo en toda su singularidad. Por lo tanto este deseo de hacer el bien del analista, que es parte de su ética, no solo debe estar suspendido sino que además no debe responder a las demandas de “felicidad” del analizante o de sus padres.
Lacan aborda el “ideal de no-dependencia” (Lacan 2015 pg. 19) plantea que no se trata de convertirse en adulto como una meta irrestricta del psicoanálisis en especial en los que trabajamos con niños, pues este señala que no se trata de hacer crecer a los pequeños y convertir al análisis en una suerte de “ortopedia” (Lacan 2015 pg. 19).
Aquí la ética del análisis es clave pues el psicoanálisis de niños está muy lejos de ser un modelo explicativo parecido a la educación. Esta situación es difícil de comprender por los otros profesionales que están involucrados con el niño, los que muchas veces han recibido en su educación universitaria advertencias en contra de psicoanálisis. Es así como fonoaudiólogo, psicólogos escolares, psicopedagogos, psiquiatras han sido advertidos de nuestra particular forma de ver al ser humano, sugieren, empujan intentan obligarnos a encajar dentro de sus parámetros, que están mas cerca del modelo médico . Para continuar con la posición de analistas debemos tener claro que el lugar del analista no es el de la “formación del carácter” (Lacan 2015 pg. 20) en el sentido Aristotélico, es otra cosa muy diferente, porque nuestro trabajo parte con una escucha que se posiciona del un no saber.
Ese “no saber” es una apertura diferente para un niño, a veces tan intervenido por los sistemas sociales de salud y educación. Esa posición de escucha, de aceptación total, es la que abre caminos para que surja el sujeto del deseo y no la que taponea con mandatos, tareas, órdenes y medicamentos
el síntoma.
Esta forma de ver al ser humano positivista, anteriormente descrita es reduccionista responde a un paradigma causa efecto, y lamentablemente se ha convertido es una forma de lazo social que forcluye al sujeto quedando presos de un sistema burocrático, más preocupado de la maquinaria del sistema que de su malestar subjetivo. El paradigma científico positivista ofrece esa totalidad una respuesta única, verdadera, una certeza que los analistas no podemos dar.
Es aquí donde se juega parte de la ética del psicoanálisis en ese “no todo” de Lacan, en asumir la propia castración, posibilitar el advenimiento del otro a través de la escucha que nos obliga al análisis, al trabajo constante de revisión de nuestra práctica analítica y al pasaje a lo público.