Serge Granier- “Cura y saber inconsciente”
Congreso París octubre 2017
A partir de la invención del psicoanálisis por Freud, que es al mismo tiempo una teoría (concepción del sujeto del inconsciente) y una praxis (el dispositivo transferencial) el tema de la curación ha sido totalmente modificado. Para empezar voy a tomar un ejemplo de curación no sicoanalítica que sitúa perfectamente bien los debates en su contexto y muestra cómo Freud inició el concepto de cura a propósito del tratamiento de neurosis de guerra.
Sin tomar en cuenta los avances sicoanalíticos aquí tenemos un ejemplo de lo que se hacía. Se trata de la terapia, en 1918, de un cierto Adolfo Hitler, que padecía de una ceguera histérica que se le produjo luego de un traumatismo de guerra : se produjo un primer episodio después de haber sufrido un ataque con gas (¿significante premonitorio?) y un segundo episodio después de anunciarle la derrota. Es tratado por el doctor Forster el cual utiliza métodos directivos de condicionamiento. En los historiadores que han estudiado este episodio se ve una tendencia a considerarlo como el fundador de la carrera de Adolfo Hitler. Por lo demás, éste mismo lo afirma en Mein Kampf. Esta terapia dirigista que como tal apuntaba a la desaparición del síntoma fue un éxito : Hitler fue curado de su ceguera, y desgraciadamente una nueva vida se presentó ante él. Y el ideal patriótico reforzado por este método de condicionamiento a través de la sugestión habría entonces determinado la trayectoria ulterior del dictador. Por el año 1933, en el momento de la subida al poder de Hitler se producirá toda una serie de peripecias dignas de una novela de espionaje: el informe médico desaparece, el doctor Forster se habría suicidado aún cuando estaba siendo rigurosamente vigilado por la Gestapo… Si la Gestapo se interesaba por este episodio, es puramente por razones ideológicas: no era posible que hacer público el más mínimo defecto del furher.
Este acontecimiento fue conocido a través de una ficción: la última novela de Ernst Weiss (El testigo ocular), escrita en 1938; el novelista había conocido la terapia de Hitler por Forster, el cual le había hablado de ello en 1933. Weiss también se habría suicidado cuando llegaron los alemanes a París en 1940.
El método de tratamiento del síntoma de Adolfo Hitler al igual que otros muy directivos apuntaba a hacer entrar en las filas a los militares traumatizados, se descataba el tener que volver a eventuales motivos anteriores de los síntomas en la historia del sujeto. Sólo se tomaban en cuenta los objetivos patrióticos y guerreros. Y los síntomas tenían que ser erradicados.
Por el contrario, en la misma época, Freud escribió lo siguiente a propósito de los métodos de tratamiento de las neurósis de guerra: “Este procedimiento terapéutico estaba afectado de una tara congenital. No apuntaba al restablecimiento del enfermo, no prioritariamente en todo caso, sino que al restablecimiento de su aptitud a hacer la guerra”.
En 1919, Freud trataba este problema de neurosis de guerra con una óptica terapéutica. Califica los síntomas de “beneficio primario” con el objetivo de reducir conflictos síquicos, eludiéndolos dentro de la enfermedad. Por lo tanto, los toma en cuenta dándoles un lugar en la economía síquica. Toma parte en los debates sobre la manera de abordar un tratamiento posible de aquellas neurosis de guerra. Se opone a los diferentes tratamientos forzosos con el fin de preconizar la consideración de las tendencias pulsionales de los enfermos tratados, -particularmente las tendencias inconscientes-. Esto está en relación con un elemento esencial del descubrimiento de Freud: no se apuntan los síntomas como elementos negativos que hay que suprimir, sino que conviene resituarlos en un dispositivo significante, que hay que entender como elemento de discurso, y sobre todo – aquí esta lo esencial – que hay que considerar como solución de compromiso y como tentativa de curación. Los demás no querían saber con lo que los síntomas podían expresar, los descartaban totalmente y sólo querían erradicarlos; según esta lógica, se trataba por ejemplo de tratamientos eléctricos violentos que apuntaban a hacer sentir un malestar más fuerte que aquel que se debía a los síntomas neuróticos, u otras formas de condicionamientos que apuntaban principalmente a la convicción que la defensa de la patria debe ser el único objeto deseado por un ciudadano responsable. En total, los síntomas eran considerados como no significantes, sin sentido.
Si evoco estas diversas maneras de abordar neurosis de guerra, es para recalcar el hecho que al solicitar un análisis esto se origina a partir de un enigma que se nos presenta, apenas lo observamos: nuestro inconsciente dice algo y los síntomas neuróticos son solo una de las expresiones. El sicoanálisis toma en cuenta este discurso inconsciente, es ahí donde está su especificidad.
Por esta razón se puede afirmar a propósito de un sicoanálisis, de momento que viene de una demanda, que ésta puede ser motivada tanto para pedir curación como para querer saber. Lacan formulaba lo siguiente: “….el sicoanálisis es un remedio contra la ignorancia”. Y decía: “…. No surte efecto en la boludez”, lo que es otro tema…
Para que haya sicoanálisis, tiene que haber, tarde o temprano, la imbricación, la mezcla entre una solicitud de curación y una solicitud de saber.
Esta solicitud de saber, puesto que es pedir acceso a un saber inconsciente, viene a cuestionar el discurso del maestro favorizando el despliegue del discurso del histérico. No hay sicoanálisis sin histerización, como quiera que sea. Y es aquí donde entra en juego el no-saber consciente.
Este no-saber es una noción que la orden establecida tiene tendencia a rechazar. Representa para el sujeto una falta de ser, un defecto, un hoyo. Por ejemplo, las autoridades del vaticano guardaron secreto durante cuatro siglos el cero que los matemáticos árabes habían inventado. Se puede pensar que lo rechazaban en la medida en que éste representaba un vacío, que es la base de un avance del propio saber, que cuestiona, subvierte el saber establecido, el saber unívoco, un saber totalizador, que se puede también calificar de uniano, y en un contexto político de saber totalitario.
Cuando Freud tuvo que llevar la curación a un segundo plano (además), se situaba claramente dentro de un marco de estructuras neuróticas; para él se trataba de esquivar la acción de represiones, esas energías que al principio obstaculizan cualquier tentativa de modificación síquica. En realidad se trataba de oponer dos orientaciones, ambas impactadas por el problema de la curación, en todo caso por formaciones de compromiso.
En efecto, los síntomas neuróticos son medios para tratar de restablecer cierto equilibrio, frente a conflictos síquicos que perturban. Se trata en este caso de consolidar una estructura síquica inestable. Como tal, son a la vez tentativas de curación y al mismo tiempo patógenos, bases de fijaciones repetitivas.
Para que la solicitud de curación tambalee ante una solicitud de saber, pedir enfrentarse al enigma de la articulación entre saber y no-saber, es preciso de una u otra manera que las resistencias cedan. Es lo que puede permitir que comenza un análisis.
Para ilustrar esto, aquí hay algunos ejemplos:
Recuerdo a un analizante que recibí hace algunos años, a partir de un síntoma de hipertensión considerable, muy anormal en un sujeto joven. Había consultado varios médicos, había hecho todos los exámenes médicos necesarios, había desesperado los somatistas porque ellos no encontraban ningún desarreglo que pudiera explicar esta perturbación grave, inquietante para su salud. Hasta que uno de ellos llegó a pensar que el problema tenía que ser tratado desde un punto de vista síquico, lo que llevó a este paciente a consultarme.
Rápidamente, después de haberme expuesto su historia médica, las razones principales de su visita, no habló más de su hipertensión. Durante cinco años aproximadamente, sólo fue asunto de sus relaciones familiares, de sus padres y de su hermano. A veces, me preguntaba lo que había pasado con su hipertensión, y me retenía para no hacerle la pregunta, lo dejaba explayarse y trabajar en un plan analítico algunos elementos de su historia infantil.
Resultó, por decirlo brevemente, que sus síntomas somáticos se sobreponían por encima de una gran culpabilidad que había sentido con su hermano menor: por ciertas actitudes infantiles, se sentía responsable de haberlo maltratado violentamente.
Fue incidentalmente, al cabo de cinco años, en una digresión de una frase, que supe que su hipertensión había desaparecido por completo apenas hubo empezado a hablarme de otra cosa, esto, desde el comienzo del análisis. Por lo tanto, se había “curado” de su síntoma somático en el momento mismo en que su discurso trataba de su problemática familiar y de esa otra “tensión” que le afectaba. Su primera demanda de curación había sido entonces recubierta por una demanda de saber aludiendo a los pormenores y circunstancias de su historia familiar, y particularmente sobre “lo no sabido”. A la vez, yo mismo me encontraba en una situación de “no saber” respecto de algo que me concernía, que no veía, su historia tenía puntos en común con mi problemática, lo que pude ver en el marco de un análisis de control.
Esta forma frecuente de curación desde las primeras visitas, ilustra cómo la demanda misma de análisis (en términos de solicitud de curación) promete de entrada, curación. Françoise Giroud lo ha dicho claramente al evocar su análisis con Lacan: “Cuando la representación que uno se hace de sí mismo se vuelve in-soportable, allí se encuentra el remedio. […] Es lo que un sicoanálisis bien llevado les enseña a aquellos que le piden socorro.” (Françoise Giroud, Le Nouvel Observateur, N° 1610)
El descubrimiento de Freud reposa en el hecho que somos duales, y que aquello de lo cual hablamos, es del otro que se encuentra en nosotros mismos, el otro que se ignora, el otro que se olvida, el otro que se rechaza, incluso el otro que está repudiado. Hay “discor” entre el yo que piensa y el otro yo que es, “discor”, discordancia, y estructura inconsciente del discurso. La somatización de mi paciente, su persona enferma, que se adecuaba a esa estructura inconsciente de discurso, le impedía pensar, venía a obstaculizar, a través de lo “no sabido” su propio discurso, en el consciente. El dispositivo analítico le permitió desarrollarlo dando todo el valor a “lo no sabido”. En lo que decía Françoise Giroud, tomar en cuenta lo “in-soportable” es lo que abre una posibilidad de un análisis, y no una simple solicitud de curación.
Desde el principio Freud había situado la importancia de la palabra: “las palabras son precisamente la herramienta esencial del tratamiento síquico” (Tratamiento síquico, 1890).
Es lo que Marie Cardinal ponía en evidencia en el título de su relato de su análisis Las palabras para decirlo.
Este libro tuvo una audiencia importante en la época de su publicación. Mostraba cómo el deseo de curación, y luego el deseo de saber, estuvieron presentes, a través del curso de su análisis, en el origen de su carrera de escritora. Fue en efecto, durante el trayecto de su análisis que se le impuso la escritura.
Cuenta cómo comenzó su análisis: estaba hospitalizada en la clínica de su tío (importancia de este circuito familiar que restringe), medicalizada, sin autorización de salida. Se fuga de la clínica, y es en ese momento, al día siguiente, que toma contacto con el que se convierte en su analista. En ese momento el deseo de curación de los médicos no le satisface, donde el deseo de curación de los síntomas no le basta. Vio varios médicos y fue hospitalizada varias veces. Esto queda sin efecto en lo que ella llama “la cosa”. Esa cosa que se parece a la angustia, con todos sus componentes somáticos: sudores, palpitaciones, agorafobia, y sobretodo esas interminables hemorragias genitales que le costaron muchos exámenes médicos invasivos.
Como a menudo, las cosas se enlazan desde el principio. Durante la primera entrevista, el analista define el marco, las reglas fundamentales (regularidad de sesiones, necesidad de pago, desprenderse de conceptos sicoanalíticos). Le advierte de los riesgos que se corren: “Su vida corre el riesgo de ser totalmente sacudida”. Y le pide de dejar de tomar remedios contra las hemorragias o para el sistema nervioso. Después de esta visita el síntoma hemorrágico se duplicó, logra no hacer nada, no toma medicamentos, tal como se lo pidió el analista. Y el contrato se inicia; ella designa la cita siguiente como la primera sesión. Comienza diciendo: “Doctor, estoy exangüe”. En ese momento el analista atrevido le responde: “Son perturbaciones sicosomáticas. Eso no me interesa. Hábleme de otra cosa.” Es en ese momento que las reglas fundamentales, particularmente restrictivas, como lo hemos visto, vienen a tomar lugar en vez de sus síntomas, de sus reglas. Y así, se dará cuenta que desde la primera sesión su síntoma desaparece, y de manera duradera.
Este es el relato sobre lo que vivió en su análisis: “Adentrándome en la investigación del inconsciente, como lo he hecho durante siete años, para sanarme, comprendí primero el sistema de signos, y luego encontré el secreto de la apertura de puertas, por fin, descubrí que había puertas que creía imposible abrir, ante las cuales me lo pasaba dando pasos desesperadamente (resistencia). La angustia venía entonces del hecho que ya no había manera de echar marcha atrás. La situación era irreversible: imposible abandonar u olvidar una puerta difícil de abrir y detrás de la cual había un remedio para apaciguar y curar mi mente enferma.” Se ve en ese momento que ella abandona un intento de curación estrictamente médico, y busca la erradicación de los síntomas, por otra óptica, un “remedio” que se encuentra en la búsqueda de una verdad ignorada.
Después de un alivio relativo del dolor relacionado con los síntomas físicos, viene el deseo de saber, de saber más, que es inducido, suscitado por el analista que le pide que hable de otra cosa.
“El tratamiento llegó a su término cuando me sentí capaz de tomar la responsabilidad de mis pensamientos y de mis actos, cualquiera que sean.” Es decir, tomar la responsabilidad de asumir su inconsciente.
El otro de Marie Cardinal, que explora a lo largo de su análisis, y que ella llamó “la cosa”, se refiere finalmente, a sus encuentros infantiles con el goce sexual, a partir de una imagen que la obsesiona (un ojo en el otro cabo de un tubo), una imagen que se presenta como una alucinación, que terminará interpretando: eso remite a una escena de cuando era pequeña y que su padre la había filmado cuando orinaba, lo que provocó en ella una gran cólera, acontecimiento que había rechazado y que volvía en forma de alucinación, de “la cosa.” Se puede hablar aquí perfectamente del goce en el sentido lacaniano del término. Es una cuestión de efracción por lo real, lo imposible de decir, de goce. La cosa excede al principio, alimenta inmediatamente el inconsciente, entra en lo reprimido.
Para el sujeto, todo acaba por inscribirse alrededor de esa Cosa arcaica, hito mítico, siempre a distancia, que vendría a decir algo del Goce, siendo que ésta no deja de no escribirse. Y el sujeto se desvía en búsqueda del objeto a, o de objetos parciales, por falta de tener acceso a una totalidad soñada.
Para Marie Cardinal, el resultado del análisis es paradójico, puesto que escribe acerca de lo que no se puede escribir: “…el análisis eso no puede escribirse. Sería preciso miles de páginas repetidas para expresar interminablemente lo nada, lo vacio, lo vago, lo nada, lo lento, lo muerto, lo esencial, lo perfectamente simple.” Con momentos de fulgor, de interpretaciones, de nuevo “la chispa enceguecedora de la verdad”. La verdad, que ella sitúa aquí en lo que viene a evocarse de lo no-sabido en la interpretación.
Me parece que Gilles Lapouge había formulado muy bien el hecho de estructura, por lo tanto de lenguaje, que determina el sicoanálisis: asi terminaba su relato de su encuentro con Lacan en el momento de la publicación de Escritos:
“La obra de Lacan nos concierne a todos. Designa los archivos de esa verdad que cada uno de nosotros contiene en sí mismo, las crónicas perdidas donde la historia del otro, que somos para nosotros mismos, habla con un lenguaje incesablemente evasivo.”
Este fenómeno estructural está ligado al objeto mismo del sicoanálisis: la búsqueda de una verdad que, pase lo que pase, tendrá siempre una parte oscura, una verdad que siempre está por ser, que tendrá que ser. Más allá de la demanda de curación, es eso a lo cual se apunta en la demanda de saber que funda todo compromiso en un análisis.
Saber y verdad
En el seminario El saber del sicoanalista (1971-1972), realizado en paralelo con “…o peor”, Lacan volvió a Sainte Anne para hablar a unos siquiatras, evocó su exclusión de años antes en los siguientes términos: sería su manera de plantear la cuestión del saber que habría sido el motivo de su exclusión, cuando evocaba aquello de lo cual no queremos saber nada.
El asunto de la frontera entre saber y verdad puede concebirse como la estructura de una superficie de Moebius. Lo que puede entenderse claramente en la fórmula central de la proposición de octubre de 1967: “lo no-sabido se ordena como el marco del saber”. La verdad está allí, situada del lado de lo no-sabido. Por eso es que el saber para el sicoanalista no sería más que un supuesto-saber. La interpretación concierne “el lazo de la palabra al goce reconocido en la repetición.” (Lacaniana II, página 285). Y es por este hecho, interpretativo, además, que la curación puede realizarse. A condición que el analista sepa desprenderse de su deseo de curar, o que sepa arreglarse con lo que tiene. De tal manera que, él pueda ocupar lo mejor posible el lugar, la función del deseo de analista.
Para terminar, unas palabras a propósito del recorrido del fantasma: fue en el seminario sobre los cuatro conceptos que Lacan abordó este tema (sesión del 24 de junio de 1964, páginas 245-246 de la edición de Seuil): Lo evocaba como un más-allá posible de un análisis didáctico llevado hasta el final, profundizado, después de varias vueltas que aclaran el lazo entre el fantasma y la pulsión, por medio del trabajo elaborativo. Su pregunta es: “¿Cómo un sujeto que ha atravesado el fantasma radical puede vivir la pulsión?” Justamente, gracias al deseo de analista, el cual obstaculiza la identificación, el término de análisis confronta el sujeto a la pulsión. Aquí es donde Lacan afirmaba que sólo hay análisis didáctico. Hablaba de ello como un campo donde queda por explorar (¿Quizás en el pase?) ¿Se encontraría allí, en el devenir analista, si no una curación, al menos la construcción de una nueva relación con el fantasma, o de un nuevo fantasma? Por lo demás, dejo esta cuestión en suspenso…