Anna Konrad – La curación analítica del daño en la vida cotidiana del sujeto

 

París, octubre de 2017

Titulando así mi presentación: La curación analítica del daño en la vida cotidiana del sujeto, pretendía hablar de las soluciones que puede brindar el psicoanálisis al problema de la insatisfacción tal y como se presenta en la histeria, una neurosis especialmente dedicada y consagrada a dicho estado afectivo. Histeria, muy vapuleada en nuestros días, ya que de nuevo, después de que el psicoanálisis arrojase algo de luz sobre ella, se oculta en los tratamientos y comprensiones muy extendidas bajo el tupido velo del sufrimiento físico de los dolores, en las ciénagas de los trastornos de la sexualidad plena que constituye al parecer una de las necesidades de nuestra buena salud, bajo cualquier forma imaginable de discrepancia con respecto a las satisfacciones que se consideran normales y, en especial, en las angustias y las depresiones.

Un largo recorrido de analizante me ha llevado a replantearme la cuestión de la satisfacción (de la insatisfacción) en pleno núcleo de la neurosis en donde se presenta como una idea de lo que se mantiene en la repetición neurótica y se opone a un desenlace satisfactorio. ¿Acaso la insatisfacción en la histeria se inspira en la realidad confrontada en el marco del análisis, una realidad sexual en donde la relación esperada nunca llega, en donde el goce mora siempre en otro sitio, en donde resulta inútil o incluso peligroso tratar de atraparlo? ¿Las ficciones, novelas, teorías que inspira la neurosis sobre su drama particular, sobre la comedia representada a costa de sacrificios impuestos en la repetición, son acaso reales? ¿O acaso son solo plausibles y cabe preguntarse qué se puede hacer con ellos? ¿Hasta qué punto el propio síntoma es analizable? ¿Es necesario, exigible, posible analizarlo completamente? ¿La dialéctica insatisfacción-satisfacción, que tiene que ver desde Lacan con la relación del sujeto con el goce, es acaso una puerta de entrada para preguntarse cómo se puede uno desprender del magnetismo ejercido por su quintaesencia, el penisneid, por tomar el caso de la mujer, la envidia del pene? Freud no vacila a la hora de asignar dicho nombre a lo que está en juego para ella en los fines de análisis difíciles, pero me parece más acertado ampliarlo a todos.

En su escrito Análisis terminable e interminable (1937), Freud insiste mucho en el aspecto cuantitativo dentro de la metapsicología de la cuestión del final del análisis1. Las recaídas en la neurosis en el transcurso de la vida vienen determinadas por un repunte en el poder de las pulsiones que ya no pueden controlar las fuerzas represoras, lo que demuestra que el análisis no había finalizado. Es esta misma energía lo que alienta la reivindicación contraria al analista, contraria a la curación en los casos que se toman como ejemplo de análisis interminable. Ya sean los sucesos de la vida, un nuevo trauma, una incitación procedente del ciclo biológico, la fuerza constitutiva de las pulsiones o los defectos del yo lo que subyace en el exceso de esta exigencia pulsional, Freud subraya el aspecto cuantitativo en la relación de fuerza para, dice él, restablecer los derechos desde el punto de vista económico. Pero da a entender con ello que dichas recaídas habrían podido no producirse, que esos finales de análisis habrían podido no verse obstaculizados…

Freud no hace constar ninguna modalidad programática para la curación de la neurosis. Afirma: « En lugar de investigar cómo se realiza una curación por el psicoanálisis (una cuestión que creo que ha sido ya suficientemente elucidada), la pregunta debería referirse a cuáles son los obstáculos que se hallan en el camino de tal curación » 2. Este escrito, que se presenta también como un homenaje a su amigo Ferenczi, parece llevarnos a pensar que el principal obstáculo en el camino de la curación es la histeria. Es la objeción que la histeria opone a la curación cuando se niega a contentarse con los resultados, incluso sustanciales, que ha obtenido. Se niega a utilizarlos para afrontar las pruebas de la vida, reclamando al analista un resultado más completo. Quiere el falo, retomando el término lacaniano del pene que envidia.

Por otra parte, nos dice Freud, « Si la fuerza del instinto es excesiva, el yo maduro, ayudado por el análisis, fracasa en su tarea de igual modo que el yo inerme fracasó anteriormente » 3. Y como el caso de una fuerza del instinto excesiva remite al « factor cuantitativo, que tan fácilmente se pasa por alto », podemos afirmar, citando a Freud, que « el psicoanálisis, al pretender curar las neurosis por la obtención del control sobre el instinto, tiene siempre razón en la teoría, pero no siempre en la práctica. »4.

Así pues, por un lado, el yo freudiano se planta y rechaza la curación y, por otro, fracasa en una labor demasiado difícil.

En cualquier caso, su queja consiste en que se le deje en una situación insatisfactoria.

La histérica no ha meditado la frase con la que Christiane Lacôte-Destribat resume la « simplificación » en la que se encierra, en el artículo Goce del diccionario de psicoanálisis de Roland Chemama: « el goce humano está irreductiblemente marcado por la falta y no por la plenitud, sin que esto dependa sólo de la problemática de la satisfacción o la insatisfacción -simplificación propuesta por la histeria-. »5

¿Cómo se presenta y se aprehende entonces en el análisis este goce humano que no puede reducirse a la satisfacción o a la insatisfacción? Si admitimos que el desagrado es una tensión relacionada con una trama lenguajera en la que el sujeto trata de repetir un movimiento hacia una satisfacción, su goce reside en la satisfacción hacia la que tiende y que imagina, al mismo tiempo que experimenta desagrado. Su goce es más ese desagrado que cualquier tipo de satisfacción. Presa del goce del desagrado, el sujeto concibe el lugar del goce del Otro como una plataforma celeste en donde podría hallar la satisfacción y que podría alcanzar. Para ello, necesita acceder al saber del Otro. Todo análisis se desarrolla en pos de un saber cuyo lugar es el Otro, acompañado por el analista.

Nestor Braunstein nos presenta en un escrito titulado El saber en la histeria (« sabismo »), con una pintoresca descripción, los altibajos y tribulaciones de la búsqueda de esta última en la transferencia, cuando el saber se convierte en el desafío de un enfrentamiento con el analista identificado como su titular y poseedor6. Al dirigirse a su analista como Amo o como Profesor, exponiendo todos los callejones sin salida de estas posiciones identificadas, se nos narra una transferencia pasional en la que el discurso del analista trata a duras penas retomar el control. La insatisfacción, la reivindicación, la lucha, la agresión se dan cita en este escrito narrativo en el que una transferencia negativa exacerbada confluye con un amor de transferencia pasional produciendo un efecto casi cómico. Por muy vivo e impactante que resulte este escrito, creo que cabe señalar que en una transferencia, no todo tiene que ver con la pasión intratable de la histérica; el analista también le echa aceite al fuego. Pero presenta la ventaja de exponer sin flaquear la loca carrera en la que se aventura la pareja analizante-analista. Todo el desarrollo está orientado por la cuestión del deseo del analista. Subraya e ilustra así la necesidad estructural de la ausencia de solución para la insatisfacción que el deseo exige colmar y mantener al mismo tiempo.

En el apartado consagrado a la conclusión, Nestor Braunstein nos invita a pensar que « [el] problema, para decirlo en resumen, es el de pasar del saber como objeto del fantasma al saber de la estructura como verdad del discurso del analista ».7 Se podría decir también: del analizante. Ese saber como objeto del fantasma era lo que estaba en juego en la relación transferencial pasional. ¿Pero qué puede ser el saber de la estructura más allá del saber del analista? No existe un saber de la estructura disociable del efecto de verdad de su reconocimiento. De lo contrario, desembocaríamos en un saber positivo sobre el inconsciente. Podríamos saber quién es la histérica. El propio N. Braunstein subrayaba el año pasado en el Congreso de Analyse Freudienne que Lacan nunca habló de la neurosis, la psicosis y la perversión en tanto que estructuras clínicas estancas que transformasen al neurótico, al psicótico y al perverso en sujetos-objeto.

La estructura es, en mi opinión, la experiencia de « cómo van las cosas » en el análisis. En el avance de este último, no se da con el goce prometido y, en su lugar, se presenta un goce no convocado, doloroso, imposible de gestionar. Los proyectos anhelados fracasan y la cuestión de cómo se repite este fracaso adquiere, a fuerza de plantearse una y otra vez, una nueva dimensión. Está la cuestión de lo que significa, pero ante todo la experiencia de la diferencia a la que la repetición confronta al individuo, ya que pese a que se repite, nunca se trata de lo mismo. Conduce a los límites y a la precariedad del sentido, a las condensaciones imaginarias, al descubrimiento renovado y siempre cambiante del deseo del sujeto como deseo del Otro. Se vislumbra la estructura ya que en numerosas ocasiones el proyecto que ha construido la transferencia y el objeto del fantasma en esta no se ha alcanzado, pero se ha podido decir algo de todo ello. Es entonces cuando surge el momento decisivo del final del análisis en el cual acaso nunca falten algunas de las imágenes transgresoras y violentas tan presentes en el escrito de Braunstein sobre el « sabismo » de la histérica. Freud lo evoca calificando sin ambages dicho momento para la mujer mediante el penisneid. Tengo la sensación de que no es posible salir de él con la convicción de haber hecho el trabajo que había que hacer. El fallo del falo anhelado implica la caída del objeto que deseaba ser en el deseo y para el goce del Otro. La consecuencia no puede ser callada. Nadie puede aceptar una pérdida de tal magnitud sin rebelarse: el propio valor narcisista y sexual. En el panorama amoroso de la transferencia en donde ha aprendido a reconocerse y a curar su desgracia neurótica, el sujeto se siente ahora engañado y devastado. Ahora es cuando pueden surgir, tal y como los evoca Freud al término de Análisis terminable e interminable, « graves episodios de depresión debidos a una convicción interna de que el análisis de nada servirá y que nada puede hacerse para ayudarla »8. Este momento de la partida analítica se proyecta afortunadamente en otro marco, que apela a otra respuesta, la del psicoanálisis, el cual se supone que siempre puede decir algo más sobre el inconsciente y, por consiguiente, que puede responder algo al analizante, más allá del naufragio de su amor en la transferencia.

Freud imprimió a toda cuestión de estructura en el ámbito del psicoanálisis su apego por la fase fálica de cara y contra todas las objeciones que se le plantearon a este respecto. Se mantuvo en su posición sobre la cuestión de un único órgano genital de referencia para ambos sexos, que puede faltarle desde el comienzo a ellas o luego a ellos. Esta exigencia freudiana de una diferencia elevada a lo universal, producida por lo universal de la diferencia sexual sigue siendo, en mi opinión, una contribución psicoanalítica para que « hombre » y « mujer » formen significantes en la cultura, vectores de subjetividad y no ya designaciones de subcategorías biológicas que algunos querrían ver en sí mismos. La persistencia de la experiencia analítica, su no desaparición aún a día de hoy por pérdidas y beneficios en todas las psicoterapias, ni su absorbción en las psicologías y en todo lo que ha pretendido explicar y resolver la queja de no poder vivir su sexo, procede originalmente de esta posición de Freud que nunca quiso dar su brazo a torcer en estos oscuros y delicados asuntos de colita y de pérdida, tanto para la niña como para el niño, del único órgano que cuenta, el falo.

Podemos leer, no obstante, en Freud, en Introducción del narcisismo (1914), que en ciertas neurosis, el complejo de castración parece no desempeñar ningún papel… N. Braunstein lo subraya en un artículo titulado Edipo vienés como una ocasión periférica en la que Freud se echa para atrás en cuanto a la necesidad estructural de la castración.9 Braunstein lo recuerda para recalcar todavía más patente esa necesidad dentro de su lectura de la obra freudiana, en la que ve una gran construcción con varias entradas en la que el Edipo, que interviene precozmente, no deja de hundirse, mientras que la castración se va elevando para convertirse en la mismísima roca con la que topa el psicoanálisis en Análisis terminable et interminable.

Braunstein plantea que el Edipo de Freud ocupa el lugar de lo inanalizado del fundador del psicoanálisis. No es el primero en hacerlo; recordemos que Lacan ofrecía entre otros ejemplos de sinthome « el complejo de Edipo para Freud ». En opinión de Braunstein, el individuo Freud nunca « se separó » de su madre. Él mismo es Edipo culpable del crimen, de la transgresión; ha matado a su padre, se ha casado con su madre. De ahí proceden las descripciones freudianas ideales del amor madre-hijo, el único amor que puede tener ese grado de pureza, de plenitud, de ausencia de hostilidad. Freud deforma incluso la obra de Sófocles para utilizarla en su proyecto: en realidad, y contrariamente a lo que nos dice de ello, al principio de la tragedia, Yocasta, la madre, y no Layo, el padre, es quien envía al niño a exponerse y morir. Al final, la muerte de Yocasta se debe tanto a Edipo como a ella misma, ya que no solo no le impide suicidarse, sino que apresura hacia sus apartamentos puñal en mano.

El proyecto del Edipo freudiano giraría pues en torno a ese ideal de amor madre-hijo, del que podemos observar que colma también lo imaginario con una plenitud y una felicidad sin par. Lo cual implica para la mujer, como podemos observar, un destino totalmente orientado dentro de la ecuación pene-niño. La plenitud-satisfacción en su hijo varón remite a la mujer a la insatisfacción en todos los demás ámbitos. El fracaso tan frecuente en la construcción de la sexualidad femenina en el que Freud insiste a lo largo de su artículo Sobre la sexualidad femenina, la sensación que desprende dicho escrito de que la civilización no le ofrece, a fin de cuentas, casi nada a la mujer, puede interpretarse, en mi opinión, como una constatación del fracaso de ese ideal, en 1931. Vemos así hundirse el Edipo freudiano junto con el ideal que lo sustentaba.

Al descifrar N. Braunstein un avance de la castración, una curva ascendente habida cuenta de la importancia decreciente atribuida al complejo de Edipo en la obra freudiana, subraya así el progreso de la liberación significante del falo, de la lógica simbólica de sus transposiciones, de los intercambios que regulan estas posibilidades en el transcurso de la vida y desembocamos finalmente en un psicoanálisis ordenado por la castración.

Este orden de la castración es, en mi opinión, indispensable, pero también insuperable en el marco del psicoanálisis, tanto en la teoría como en la práctica. Máxime cuando la curación de la neurosis interviene y cuando el estrecho horizonte de la satisfacción-insatisfacción en el principio de realidad se amplía al campo del goce que Lacan reclamaba como campo lacaniano.

¿Cómo puede organizarse el goce del analizante, al término de un psicoanálisis ordenado en torno a la castración al hilo de la exigencia freudiana, de otra manera que no sea en los síntomas en los que se concentró hasta entonces? ¿Cómo puede dejar de dañarlo por su exceso, sus atajos, cuando el sujeto se ve reducido al silencio y la imposibilidad de desprenderse de las mieles y suplicios que le inflige en un tiempo que se diluye? La palabra goce sugiere una promesa y una vía hacia un desvanecimiento deseado. Esta palabra apunta también a un saber sobre el goce, una ciencia del goce. ¿Quién posee dicho saber? Si lo posee, posee también el goce. El análisis es un proceso de desembrujo del goce del Otro: un goce que coincide con las ficciones en las que se cree en él en el Otro. Estas son en sí mismas, goce, epopeya, saga, romance, historias lúgubres y cómicas…

Si nos centramos en una obra del mismo autor, Nestor Braunstein, El goce, un concepto lacaniano, podremos quizás avanzar en lo que respecta a este pasaje en el análisis entre la órbita de la insatisfacción y el campo del goce10. Podremos de paso, tal vez, entender mejor el goce y su relación con la castración.

El autor plantea el goce como procedente en su origen de la pena y el dolor frente a la Cosa innombrable, esa pérdida original que nunca se podrá conocer. El goce tira para adelante, inagotable combustible que brota de la alarma original de la vida humana sumida en el lenguaje, el cual prohibirá para siempre el goce de la Cosa. La intervención de la operación metafórica instaura una falta que asumirá una organización de lo real, lo imaginario y lo simbólico. La pérdida a partir de ahí puede convertirse en falta. Esa falta es el falo, implica un proceso de desciframiento que es en realidad el proceso de desciframiento del goce al cual el sujeto dedicará toda su vida. El goce fálico se califica como goce semiótico para destacar su estrecha relación con el lenguaje y con el proceso de desciframiento. El goce Otro, suplementario, que al autor que nos ocupa le gusta definir, tras Lacan, como goce del Otro (sexo), se halla con el goce fálico en una relación de contingencia. Puede eventualmente acompañarlo. Pero el goce Otro de por sí no es algo que pueda considerarse por sí mismo sin la dimensión del goce fálico.

Estos goces definen al sujeto en su relación con la sexuación. Constituyen « su » goce y no son por definición completos, no son el goce mítico que promete el fantasma. En cuanto al goce del Otro, de aquel cuya consistencia se basa en la creencia que el sujeto tiene de él, religión, saber, psicoanálisis, psicoanalista, madre, padre, etc., el sujeto se sirve de él para desplegar las figuras en las cuales se convierte en objeto de este, como lo hacen sus procedimientos en la transferencia analítica. Braunstein subraya al comienzo de su obra que si el deseo es dialéctico -siendo el deseo del sujeto el deseo del Otro- los goces están en juego en una lógica de oposición. El goce del sujeto no es el goce del Otro.

Opino pues que es imposible asumirse como sujeto del goce del Otro, pero que es posible hacerlo como sujeto del de uno mismo. De hecho, es el sentido de la responsabilidad de cara al inconsciente de uno mismo. Por último, el goce del sujeto es semiótico y fálico, el goce suplementario del Otro (sexo) puede acompañarlo. Sin la relación con la represión que se articula con el goce fálico, el goce no es más que un horizonte mítico e imaginario o bien la realidad del objeto en el goce del Otro. Pero la disociación radical con respecto de cualquier concordancia con una adaptación en un principio de realidad es lo que ante todo confiere al goce humano un carácter extraña y paradójicamente omnipresente. Lo cual nos llevaría a concluir que la elaboración de la represión y sus consecuencias sigue siendo la tarea insuperable del psicoanálisis en la neurosis y el único medio para curarla.

« La rectificación con posterioridad del proceso represivo originario, la cual pone término al hiperpoder del factor cuantitativo, sería entonces la operación genuina de la terapia analítica », afirma Freud en Análisis terminable e interminable11. El hiperpoder del factor cuantitativo nos remite al desagrado y al goce y la rectificación analítica de la represión a su limitación. Nos hallamos pues en el ámbito del goce fálico, del orden de la castración.

El psicoanálisis parece decirnos: no, no domarás tu goce. Como mucho, lo verás limitado por la represión por un lado, suplementario y contingente por otro. El goce ha reducido pues sus pretensiones imaginarias desde el paroxismo del penisneid en el que parecía complacerse ampliamente en la insatisfacción. El paso de esa « roca original » no tiene nada de innovación. Se ha contentado con seguir la tarea que se le atribuye desde siempre al análisis. Su resultado es tan solo la forma especial que tiene el análisis de salir de la reivindicación de una satisfacción imposible perpetuando la facilitación del deseo que lleva practicando desde hace ya mucho tiempo.

1 S. Freud, L’analyse avec fin et l’analyse sans fin in Résultats, idées, problèmes II 1923-1938, Puf, 1985.

2 Ibid., p236.

3 Ibid., p245.

4 Ibid.

5 R. Chemama, B. Vandermersch, Dictionnaire de la Psychanalyse, Larousse, 2009, p.300.

6 N. A. Braunstein, Depuis Freud, après Lacan, déconstruction dans la psychanalyse, Point hors ligne, Eres, 2008, p.167.

7 Ibid., p.177.

8 Op. Cit., p. 268.

9 N. A. Braunstein, Depuis Freud, après Lacan, déconstruction dans la psychanalyse, Point hors ligne, Eres, 2008, p. 85.

10 N. A. Braunstein, La jouissance, un concept lacanien, Point hors ligne, Eres, 1992.

11 Op. Cit., p.242.

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