Philippe Woloszko -La reminiscencia : un ensayo general en singular
París, 29 de septiembre del 2018.
En el teatro el ensayo general es la representación que precede el estreno. De este modo, el estreno es la repetición de una representación; ésta siendo ella misma una repetición. Podemos pasar del teatro a la teatralidad y llegar a la histeria. Con eso explicamos el título.
Ya en 1895 Freud identifica que algunos pacientes padecen de la actualización del pasado. Algunos eventos en la historia de un sujeto se repiten y provocan crisis de histeria. Esto significa que las neurosis están desencadenadas por el retorno del pasado en el presente, es decir por una repetición. El pasado no ha pasado. Así las reminiscencias aparecen como una forma de repetición. Esto plantea dos cuestiones que se relacionan con la noción de tiempo: una vinculada con el après-coup, nachträglich, y en especial la cuestión de la rememoración; la otra con la atemporalidad del inconsciente, en el cual los eventos no están organizados cronológicamente sino que obedecen a otra lógica, la del significante. En aquella época, Freud no habla de repetición sino que recurre a una palabra poco usada: reminiscencia. Vale notar que Freud utilizó esta palabra en tres textos solamente: los estudios sobre la histeria en 1895, las cinco lecciones en 1905 y Construcciones en el análisis en 1937.1
En 1895 Freud ya asociaba reminiscencia y repetición. Escribe: “Descubrimos al principio, en efecto, para nuestra mayor sorpresa, que cada uno de los síntomas histéricos desaparecía al instante y sin regresar cuando se lograba traer a plena luz el recuerdo del episodio que lo generaba, y en la misma ocasión cuando se despertaba la afectividad que lo acompañaba, y cuando después de eso el paciente describía el episodio de la manera más detallada posible, encontrando palabras para expresar la afectividad. Una rememoración sin afectividad es casi siempre sin efecto.2” La rememoración no es suficiente, también se necesitan los afectos, es decir que es necesario que el sujeto reviva de manera consciente la escena reprimida, para permitir que desaparezca el síntoma. Desde luego, la inscripción en la memoria se realiza a través de una repetición. Esto significa que el evento en cuestión no existe, no tiene sentido, sino por haber sido repetido. Se percibe aquí el rol fundamental, en el sentido de fundador, de la repetición en el psiquismo.
¿Qué es lo que se repite, sino el goce? El recién nacido repite el goce de la primera amamantación de modo alucinatorio, que tiene efectos insatisfactorios. Esta insatisfacción representa, por lo tanto, una perdida, ya que el objeto de satisfacción, el seno, está ausente en la alucinación. Así, desde la primera repetición (histórica dicen los comentadores de fútbol), se reduce el goce.
En este momento de su evolución, se puede decir del recién nacido que su goce proviene del objeto: el seno. En el momento de constitución del sujeto, del ser hablante, pasamos de un universo regido integralmente por el goce, es decir el principio de placer, en cuanto satisfacción del cuerpo, a un universo simbólico donde la satisfacción es la del sujeto.3 Para restituir eso, Freud construye el mito que llama pulsión. La pulsión es, en efecto, el lugar donde se articulan cuerpo real y cuerpo del mundo simbólico. Freud establece la pulsión como algo que ningún objeto puede satisfacer. En efecto, la pulsión gira alrededor del objeto sin alcanzarlo nunca. Así, pasamos del objeto real que satisface el goce al objeto de la pulsión, objeto que no se puede alcanzar, y que por lo tanto no se puede concebir sino como un objeto perdido, o más precisamente como objeto que ha sido perdido, es decir como objeto que solo existe, como habiendo sido perdido, en una reconstrucción posterior, en el après-coup. Para decirlo de otra manera, el hambre se alivia con la leche del seno materno, objeto real. En cuanto a la pulsión, que se construye en el après-coup, ya que no se puede satisfacer con el objeto real, solo puede ser satisfecha con un objeto simbólico. Así, si el paso al universo simbólico produce una perdida, que consiste en algo que puede satisfacer el goce, este algo que podrá ser simbolizado, es decir subjetivado, por un objeto, es el objeto perdido. El mundo simbólico, el del significante, ya no se refiere al goce sino a la pulsión, la cual no puede ser satisfecha por ningún objeto. Esta perdida, que es una perdida de satisfacción, una perdida de goce, es aprehendida por el sujeto, por lo tanto subjetivada, como una perdida de objeto. Este objeto, Lacan lo nombró objeto a. Desde luego, este objeto a representa a la vez la perdida de goce y el objeto del deseo.
Hay un elemento que hay que resaltar en este asunto: cuando el niño llega a habitar el lenguaje, cualquier incidencia del goce desaparece y lo único que puede saber de eso se efectúa a partir de los efectos de la perdida de goce, por consiguiente de una perdida del objeto a (en cuanto plus-que-goce). El goce es necesariamente fuera del lenguaje, luego inconsciente.
En efecto, el goce como tal es sin discontinuidad, siguiendo en eso el principio de placer. La discontinuidad se manifiesta bajo la forma de una perdida de goce (o de un exceso de goce en el cual el sujeto se disuelve). Para el sujeto, el goce no se puede representar sino mediante el objeto a, plus-de-goce. El goce no se manifiesta sino indirectamente, bajo la forma de la pulsión, que a su vez aparece bajo la forma de un empuje continuo. El aspecto continuo de este empuje es suficiente para desconectar la pulsión de lo biológico, que es, en cambio, siempre cíclico, como el hambre por ejemplo. Este empuje lleva la pulsión a no cesar de volver a girar alrededor del objeto. Esto produce una repetición, cuyo motor es este empuje causado por el goce, siguiendo, una vez mas, el principio de placer. Pero ¿por qué este empuje produce una repetición? Intentaré demostrar que es por el efecto del significante.
Esta formulación puede sorprender, ya que está en la naturaleza misma de la pulsión que ella se repita: la pulsión aspira al goce y de este modo no hay repetición sin goce, como no hay goce sin repetición.4 Pero ¿cómo concebir que un sujeto repita en su vida las mismas situaciones que repite también en la transferencia? Lo que constituye lo cotidiano de nuestras curas. Es notable que Lacan empieza sus “Escritos” con esta frase: “El automatismo de repetición toma su principio en lo que hemos llamado la insistencia de la cadena significante”5. Obviamente se plantea aquí la cuestión de la pulsión de muerte, y volveremos a esto mas tarde. Abordaremos el tema a partir de dos entradas distintas: la memoria, y luego la unión de lo idéntico con lo diferente.
La memoria simbólica o significante es ante todo una rememoración. No está sometida al principio de placer en el sentido de “volver a encontrar el equilibrio en los limites de una cierta homeostasis”6 que es la memoria de la sustancia viva, la que tiene como función el no repetirse: la rata no volverá a rozar las vallas eléctricas. La memoria en el hombre: “es algo que gira, (…) gira indefinidamente7”. Lacan hace una analogía con la memoria de las computadoras que gira sin parar: precisa en el seminario “Las formaciones del inconsciente” ilustrando: “es ahí que se pone (el significante) a girar, es decir que como una pelota, hace idas y venidas entre el código y el mensaje, (…) es decir de lo que gira en redondo hasta reaparecer, hasta que lo necesitemos, y que está obligado a girar para constituir una memoria8”. Hay aquí un automatismo de repetición, inherente al significante e independiente de la pulsión. Esto constituye, finalmente, un orden simbólico, y esto evoca la pulsión de muerte.
Como lo vimos anteriormente con el seno, la repetición aspira al goce, a volver a encontrar el goce de lo repetido. Es decir que la repetición aspira al retorno de lo mismo, de lo idéntico. Esto queda muy claro en Freud, antes del descubrimiento de la pulsión de muerte, esto se hace bajo el empuje de la pulsión, siguiendo el principio de placer. Es necesario recobrar esta identidad ya que: “el organismo no reconoce lo mismo que se renueva como distinto9” dice Lacan. En realidad, en la repetición hay una perdida. En el mundo simbólico, el mundo del significante, la repetición modifica lo repetido. En efecto, lo que se repite se vuelve lo repetido de lo repetido y se encuentra de este modo modificado, por un efecto de après-coup. La repetición no permite reencontrar la identidad de percepción, hay entonces una perdida. Esto es lo que permite a Christian Hoffmann afirmar que “la perdida es un sinónimo del inconsciente10”. Luego, es obvio que la repetición produce diferencia.
Así, nos parece que la repetición une lo idéntico con lo distinto. Lo idéntico, el retorno al idéntico, remite a la perdida, representada por la perdida de objeto, mientras que lo diferente está ligado al mundo del lenguaje, es decir al significante. Lo que caracteriza al significante es la diferencia:
“Nada más funda la función del significante:
sino ser diferencia absoluta : unicamente porque los otros significantes difieren de él, es por lo que el significante se sostiene.
que por otra parte estos significantes sean y funcionen en una articulación repetitiva, es, por otro lado, lo que constituye la otra característica11”.
La Repetición es por lo tanto el lugar de articulación entre la pulsión y el significante; es decir entre el goce (y su perdida) y el sujeto, sujeto que desea. Se puede dar cuenta de esto a partir del estatuto del objeto a. Es ahí que nos parece peculiarmente genial la invención del objeto a por Lacan.
El uso del objeto a cambia en varias ocasiones, a lo largo del trabajo de investigación de Lacan, sin que ninguna ocurrencia esté en contradicción con otra. La perdida consecutiva a la entrada al mundo simbólico es designada por el objeto a, es una perdida de goce que será caracterizada por el plus de goce en el seminario “De un Otro al otro”. También es el objeto causa del deseo que aparece en la formula del fantasma $ a, de tal manera que aquí este objeto a es subjetivado, es decir introducido en el lenguaje. En efecto, es por el fantasma que el objeto entra en el mundo subjetivo donde el sujeto es representado por un significante para otro significante.
Finalmente, también es alrededor de este mismo objeto a que gira la pulsión.
Así, para quedarnos en esta visión, tal vez demasiado dualista, pero necesaria, postulemos que del lado de la pulsión el objeto a representa la perdida (cf. el objeto perdido), mientras que del lado del significante el objeto a representa la carencia, el objeto del deseo. El interés clínico del asunto es evidente. Si el psicoanálisis es de verdad una clínica del goce, donde sujetos vienen a nuestro encuentro, muchas veces saturados de este goce, la cura puede orientarse en el sentido del paso de la perdida a la carencia; lo que es otra manera de decir del goce al deseo, pero articulado esta vez al objeto a. Si, cuando escuchamos un analizante, podemos elegir orientar esta escucha o del lado del goce o del lado de la articulación de los significantes, el punto de unión es el objeto a12.
En 1919, Freud escribe “Mas allá del principio de placer” y el mismo año publica “Lo siniestro” donde utiliza por primera vez el termino de conpulsión de repetición (wiederholungszwang). Hasta entonces, la repetición es esencialmente teorizada como una forma de rememoración, especialmente en su puesta en actos en la transferencia, o como puesta en acto del inconsciente que empuja para hacerse oír. Frente al enigma de la neurosis traumática, elabora la pulsión de muerte. En este texto (“Mas allá del principio de placer”), después de haber explicado otra vez que una palabra y la palabra contraria tienen el mismo sentido para el inconsciente, estudia la repetición en el niño. Escribe: “Se ve que los niños repiten en el juego todo lo que les pasó en la vida y produjo en ellos una gran impresión, y que con eso reducen la fuerza de esta impresión y se vuelven, por así decirlo, dueños de la situación13”. Luego, narrando la observación de su nieto, pone en practica algo absolutamente nuevo. Con el “fort-da”, muestra que la repetición permite simbolizar lo real; este real de la ausencia de la madre. ¿Será una perdida o una carencia? La respuesta queda con ustedes. ¿Tal vez a veces se necesita una cura entera para contestar a esta pregunta? ¿Qué quiere decir aquí simbolizar? Se trata de constituir un significante tal que pueda representar el sujeto para otro significante. Creando sus significantes, el niño se constituye como sujeto en el après-coup. Así, Freud, cuando lo leemos bien, no afirma nada menos sino que la repetición es constitutiva del sujeto. Y pudo teorizar eso solamente teniendo en cuenta la existencia de la pulsión de muerte. El niño necesita un numero especifico de repeticiones para que esta operación desemboque en la constitución de un significante. Esto se observa cuando un niño pide la repetición de un cuento, que funciona como un mito (articulación de lo simbólico y de lo imaginario que permite aprehender lo real) y para que desemboque en la constitución de un significante. En este momento, el niño ya no quiere que le volvamos a repetir el cuento, que ya desempeñó su papel simbolizante y por lo tanto constitutivo del sujeto.
Podemos citar dos ejemplos de este aspecto creativo de la repetición: el primero interesa también a los niños: toca repetir para que los niños entiendan y recuerden bien, los padres y los educadores saben muy bien esto (aunque no se trata aquí de una repetición significante). Educar es repetir14. ¿Solo vale para los niños? Notemos también la necesidad de la repetición de las sesiones de cura analítica, porque cada repetición establece diferencia, y repetimos hasta que lo hayamos oído y que, al producirse el efecto simbólico, algo se desmorone. Además, la repetición favorece la perlaboración. Las repeticiones entonces, se revelan necesarias en todas las etapas de la vida.
Así, Freud evidencia un aspecto creativo de la repetición en este texto en el cual, justamente, muestra su aspecto destructor, en el sentido de regreso a lo inanimado. Se puede concebir que la repetición, siendo ella el retorno al estado anterior anhelado por la pulsión, animada por el principio de placer, contenga así como la pulsión un doble aspecto de vida y de muerte. Este fragmento del texto de Freud nos hizo pensar: “Evolución superior así como retrogradación podrían muy bien ser ambos las consecuencias de las fuerzas externas que presionan para la adaptación, y el papel de las pulsiones podría en ambos casos limitarse a mantener, como fuente interna de placer, la modificación impuesta por la coacción15”. Si las dos pulsiones, de vida y de muerte, tienen aquí la misma función al servicio del principio de placer, podemos considerar la idea de que en realidad solo exista una pulsión con dos caras: vida y muerte. Sin embargo, también lo podemos pensar como las dos caras de una banda de Moebius, que solo tiene una cara en realidad y un solo borde16, y en función del punto de vista se ve la pulsión de vida o la de muerte. Esta imagen nos parecen mas fecunda que la del trenzado que propone Freud.
Pensamos que la repetición presenta también este aspecto en el cual el lado constitutivo del sujeto y el lado destructivo son ambos partes integrantes de ello y pueden ser ilustrados por esta imagen topológica de la banda de Moebius. Vale recordar que Freud habla del “fort-da” justo después de haber enunciado que una palabra y su contrario tienen el mismo sentido. Además, esta citación de Freud nos invita a esto, ya que Freud asimila en este texto el principio de placer a la pulsión de muerte: “El principio de placer parece estar simplemente al servicio de la pulsión de muerte17”. Luego, este principio de placer es el principio de la tensión menor, lo que siempre sostuvo Freud. Pero lo que aparece, es que el principio de placer fija un limite mínimo de esta tensión, para que la vida se mantenga, es decir que el principio de placer, cuya función es permitir el goce, pone un limite al goce. 18 Así, nos parece mas adecuado pensar la pulsión como única pero con dos polos (para no decir bipolar), en vez de pensarla como dos pulsiones y entonces pensar la repetición como un lugar de articulación entre la pulsión y el significante. La repetición siendo también el lugar del goce, determina el lugar de la constitución del sujeto como siendo el del goce.