Eric Moreau – Violencias inéditas. Psicoanálisis de la violencia de estado

 

Aproximarse al psicoanálisis de las violencias inéditas requiere primero identificar lo que hay de nuevo en las violencias contemporáneas y supone distinguirlas de las violencias del pasado. Para ello, tenemos que considerar un eje histórico. Buscar en el pasado la verdad olvidada. Ese es un enfoque propiamente freudiano. Sin embargo con Lacan, otra dimensión se toma en cuenta, la del análisis de la estructura del significante y del sujeto. La estructura es una matriz simbólica intemporal cuyos modelos son el esquema L, el grafo del deseo, el nudo borromeo o los cuatro discursos. En este trabajo nos referiremos a este último modelo.
Entonces, ¿Cuáles son las amenazas de Estado contra la humanidad?
Las más grandes matanzas conocidas en la historia buscaron exterminar comunidades enteras por razones étnicas, raciales, religiosas o políticas. Para nosotros que estamos viviendo en América latina, estamos directamente interpelados por el genocidio de los pueblos originarios provocado por la colonización en el pasado y por la represión actual de Estados republicanos independientes del continente.
Una pregunta se plantea a priori: ¿Habría una continuidad histórica de la violencia de Estado, otrora desde el Estado colonial en contra de los pueblos originarios, llegando hasta el Estado actual capitalista ultra neoliberal?
Y si este es el caso, ¿Cómo el psicoanálisis lo podría explicar?
La respuesta lacaniana hace la hipótesis de la existencia de una estructura simbólica nuclear interna al discurso del Estado, que según el momento histórico puede manifestarse parcialmente o totalmente. Esta estructura discursiva es la que genera la violencia simbólica que a su vez justifica la violencia física y material. El objetivo de este trabajo consiste en extraer el núcleo discursivo de la violencia de Estado.
El colonialismo
En Chile, varios pueblos originarios desaparecieron. Sus miembros fueron exterminados, primero por los soldados españoles y luego por militares y civiles chilenos. Conocemos el caso dramático del pueblo Selk´nam de la Tierra del Fuego y de otros pueblos como los Tehuelches, los Changos, los Picunches.
Hay otros que sobrevivieron y resisten todavía como los Aymaras y los Mapuches por ejemplo. A su vez, los Mapuches deben su sobrevivencia a su estrategia específica de la guerra, proveniente de su carácter guerrero y resistente que les llevo a matar a numerosos españoles y chilenos. Hoy la violencia perdura bajo la forma de la represión del Estado versus la resistencia del pueblo Mapuche. La política no ha aún resuelto este conflicto.
Históricamente, el origen del colonialismo latinoamericano remonta al Imperio español y portugués. El colonialismo se instaló y se consolidó a partir del binomio: asimilación y violencia. La asimilación es una operación de dominación ideológica que consiste en aniquilar la cultura indígena mediante una operación discursiva de la negación de la identidad, de negación de su cosmovisión y en consecuencia de negación de su condición de pueblo con el objetivo de obtener un sometimiento a la colonia. Una de las formas de hacerlo fue mediante la evangelización católica. La evangelización es una operación discursiva de desidentificación de la mapuchización y una identificación forzada al catolicismo para convertir al Mapuche, el hombre de la tierra en hijo de dios. La lucha ideológica debe permitir construir un nuevo sujeto, el colonizado, que abandonará sus creencias anteriores para identificarse a ideal católico del Estado colonial. Pero hay contradicción valórica respecto de la visión del mundo. Para los mapuches la mujer fue la primera en la tierra, la madre, la naturaleza, la Ñuke Mapu. Para la cultura monoteísta occidental fue el hombre: Adán. La pregunta es: ¿Quién ha creado al hombre y a la naturaleza? ¿Una mujer o un hombre? Si la conversión de la primera creencia a la segunda es planteada de manera forzosa mediante un mecanismo de violencia simbólica entonces ningún dialogo es posible. El dispositivo de la asimilación es requerido para el estado colonial, pero si fracasa porque el colonizado resiste o se rebela, entonces, el uso de la violencia real y de la guerra está justificado. En esta última situación, otro mecanismo de violencia simbólica es necesario. En lenguaje militar, se trata de construir la figura del enemigo para poder violentarlo mediante la guerra y despojarlo de su territorio. En este preciso momento, el mapuche será convertido en enemigo porque encarnará una amenaza. Es una amenaza a la dominación colonial. El aparato ideológico del Estado procederá a la deshumanización mediante la animalización de los indígenas. Lo que permitía decir que los mapuches no eran más que “una horda de fieras que es urgente (sic) encadenar o destruir en el interés de la humanidad y para el bien de la civilización” (citado en Pinto, 2003, p.155).
Entonces, el colonialismo, no reconoce ni ley, ni organización social, ni justicia, ni identidad humana a los Mapuches porque en territorio Mapuche vivían “indios salvajes”, motivo por el cual debían imponerse la Ley y el orden de la corona de España. De aquí en adelante, se genera un discurso racista que permea el discurso popular hasta hoy. El blanco es superior al indígena. Como lo pueden constatar la Ley se aplica dentro de la colonia, pero no existe en las zonas de exclusión fuera del espacio de la civilización occidental.
El Estado nacional
Pero más adelante, el estado nacional independiente de la República de Chile también, usará del mismo mecanismo de degradación de lo humano. Cito al coronel Cornelio Saavedra en su libro sobre la ocupación de la Araucanía en 1870 quién sostuvo que: “como los salvajes araucanos, se hallan lejos del alcance de nuestros soldados, no queda a éstos otra acción que la peor y más repugnante que se emplea en esta clase de guerra, es decir, quemar sus ranchos, tomarles sus familias, arrebatarles sus ganados y destruir todo lo que no se les puede quitar” (Saavedra, 2009, p. 211). Este discurso fue sostenido durante la Pacificación de la Araucanía para justificar esta guerra civil. La escisión del estado en dos territorios es una operación perversa para borrar la diferencia y el antagonismo social e instalar la unidad indivisible. La perversión pone en escena la renegación de la Ley para evitar la castración que el pacto social garantiza para todo sujeto. La ley simbólica está debilitada, lo que produce automáticamente el dominio del goce perverso. La relación entre el dominante y el dominado se rige por la pulsión sádica y establece una relación agresiva imaginaria y real de victimario a víctima.
Desidentificación subjetiva y la ruptura del lazo social
Cito a Robert Lévy en el seminario de Análisis Freudiano de este año.
“La primera constatación que podemos hacer es la capacidad de los hombres a negar al Otro como verdaderamente humano para poder excluirlo, agredirlo, destruirlo, o intentar prohibirle una supervivencia postmortem. (Esta última afirmación es el caso de los desaparecidos). En este momento, la deshumanización es un ataque contra la metáfora del sujeto.” Preciso que la metáfora del sujeto es la estructura que instituye la existencia del inconsciente mediante la diferencia entre el sujeto del enunciado y el sujeto de la enunciación. Este espacio diferencial, que aparece visible entre las dos líneas horizontales del grafo del deseo, es lo que genera la falta estructural producida por la operación de la castración simbólica. Entonces, está claro que el proceso discursivo de desubjetivación modifica la estructura del sujeto aplastando al sujeto de la enunciación sobre el sujeto del enunciado, de modo que la metáfora se anula negando la castración para convertir a los sujetos en salvajes, enemigos de la Patria y en terroristas. Los que resisten son objeto de odio y del rechazo. Literalmente se le quita su condición subjetiva y se les convierte en objetos alienados a los significantes de la deshumanización. Es más, el circuito pulsional de la relación dominante-dominado, se sustituye al pacto simbólico que debiera organizar el lazo social. Son las pulsiones sádicas y anales que generan un goce no regulado. Un goce sin el límite. El objeto a, como resto de la división subjetiva será recuperado imaginariamente con el sadismo para quedar como un pedazo de carne descuartizada y con la pulsión anal evacuado como un excremento.
El discurso colonialista
Ahora, intentaré construir la estructura nuclear del discurso de la deshumanización del colonialismo con las categorías del discurso de Lacan. Para este fin hay que partir del discurso del amo.
Los cuatro discursos representan un tipo de lazo social, es decir una relación intersubjetiva del sujeto con otro, ordenada a partir de la Ley simbólica de la metáfora paterna. Por lo tanto, el discurso del amo reconoce al sujeto, garantiza la Ley y regula la relación entre semejantes que pertenecen al mismo espacio sociosimbólico. El amo es un gran Otro tachado y el sujeto es sujeto castrado cuyo goce está perdido. En síntesis, el discurso del amo es el discurso del inconsciente que coloca la castración como condición estructural de la relación entre los sujetos.
Discurso del amo
S1 → S2
$ a
El discurso está constituido por cuatro términos: S1, S2, $, a y cuatro lugares.
– S1, es el significante amo que pertenece al gran Otro.
– $, es el sujeto dividido por el significante tachado desde el origen por un « rasgo unario».
– S2, es el conjunto de los significantes que están inscritos como saber en el inconsciente y definen al sujeto del enunciado.
– « a », es el objeto pequeño « a », el objeto desecho, objeto perdido, cuando el sujeto se dividió. Este objeto es la causa del deseo y también del plus de goce. Este es el lugar del goce perdido desde que la represión originaria instituyo la estructura del inconsciente.
El amo es aquel que da un nombre y crea un orden social. Localizado en el lugar del agente, el amo instituye, valida, garantiza, ordena y manda. Su poder es poner orden y limitar el goce localizado en la letra a minúscula que señala el lugar de la pérdida del objeto. Pero si el goce no es distribuido dentro de la ley, el amo ejerce un abuso de poder. Es lo que ocurre con del discurso colonialista. El amo colonialista traza una frontera hermética con el colonizado. Los colonos están en la zona de derecho, pero los excluidos están reducidos a vivir en zonas de no derecho. A menos de que se asimilen a la cultura del amo, y que se desidentifiquen respecto de su cultura originaria.
El colonialismo en su núcleo de goce sádico distorsiona el discurso del amo de la siguiente manera:
El colonizador rompe el lazo social con el colonizado por la acción de la violencia simbólica y real que explicamos anteriormente. Ya no hay diálogo, no hay ley sino relación de violencia. La autoridad será autoritaria y el goce sin límite. El colonizador como amo es un amo absoluto, un gran Otro totalitario no tachado. Y el goce es satisfacción de la pulsión sádico-anal. De este modo, visibilizamos el núcleo estructura del colonialismo que se revela ser el discurso totalitario.
Siguiendo lo que Charles Melman señala, el núcleo totalitario del colonialismo parte en dos el discurso por una línea vertical entre S1 por un lado y S2 por otro, lo que impide la
$ a
relación de comunicación entre el colonizador y el colonizado. El resultado es la ruptura de la legalidad del pacto social. Esto imposibilita el reconocimiento del otro, tanto como semejante y también como sujeto simbólico. Hay entonces, “desmetaforización” como lo explica Robert Lévy. Esta operación genera una forclusión de la Ley y correlativamente una forclusión del sujeto. La operación de la forclusión la conocemos en clínica como causa de estructura psicótica. De tal manera que me atrevo a decir que el discurso totalitario del colonialismo genera una psicosis social. Del lado del amo-colonizador, hay Ley, reconocimiento de los sujetos, ellos son semejantes, hay regulación social, hay Estado y en definitiva hay civilización. Psicoanalíticamente hablando hay castración. Del otro lado, en el territorio de los esclavos- los indígenas- no hay ley, no hay Estado, sino barbarie. En suma, no hay castración sino goce. Es el goce de la guerra. La analogía con la paranoia permite esclarecer como el otro se convierte en perseguidor, en un enemigo amenazante. El odio proyectado sobre el enemigo “él me odia” proviene del odio del sujeto “yo lo odio”. En la guerra la pulsión sádica y la paranoia ocupan el campo. Deducimos de este razonamiento que el colonialismo instala una paranoia social que justifica el asesinato de masas. Al perseguidor solo cabe someterlo, eliminarlo o destruirlo.
Hoy el Estado chileno es una República independiente. El discurso colonialista tendría que haber desaparecido y ser reemplazado por los ideales nacionales de libertad, de justicia y de soberanía nacional. Sin embargo, observamos que la violencia represiva del Estado contra los Mapuches continúa. Concluimos que hay continuidad de la violencia simbólica y real contra los Mapuches en la República democrática chilena. Lógicamente esto es posible porque el núcleo del discurso totalitario se desplazó del Estado colonial al Estado nacional democrático. En el paso histórico del Estado colonial al Estado nacional se ha producido un encapsulamiento del goce totalitario, una interiorización que lo ha invisibilizado. Salvo, por supuesto cuando se produce un golpe de Estado que rompe el pacto democrático y hunde la nación completa en la paranoia. La dictadura entonces se convierte en Estado terrorista y aplica leyes de excepción. Con el pinochetismo, la novedad fue acoplar el discurso capitalista, con la instalación del neoliberalismo al discurso totalitario.
El capitalismo opera con un discurso que degrada a los sujetos en el campo económico. En efecto, Eliodoro Matte, patriarca de una de las familias más ricas de Chile, en el siglo XIX declaró que “los dueños de Chile somos nosotros, los dueños del capital y del suelo; lo demás es masa influenciable y vendible; ella no pesa nada ni como opinión ni como prestigio” (Matte, en Diario El Pueblo, 19 de marzo 1892). La familia Matte, es actualmente propietaria de la Forestal Mininco. Las forestales han expropiado una gran superficie de tierras mapuches. La verdad se revela. Un potente motivo tiene en común el Estado colonial, el Estado nacional capitalista y el supra poder transnacional, ese es el interés económico de la máxima ganancia.
En el seminario XVII, El reverso del psicoanálisis, Lacan escribe el discurso capitalista de los estados modernos.
El discurso capitalista.
$ S2
S1 a
En el discurso capitalista: hay también ruptura entre S1 y S2 como en el discurso colonialista, pero de un modo diferente puesto que el sujeto dividido que está arriba a la izquierda, está convertido en sujeto de la frustración debido a su adicción consumista insaciable. Resulta un sujeto deprimido. El amo, S1, pasa a ser invisible en el lugar de la verdad que es la mano invisible del mercado; Cito a Lacan, “Algo ha cambiado en el discurso del amo a partir de un cierto momento de la historia…el plus de goce se cuenta, se contabiliza, se totaliza. Aquí empieza la acumulación del capital…a partir de este momento, el significante amo aparece inatacable, justamente en su imposibilidad. ¿Dónde está? ¿Cómo nombrarlo? ¿Cómo ubicarlo? Sino por supuesto por sus efectos mortíferos. ¿Denunciar el imperialismo? ¿Pero cómo parar este pequeño mecanismo?”. (p. 207, Seminario XVII, El reverso del psicoanálisis).
Los significantes de los ideales políticos, profesionales, familiares desaparecen. En el discurso capitalista no hay castración porque todo es posible. El lema es “Tú puedes”, es decir, puedes todo lo que tú imaginas sin límite es la producción de un goce desregulado. En este caso, la estructura social se rige por la perversión porque lo Imaginario se sustituye a lo Simbólico. El sujeto, del deseo y del amor son forcluidos. Se hace posible una disociación entre amor y sexo con el fin de propiciar el consumo del sexo sin amor.
En conclusión, pudimos aislar el núcleo de la violencia de Estado bajo la forma del goce totalitario. Este goce se desencadena cuando un Estado niega la ley de la regulación social, forcluye la ley simbólica, reniega la diferencia étnica, racial, religiosa, política, de clase o de género, lo que significa fundamentalmente que enmascara el antagonismo estructural con el fin de sostener que la sociedad es un gran Otro absoluto y completo sin contradicción y sin falta. El goce estructuralmente perdido es recuperado perversamente. En el colonialismo bajo la condición de los esclavos, en el capitalismo como acumulación de la plus valía. En este caso, la violencia simbólica y real realiza el fantasma ideal de la totalidad del imperio o de la nación, de la armonía social sin conflicto y de la pureza de la raza. El goce totalitario liberado sin límite se convierte en goce perverso dejando al régimen de la pulsión invadir el campo social. Implacablemente, la pulsión sádica y anal generan los motivos psíquicos de la exterminación de los subversivos. La historia nos recuerda el fascismo de Mussolini, el nazismo, el estalinismo, el pinochetismo como tantos regímenes totalitarios que asesinaron a sus propios compatriotas.
Sin embargo, el discurso del psicoanalista es el revés del discurso del amo. Podemos también pensar un límite al goce totalitario por el discurso del psicoanalista porque el fin del análisis consiste en que el sujeto logre separarse del significante amo que constituye la matriz de sus identificaciones para permitirle una distancia de su fantasma impregnado del poder del gran Otro. El análisis subvierte las identificaciones que lo dominaban y que fijaban su goce. Su método es la simbolización de las pulsiones. Como psicoanalistas, oponemos al poder absoluto el poder de la palabra.
Bibliografía
Lévy, R. Séminaire 2018- 2019, Analyse Freudienne.
Melman, C., El complejo de Colon y otros textos, cuarto de vuelta ediciones, Bogotá, 2002.
Lacan. J., El seminario, libro XVII, El reverso del psicoanálisis, Paidós, B.As,

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