José Luis Cáceres – El eterno retorno de la violencia: Una lectura psicoanalítica del conflicto armado colombiano

XII Jornada de Psicoanálisis
Análisis Freudiano

“En la población las gentes son sacadas de su hogar sin orden legal, y sometidas a flagelación y tortura antes de conducirlas a la muerte” (Guzmán, Fals y Umaña, 1962: 55-56). Nos relata Monseñor Germán Guzmán acerca de lo que ocurría en diferentes zonas de Colombia durante la década de 1930.
“Emasculan, profanan cadáveres, queman vivos a agentes previamente rociados con gasolina […] Los órganos cercenados los colocan en la boca de la víctima” (226) Continúa contando Guzmán pero esta vez sobre sucesos ocurridos en los años 50’s.
“[…] cuando tratamos de levantar el cadáver, la masa craneana se desbarató debido a los excesivos disparos de fusil que recibió […] A varias de las víctimas les pusieron el pene en la boca y tal parece que por lo menos a una de ellas le abrieron el abdomen a machetazos en pleno estado de conciencia” (Giraldo, Colorado & Pérez, 1997). Reseña un médico forense a finales de los 80’s.
En Colombia, la violencia tiene estructura de repetición. Aunque el conflicto armado cuenta ya con más de 60 años de duración, no obstante, estos extremos de violencia ocurren cada cierto tiempo, retornan aproximadamente después de una generación, y lo hacen poniendo en escena a la muerte, la persecución, el miedo y el destierro, a través de las formas más dantescas inimaginables. Las masacres, las desapariciones forzadas, los secuestros, las bombas y los desplazamientos forzados son sólo algunas de sus formas más conocidas.
Hay, no obstante, una expresión mortífera del odio y de la violencia en Colombia de la que muy poco se escucha. Manifestación que igualmente emerge compulsivamente en cada capítulo del conflicto armado, como síntoma más extremo del desanudamiento de la pulsión de muerte en aquellos que se desenvuelven en el teatro de la violencia como actores armados.
Se trata de la fragmentación del cuerpo del otro, de su desmembramiento o, inclusive, de su desintegración. En los años 50’s se les caracterizaba como cortes: el corte franela, de corbata, francés, como si a un tejido o a una costura se refiriera.
“El corte de franela, practicado especialmente en el Tolima, es invento guerrillero y consiste en una profunda herida sobre la garganta muy cerca al tronco. La hacen no golpeando sino corriendo con fuerza un afilado machete sobre la parte anterior del cuello. […] El «corte de corbata», de invención «pájara»1, es una contrarréplica al anterior. Se verifica mediante una incisión por debajo del maxilar inferior por donde se hace pasar la lengua de la víctima quedando izada en forma espeluznante, sobre el cuello” (Guzmán, Fals y Umaña, 1962: 228-229).
El descuartizamiento también era una práctica recurrente. En 1952 en Cañasgordas, al noroccidente de Medellín, un joven de 18 años es atado a un árbol para luego cortarle las manos y los pies, y con un cuchillo despedazarle el torso a la altura del corazón, para, finalmente, dejar sus dedos y sus genitales esparcidos en el camino (Guzmán, Fals y Umaña, 1962).
40 años más tarde, el 17 de Abril de 1990 el sacerdote católico Tiberio Fernández y su sobrina Alba Isabel Giraldo de 22 años fueron secuestrados, torturados y asesinados en Trujillo, al norte de Cali. Ella fue violada y sus senos cercenados, él fue castrado. Sus cuerpos, junto con los de otras víctimas más, fueron descuartizados y arrojados al río Cauca, donde los asesinos esperaban que fueran comidos por los peces.
Después de cierto tiempo, la violencia retorna. Tras la firma del acuerdo de paz con las FARC-EP en 2016, ya se registran cerca de 500 líderes sociales asesinados, según fuentes oficiales2. Otras fuentes hablan de más de 600 muertes3. Ésto lleva a pensar la violencia en Colombia como una constante que emerge según ciertos ciclos o periodos, una suerte de compulsión que no cesa de repetirse.

¿Qué podemos decir desde el psicoanálisis sobre esta cualidad de la violencia?
El tema que cerramos hoy en la Asociación Análisis Freudiano, nos plantea la pregunta por lo inédito de la violencia, sin embargo, en el caso colombiano la violencia tiene estructura de repetición. Como un síntoma de lo inconsciente que no cesa de repetirse en el lazo social.
No es la primera vez que se le plantea al psicoanálisis la pregunta respecto del odio y la violencia. Ya en 1933, en los albores del conflicto armado colombiano, época en la que Europa temía el inicio de una nueva guerra mundial, el físico Albert Einstein le preguntaba a Freud el por qué de la guerra y si había algún camino para evitar sus estragos.
Freud (1996/1933) desarrolla su respuesta empezando por analizar la violencia constitutiva de las relaciones de poder en la sociedad. Por una parte, sectores de la clase dominante que intentan ponerse por encima de la ley haciendo uso de la violencia, por otra, los esfuerzos de grupos de oprimidos por reivindicar igualdad de derechos aún mediante el uso de las armas.
En cualquier caso, el problema está en que la agresividad y el impulso a la destrucción aparecen como elementos estructurales del sujeto. Un poco antes de su respuesta a Einstein, Freud (1986/1930), en El Malestar en la cultura, señalaba que en la dotación pulsional del ser humano hay una buena cuota de agresividad.
Dice así:
“En consecuencia, el prójimo no es solamente un posible auxiliar y objeto sexual, sino una tentación para satisfacer en él la agresión, explotar su fuerza de trabajo sin resarcirlo, usarlo sexualmente sin su consentimiento, desposeerlo de su patrimonio, humillarlo, infringirle dolores, martirizarlo y asesinarlo […] Bajo circunstancias propicias, cuando están ausentes las fuerzas anímicas contrarias que suelen inhibirla, [la agresión] se exterioriza también espontáneamente, y desenmascara a los seres humanos como bestias salvajes que ni siquiera respetan a los miembros de su propia especie” (Freud, 1986/1930: 108).
Partiendo de Freud, años más tarde Lacan también va a tratar la agresividad, pero esta esta vez, considerándola como una fascinación narcisista que nutre la relación del hombre con el espejo en la imposibilidad de la reunificación del cuerpo real con la imagen ideal. Es lo que nos demuestra la paranoia, la imposibilidad de la coincidencia del otro más próximo con el ideal narcisista. La violencia surge así no del instinto natural, ni de la diferencia del otro, sino de un exceso de proximidad y de indiferencia donde el yo ve en el otro aquello que querría ser y no es, o en su defecto, eso que quisiera tener y no tiene. El objeto de violencia es una versión idealizada del sujeto que agrede. Es la admiración idealizada la que da lugar a una agresividad envidiosa porque la existencia del otro muestra persecutoriamente al yo lo que éste no es, o no tiene.
Mientras el yo sea presa de su locura narcisista que lo lleva a imponer en el otro la propia imagen idealizada, la existencia misma del otro como alteridad le parecerá hostil y la violencia emergerá como la única respuesta posible. En este sentido, el origen subjetivo de la violencia está en la incapacidad del sujeto para constituirse como Uno (Recalcati, 2012. En: González-Barrientos, 2015).
Lo que el otro refleja al yo especularmente es entonces su imagen incompleta, su irremediable división fundamental evidenciada en la hiancia con su ideal. Incompletud que puede regresar al yo paranoicamente como amenaza de destrucción y que Lacan (2008) designa como las imagos del cuerpo fragmentado, imágenes de castración, eviración, mutilación, desmembramiento, dislocación, destripamiento, devoración y reventamiento del cuerpo.
Pero estas imágenes pueden también alienar al sujeto, estructurando al yo de forma paranoica, capturándolo en una ambivalencia identificatoria propia del transitivismo en la que quien pega dice haber sido pegado, quien castra siente haber sido castrado, o quien mutila afirma haber sido mutilado. Pues aquel objeto que el otro idealizado posee no es visto como otra cosa que como el objeto de la completud del yo, el objeto perdido que precipita la rivalidad, la competencia, la agresividad e incluso la violencia de su despojo. Para el yo estructurado paranoicamente, lo que el otro posee le ha sido a él previamente amputado, dejándole así incompleto y fragmentado.

El descuartizamiento del cuerpo del otro en la violencia: ¿una locura paranoica?
Inevitablemente, las imagos del cuerpo fragmentado de las que habla Lacan retrotraen las imágenes de las masacres y los cuerpos mutilados del conflicto armado colombiano. ¿Cómo entender los resortes psíquicos que han llevado a estos extremos y a esta particularidad de exterminio del otro?
Por una parte, parece lícito extrapolar el análisis para hipotetizar este fenómeno como una locura narcisista, en la que el agresor armado ve al otro reducido a la imagen de un rival. Aquel que posee aquello que completaría al agresor y cuya pérdida resiente como una violencia sobre sí mismo, como un despojo del que previamente ha sido víctima. De ahí que el actuar del descuartizador sea con tanta violencia pues, no sólo recupera el objeto perdido que imaginariamente atribuye en posesión del otro, sino que a su vez, cobra venganza por la misma pérdida sufrida.
Por otra parte, no hay forma de que el agresor realmente pueda llenar su falta, ya que ésta también es estructural en el sujeto, haciendo del objeto un objeto perdido desde el principio. Así entonces, lo que el otro refleja especularmente al agresor es su propia incompletud, su carácter dividido y fragmentado. La violencia del desmembramiento sería en este caso una proyección de la fragmentación subjetiva, es decir, un acto mediante el cual se realiza en el cuerpo del otro la fragmentación experimentada en sí mismo.
La repetición de la mutilación de los cuerpos vendría a instalarse mediante un mecanismo paranoico. Paradójicamente, la realización de la fragmentación del cuerpo del otro enfrentaría al sujeto a lo real no sólo de la muerte, sino también de su división misma, de su propia fracturación subjetiva y de la irreductibilidad de la falta. Las imágenes de los cuerpos mutilados, castrados y descuartizados, retornarían al agresor como amenazas de su propia destrucción, como una locura paranoica.

La repetición histórica: ¿una locura transgeneracional?
Ahora bien, ¿cómo entender que esta repetición ocurra cada 20 o 30 años, tras el paso de una generación? ¿Habrá quizás algo en juego en el Edipo, en la tramitación de la violencia de una generación a otra? ¿O se tratará acaso de un fallo en la identificación al momento de la estructuración imaginaria del estadio del espejo?
En general, desde lo que puede apreciarse a la distancia, no todos los torturadores o perpetradores de masacres parecen tener una estructura psicótica, más bien da la impresión de tratarse de sujetos ubicados en una posición perversa. En este sentido, podría pensarse la operación subjetiva del agresor armado como una renegación de su falta, desplazándola al cuerpo del otro. Lo que se instalaría allí entonces es un goce perverso.
En el discurso del perverso la falta no estaría en él sino en el otro. No soy yo, eres tú el que está en falta, el que está mal, por eso pierdes tu vida, tus brazos, tus piernas, tu sexo y tu cabeza. Un discurso cínico que le permitiría ubicarse fuera de la falta y de la ley.
Pero, ¿por qué se repite en diferentes generaciones y de forma tan masiva que llega a impactar el mismo orden social? ¿Se tratará acaso de una estructuración perversa de lo social? ¿Evidencia este fenómeno una faceta perversa de la sociedad colombiana, al modo del Estado Nazi de la Alemania de los años 30 y 40 del siglo XX, en que los diferentes miembros del partido participan, ya fuera de forma directa o indirecta, del exterminio de otros pueblos?

José Luis Cáceres A.
24 de Agosto de 2019

Referencias bibliográficas
Freud, S. (1986/1930). El malestar en la cultura. En: Freud, Obras Completas; Vol. XXI (1986). Buenos Aires: Amorrortu.
Freud, S. (1933/1996). ¿Por qué la guerra? En: Sigmund Freud, Obras Completas; vol. XXII (1996). Buenos Aires: Amorrortu.
Giraldo, C., Colorado, J. & Pérez, D. (1997). Relatos e imágenes. Bogotá D.C., Colombia: Cinep.
González-Barrientos, M. (2015). Traducción de “La locura de Narciso y el gesto de Caín”. En Massimo Recalcati (2012), Jacques Lacan: Desiderio, godimento e soggettivazione (p. 01-66). Milano: Raffaello Cortina Editore. Traducción libre para fines académicos.
Guzmán, G., Fals, O. y Umaña, E. (1962). La violencia en Colombia. Estudio de un proceso social. Bogotá D.C., Colombia: Ediciones Tercer Mundo.
Lacan, J. (2008). La agresividad en psicoanálisis. Informe teórico presentado en el XI Congreso de los Psicoanalistas de Lengua Francesa, reunido en Bruselas a mediados de mayo de 1948. En Lacan, J. (2008). Escritos 1. Buenos Aires, Argentina: Siglo XXI.

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