Michel Ferrazzi – Amor. El muro del amor: el Amuro

No voy a retomar la etimología de la palabra, de la que debéis haber oído ya mucho, sino que voy a retomar el uso de esta palabra en la evolución que ha sufrido en el curso de los siglos. En francés antiguo « amor » está muy ligado a la amistad por un fuerte afecto hacia Dios. Estará influido por el antiguo provenzal que dará la fine amor, es decir, el amor cortés. En la Edad Media, se encontrará una vacilación entre valor erótico y valores ideales. Existirá de todos modos el sentido de la amistad de los siglos XII al XV, amistad que se aplica a la pasión sentimental con componente erótico y heterosexual (de ahí viene ma Mie1). Ahí terminará la vacilación entre amistad y amor para una ligazón a un ser o a una cosa. En el Renacimiento aparecerá la expresión « amor de soy-mismo » con el sentido de amor propio. Un amor puede también designar a una persona, un niño, una forma o algo encantador.

Lo asombroso es que el amor en lengua popular evoca el humor en el sentido de jugo, de savia, de sabor con una evidente ligazón con el ardor sexual. “En amor” puede entonces decirse de una tierra fértil o para designar la manejabilidad del yeso, y se lo encuentra también en “una tierra bien mullida” (elementos extraídos del diccionario Robert etimológico de la lengua francesa).

Si nos interesamos ahora en la ortografía francesa de esta palabra también nos sorprenderá, porque el amor en singular siempre es masculino pero se vuelve femenino en plural sabiendo que «amores» se puede escribir sin la «e» de lo femenino y podemos escribir amores (sin e) apasionados con la marca de lo femenino para el calificativo sin que sea un error en francés. Al contrario, si uno pone «amores» (en español sería “amorcillos”) en masculino plural, entonces designa figuras angelicales como los ángeles de Rafael2, es decir, personajes que no tienen sexo.

Estos recordatorios de la evolución de la palabra «amor» nos permiten observar que, tanto en su uso como en su ortografía, ha tenido dificultades para distinguirse entre masculino y femenino y singular y plural, pero también entre la grandeza ideal del sentimiento y la posibilidad de goce físico. Nos gustaría, sin embargo, que hubiera solo un amor único y absoluto, pero es por supuesto una ilusión. El amor puede tomar muchas formas: doméstico; morganático; apasionado; parental; filial; fraternal; narcisista. Puede concernir a una persona o a un objeto como el amor al arte, por ejemplo. ¿Es siempre el mismo? ¿Cuáles podrían ser los elementos que se encontrarían sistemáticamente independientemente de la forma y de su propósito? Es este lugar y esta función lo que puede servirnos de guía y podría determinar una verdad inapelable: no hay amor sin falta y por consiguiente, no hay amor sin angustia.

Me resultó muy difícil organizar mis pensamientos sobre este tema del amor, el tema del odio3 era mucho más tranquilizador y más capaz de permitirnos identificar lo que podría estar en juego.

Como acabamos de ver, no hay sólo una forma de amor y la dificultad va a ser no caer en psicosociología que nos permitiría hablar durante horas sobre las influencias de la evolución social y las herramientas de comunicación (los famosos sitios de citas por ejemplo) pero al hablar como psicoanalista y me dirijo a psicoanalistas, se me ocurrió detectar algunas formas de amor a partir de tres referencias que son el amor Real; el amor Imaginario; el amor Simbólico y en estas tres categorías, tratar de colocar algunas referencias en el lugar del objeto causa del deseo y lo que puede influir en él, pero también en la influencia que este objeto puede tener en cada una de estas categorías. Por supuesto, no voy a determinar formas puras porque siempre hay, al menos para el ser humano, las tres instancias de RSI en juego, pero a pesar de esto evocaré sucesivamente el amor de una madre como amor Real; el sentimiento amoroso como amor Imaginario; el amor de transferencia como amor Simbólico.

EL AMOR REAL

Lo que voy a plantear aquí es, por supuesto, una especie de postulado. Cuando hablamos de amor, inmediatamente pensamos en un movimiento de elevación sublime que sellaría un encuentro entre dos almas y una armonía perfecta; y evocarlo como Real no es algo sencillo. Sin embargo, ¿no es el ideal del encuentro entre una madre y su bebé lo que estaría más cerca? Pero esto puede volverse muy raro si lo llevo a una pregunta que puede parecer una provocación:

¿Ama una vaca a su ternero? Esta pregunta se aplicaría a todos los mamíferos vivíparos para mantener una equivalencia entre los seres humanos y los animales. Personalmente, ante tal pregunta yo respondería: ¡»sí»! Una vaca ama a su ternero y este amor es terrible porque se refiere a un objeto amado totalmente colapsado a la cuestión de la vida, incluso a la supervivencia (y vemos ahí cómo está en juego la cuestión de la pérdida que en este caso es la muerte).

Esto es sin duda lo que obligó a los seres humanos a instituir el matrimonio porque no había manera de ir en contra de este movimiento hacia la vida, por lo que se le tuvo que dar un marco social (pero no es de lo social de lo que quería hablar, como dije más arriba). Este amor de la madre por el producto de su útero es un amor por la vida como tal, no hay necesidad de un padre sino un macho y por eso el emparejamiento no tiene la misma profundidad para una mujer que para un hombre. Hay algo en el fondo de una mujer que le da a este proceso una dimensión de gravedad que no tiene para el hombre. Incluso si dejamos ahí la comparación entre el animal y el humano, no podemos poner a nivel de lo social esta misión de vida de la que está encargada la mujer. ¡Y qué carga! Algunos ejemplos clínicos podrían apoyar esta realidad biológica que sella una forma de amor y tiene consecuencias psíquicas:

– Las madres de niños con discapacidad a los que se ha hecho un diagnóstico precoz pero después del parto, quedan atrapadas en lo imposible de aceptar haber dado una vida imperfecta, sin la seguridad de hacerla durar. Entonces se ven obligadas a reaccionar ante eso, y lo hacen no arreglándoselas para que el niño viva bien, sino para que no muera. Lo mismo ocurre con las discapacidades que podemos llamar adquiridas en el plano psíquico e intelectual, cuando no hay un sustrato orgánico o fisiológico identificable y, al ser psicoanalistas, hemos notado un estado relacional simbiótico, lo que es perfectamente justo, y nos basamos en el fallo de la función del nombre del padre y de la instauración del significante, lo que de nuevo es justo, pero todo esto es justo si y sólo si precisamos por qué para estas madres, la revelación de una discapacidad en su hijo se conjuga con la muerte, sin saber bien si se trata de la suya o de la de su hijo. La suya significa que lo femenino-maternal se colapsa hasta la muerte o el riesgo de muerte, maldición de las madres de su linaje, confrontación con una pareja parental patológica, todo lo que se ha querido superar gracias a la fuerza vital de la que ellas son portadoras. A partir de ahí, ser capaz de identificar lo más claramente posible lo que es causa y lo que es efecto es esencial.

– Otro ejemplo clínico, extraído de las curas en la consulta, es el de estas mujeres de unos cincuenta años que están empezando a tener sofocos y están en pre menopausia. Se enfrentan al hecho de que esta función única de la que se saben depositarias se va a extinguir, lo que provoca un cierto reajuste de su economía psíquica. Algunas se deprimen pero, en general, lo que emerge es la necesidad de investir otras cosas diferentes en su vida, de poner una fuerza vital en uno o más proyectos que tienen siempre el valor de representar lo que ellas pueden ser ahora activando de otro modo su capacidad creadora. Se arriesgan a que haya un tiempo que termina para ellas si no reaccionan, lo que tiene que ver con lo real.

– La misma relación se puede encontrar de manera invertida en mujeres jóvenes de 38/40 años, algunas de las cuales hasta este momento habían dedicado su energía a sus carreras, otras a su placer sin restricciones y que, en un momento dado, se dan cuenta de que el reloj biológico ha girado y de que les gustaría convertirse en madres. Entonces se apodera de ellas una especie de precipitación ansiosa pero —y esto está relacionado con la segunda parte de mi trabajo de hoy—, no llegan a decidirse por un hombre. Aquellos (a veces muchos) que han conocido hasta ahora eran amantes, pero no los ven como padres. Los que podrían ser padres no les convencen. Pero quieren tener un hijo y lo que empuja en ellas imperiosamente parece más relacionado con el amor real que evoqué antes que con el amor imaginario que veremos más adelante.

Y por seguir hablando del amor Real, me gustaría evocar la situación de cuatro analizantes. En tres de ellas, la tuberculosis de uno de los dos padres forzó una separación neonatal, en el caso de la cuarta, su madre había hecho Pascua antes del Domingo de Ramos y en aquel tiempo, una niña-madre menor de veintiún años4 no podía cuidar de un niño del que ella no podía ser responsable ya que ella misma no lo era. Los Servicios Sociales internaron entonces a la niña hasta la mayoría de edad de la madre. En las cuatro situaciones, el reencuentro después de 18 meses y hasta tres años de separación fue difícil como si, habiendo perdido la madre el contacto maternal primario con su bebé, no pudiera volver a encontrar en sí misma los elementos que le permitieran reanudar una relación carnal con la niña, y eso a pesar de su deseo y de su amor. En esas cuatro situaciones no fue la niña quien rechazó a la madre. El encuentro se convirtió en otro distinto que el de una primacía madre-bebé y el amor (real) del que hablo, no pudo reinar ahí. Fue otra forma de amor la que se produjo, un poco como en las situaciones de adopción. Estas cuatro mujeres tenían en ellas una nostalgia profunda y perturbadora.

En el transcurso de sus curas, siempre me pareció que se trataba tanto de la relación con el objeto como de una falla narcisística. Me costaba mucho encontrar mi camino entre estas dos instancias constituyentes. Y entonces me pregunté si no había sido el lugar de objeto real que el niño habría tenido para la madre lo que había desaparecido. Quizás se pase ahí de un amor real a la idea de un objeto real del amor, una posición que sólo puede ser transitoria pero que ni la madre ni el niño pueden ahorrarse sin riesgos para su organización psíquica, sobre todo porque esta forma de amor, ciertamente primaria, se impone a la mujer y permanecerá en filigrana en sus relaciones con el niño. Esta forma siempre está dispuesta a resurgir restaurando la «naturaleza» en el sentido de lo primario, ahí donde lo social querría imponer su ley, que suele ser fálica.

Esta relación problemática de lo fálico frente a la cuestión de la vida o la muerte, remite, por supuesto, a la cuestión del tener y del ser. Si el sujeto quiere tenerlo, debe renunciar a serlo. Si el sujeto lo es, no puede tenerlo y esto es lo que organiza la relación de la mujer con el falo. Ella puede serlo porque no lo tiene. Si lo dejamos así, tenemos el modelo de la madre psicotizante que trata de serlo y tenerlo al mismo tiempo. Pero hay otra posibilidad para la mujer que es una imposibilidad para el hombre: la de permanecer más o menos parcialmente fuera de la relación fálica. ¿Cómo definir esta posibilidad de la mujer, sino considerando que hay para ella un juego de lo real, de la vida que pueda entrar en línea? Una cosa que ni siquiera el lenguaje, el hecho de que habla, puede quitarle. Un espacio en el que escapa a la ley pero se inscribe en una relación con lo real, porque es función de la ley permitirnos modificar lo real combinándolo con lo simbólico. Por eso —y entre las mujeres, unas colegas españolas se han arriesgado ahí no sin dudas—, una mujer fuera de la ley tomada en lo real, es decir en la vida sin distancia con la muerte puede matar a su hija en forma de asesinato (que es raro) o manteniéndola en una indiferenciación de ella, lo que se observa en algunas formas de psicosis en estas chicas que se caracterizan por un vacío psíquico, una obstrucción intelectual y una relación incierta con la realidad. Formas que también se encuentran en las consecuencias de la emigración para las madres. Todo esto para evocar el goce otro que, creo, está íntimamente ligado a esta inscripción de la mujer en lo real de la vida y del amor con riesgo de muerte.

AMOR IMAGINARIO

El amor imaginario es el amor definido por un sentimiento amoroso que plantea las cosas de una manera muy diferente al amor que he llamado Real tal como lo acabo de acotar. Esto lo expresaba muy bien una analizante hacia el final de su cura y creo que sólo una mujer puede expresar esto sobre los hombres que ha amado: «Creo que lo que he amado ha sido el sentimiento que tenía por ellos, mucho más que a lo que ellos eran».

Este sentimiento amoroso marca ciertamente el pasaje de un estado primero que he llamado amor Real, a un sentimiento que generará la puesta en un estado segundo del sujeto que ha podido advenir. Este estado es ilusorio, si podemos dar a esta palabra un sentido no peyorativo, no me atrevo a llegar hasta la idea del objeto alucinado que se habría encarnado, pero… La cosa es que por un tiempo, y sólo un tiempo (este amor es eterno mientras dura) los amantes locos pueden pensar que tienen el objeto causa del deseo entre sus manos, pero este objeto causa de deseo no puede ser encarnado y no puede ser especular incluso si son estas dos dimensiones las que vendrán a tratar de mantener esta ilusión, generando un compromiso narcisista que puede terminar mal (80% de los hombres que matan a la mujer a la que creen amar se suicidan después, pero no de una forma novelesca como Romeo y Julieta), deteniendo la historia en un intento especular que, en cuanto al amor y el objeto causa del deseo, sólo puede ser mortífero de no ser ilusorio. Entonces hay demasiado Real ahí donde se necesitaría imaginario. En las curas tenemos múltiples testimonios de esto —a veces por lo contrario— que se sitúa en el uso de sitios de citas. En la década de 1949/50, un humorista francés, Pierre Dac, creó un periódico llamado «El hueso con tuétano» que parodiaba los pequeños anuncios de la prensa, lo que daba por ejemplo: «Joven agricultor busca chica posea tractor. Enviar foto tractor»; o: «Cambiaría nada de nada contra no gran cosa por gran amor”. Esto hacía reír mucho, pero en ese momento no sabíamos que se convertiría en un lugar común gracias a Internet y no pensamos que podría garantizar un buen encuentro. Lo que se ha banalizado de hecho, es que en estos sitios todo el mundo demanda (lo reconozca o lo ignore) pero, sobre todo, que todo el mundo está en la oferta de sí mismo mucho más que en la supuesta demanda, aunque el resultado no es una proliferación de la demanda, sino una proliferación de la oferta. Se produce entonces lo contrario del encuentro amoroso fortuito del tipo «flechazo», en la medida que la ilusión está allí antes del encuentro y muy a menudo no lo está ya durante y después. Está claro ahí cómo el discurso capitalista ha colonizado el registro del amor convirtiéndolo en un mercado.

Asumí la opción de no decir más sobre este tipo de amor, y espero que hayan percibido la razón de que, por la necesidad de mi intervención, lo haya llamado Imaginario. El yo siempre está en busca de un gran placer, queriendo constituirse un objeto de absoluta certeza, entonces habría que darle los medios para la búsqueda de este objeto, ya que se supone que existe (lo que yo llamo poner la ilusión antes que el amor) o, lo que es incluso peor, arriesgarse a encontrarlo y así, dándole alguna forma, matar la ilusión, lo que produciría lo contrario de lo que se busca.

Pero, ¿podemos hablar de amor imaginario sin evocar el fantasma que debe distinguirse de la ilusión? Esto se encuentra en el caso de las analizantes (más raramente en los analizantes) de edad madura liberadas de obligaciones familiares, que van a los sitios de citas, por supuesto tienen una gran cantidad de contactos pero no concretan y esto puede durar X años. Durante un tiempo vi en eso la búsqueda del objeto ideal como sólo el amor puede promoverlo a pesar de sus carencias pero, poco a poco, me vino a la cabeza otra explicación que me parece más psicoanalítica, porque estas mujeres (me refiero a ellas) no eran chicas jóvenes llenas de inocencia. Harían de la búsqueda de pareja el propósito involuntario de su acción como si, al hacerlo, estuvieran apuntando al objeto del fantasma mismo, un objeto que estaría totalmente ligado por el punzón (◊) al Sujeto barrado que ellas son. No son las emociones y sensaciones que experimentan en la realidad frente a un hombre las que serían su guía, sino una especie de confrontación entre un objeto fantasmático y un objeto de la realidad. Por supuesto la cosa no funciona bien, pero no están demasiado afectadas y se relanzan en su búsqueda con una energía siempre renovada sin aprender necesariamente de la experiencia. Por cierto, hace falta un tiempo antes de que los motivos inconscientes de esta búsqueda entren realmente en análisis como si el fantasma estuviera más en la búsqueda en sí que en el objeto a encontrar. Cada vez que esto entraba en la cura, se podía vislumbrar en el horizonte psíquico una dimensión depresiva debido a la pérdida de goce que les imponía el cese de esa adhesión al objeto de su fantasma, como si reencontraran la barra que había tendido a difuminarse en esta búsqueda. Aparentemente no ocurre lo mismo con los hombres, ya que ellos van a Internet para hacer su mercado. ¡Ellos no buscan el Santo Grial!

Por cierto, esto plantea una cuestión que es la de la transferencia en las terapias y algunos, incluso, hablan de análisis por Internet en cuanto a la posibilidad de acceder a la desilusión del objeto idealizado del fantasma. Pero ese es otro problema.

AMOR SIMBÓLICO

Para permanecer en el mismo enfoque que apunta a detectar formas de amor sin aislarlas, tenía que encontrar una forma simbólica. De hecho, esta forma vino a mí antes que la del amor imaginario, como amor de transferencia en la cura psicoanalítica. Esto requiere ciertas condiciones, la primera de las cuales, esencial, es la posición del psicoanalista en su propia transferencia.

Para arrojar luz sobre esto, planteo tres preguntas: ¿puede el psicoanalista ser amable en el sentido de ser amado (en francés, ‘amable’ es un término ambiguo que etimológicamente significa poder ser amado pero que en su uso actual significa ser majo). Entonces, ¿puede el psicoanalista ser majo, puede ser amado, puede ser amante? No he podido responder claramente sí o no, excepto a la pregunta «¿puede ser amado»? La respuesta era obvia para mí. ¡Quizá esté ahí para eso! Lo que complica la respuesta es el riesgo de confusión entre el psicoanalista y su persona, este debate no es nuevo. Será lo que tiene que ver con su manera de inscribirse en la transferencia lo que permita decir que el amor de transferencia puede ser simbólico, ya que el lugar del objeto causa del deseo puede ser tratado ahí de una manera única.

En cada ser humano de nuestra civilización hay desde el principio de la relación con el Otro una pasión. Por otro lado podemos preguntarnos si dicha pasión es innata, como la que une al ternero con su madre, innata en tanto que mantiene la vida y la relación con el mundo circundante, o si se adquiere al hilo de lo que aporta la experiencia de la relación con el Otro, o incluso si pasa del estado original a un estado más elaborado. No intenté responder a eso. Lo importante es que la transferencia de un analizante sobre un analista, activa esa pasión mediante un movimiento que hace que el analista sea puesto en el lugar de objeto de amor y que por lo tanto sea amado, aunque nunca debe olvidar que a lo que apunta el o la analizante es a un Otro y sobre todo que si ese Otro desapareciera, el amor quedaría sin objeto y por esto (entre otras cosas) es por lo que el psicoanalista tiene horror de su acto. Por lo tanto, puede ser amado como una condición de la cura, pero entonces no debe ser amante y debe desconfiar de ser majo. En este momento me vienen dos observaciones: el texto muy profundo de Ferenczi sobre la confusión de lenguas (y no sólo entre el adulto y el niño) y la dificultad de reanudar una cura con un/una analizante después de la muerte de un analista anterior.

¿Y qué ocurre cuando el analista tiene que empezar a trabajar con una analizante (es lo más frecuente) que ha sido víctima de un pasaje al acto de su analista anterior (en general un hombre) y esta analizante está todavía en una demanda de análisis y necesita poner su pasión en juego? Puedo decir por mi experiencia práctica (3 situaciones de este tipo) que al principio, el analista no debe ser amable, amante o amado, pero no debe ser odiable. Una posición más bien neutra que no debería ser defensiva pues sería sospechosa. El analista debe saber esperar a ser amado sin ser amable, y esto para que el amor pueda reinscribirse o inscribirse, dependiendo del caso, de una forma simbólica que no debería haber perdido, incluso en casos de repetición de un trauma inicial o de un deseo incestuoso, aunque éste haya permanecido en el estado de fantasma, un elemento que no puede ser más natural en una cura. Un amor cuyo objeto es reprimido y un amor cuyo objeto debe caer, no es en absoluto lo mismo.

Entonces la pregunta es: ¿puede haber una caída del objeto de amor, y por lo tanto de algo del fantasma que haría que se pasara de la fórmula «Sujeto barrado punzón a» ($ ◊ a), a la fórmula «Sujeto barrado punzón a barrado» ($ ◊ a barrado) (sé que esta fórmula puede impactar), a la fórmula «sujeto barrado punzón…» ($ ◊…), sin que haya una caída del sujeto? Esto arrojaría luz sobre lo que Lacan dice cuando dice que una cura bien conducida sólo puede llevar a un analizante a convertirse en analista, es decir, a venir al lugar del muerto. Por otra parte (provoco un poco) a partir de eso, ¿no se vuelve sospechosa la pasión por el psicoanálisis como tentación de volver a poner en juego el objeto de amor? Y ¿es equivalente a una pasión por el inconsciente freudiano que en sí misma es la abolición de toda pasión? Esto es sin duda lo que Freud llamó la roca de la castración y con la continuación que le dio Lacan podemos plantearnos si es posible para un sujeto sostener un amor sin objeto, es decir una forma simbólica de amor o, para decirlo con mayor precisión, un objeto simbólico del amor que, idealmente, podría ser un significante, por ejemplo «Dios» que vendría al lugar de un significante faltante, posición difícil de sostener esta concepción simbólica de Dios, que hace que sin cesar se intente hacer de él algo distinto a un significante, la iglesia es una forma que lo imaginariza, para otros será el Creador, para otros el Amor, todo esto forma una tendencia hacia lo Imaginario que «des-simboliza» a Dios, pero también es el signo de lo imposible de ligar a un objeto simbólico del amor sin que la muerte sea invocada.

Una analizante, después de cuatro años de tratamiento a dos sesiones por semana, que lo había abandonado todo: su trabajo de educadora, sus relaciones sociales, para irse a vivir en una caravana en un camping durante dos años, declara en una sesión: «Su chisme funciona (el psicoanálisis). ¡Ya no tengo ganas de partirle a usted la cara!”.

Yo: «¿y eso es un progreso?

Ella: «Sí, porque al mismo tiempo puedo cuidarme más, cuidar mi cuerpo y mi cabeza, vuelvo a leer libros, estoy interesada en la ecología, me gusta hacer buenos platos».

Esta analizante encontró los caminos del amor sin arriesgarse a ser cautivada por un objeto que había repelido con toda su energía, incluso si en ello se dejaba la piel.

Hoy me quedo aquí a pesar de que siento que no he hecho más que sobrevolar lo que quería decirles, a menudo con cierta falta de rigor y claridad. Aun así espero haberos permitido localizar las diferentes ocurrencias del objeto, desde el más Real que es el bebé hasta el más Simbólico que debe ser el analista, sin olvidar el espejismo del amante y «el momento fatal en que el marido malvado mata al príncipe encantador» (Claude Nougaro). Diferencias que no señalan una cualidad más o menos encomiable para una forma que valdría más que otra, sino para identificar posiciones del Sujeto que resultan ser muy diferentes aunque todas se refieran al amor.

Michel FERRAZZI

1 Mi amiga, en el francés de la Edad Media (N.T.).

2 En español se dice ‘amorcillos’ (N.T.).

3 Se refiere a que durante el curso anterior: 2018-2019, el tema que abordó A.F. fue el del odio. (N.T.)

4 Edad de la mayoría legal de edad en Francia en esa época (N.T.).

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