2005 – La prensa de Analisis Freudiano N° 11 – Madrid
2005 – Mesa Redonda Madrid
LA PRENSA DE ANÁLISIS FREUDIANO N° 11
Mesa Redonda Madrid
Coordinadora : Adriana Flórez, psicoanalista, miembro d’Analisis freudiano (Madrid)
Participantes : Bernard Brémond, psicoanalista, miembro d’Analisis freudiano (Nantes)
María Cruz Estada psicoanalista, miembro d’Analisis freudiano (Madrid)
Roque Hernández (psicoanalista, miembro d’Analisis freudiano, directeur du Centro de Orientación Sociolaboral y Salud Mental El Molinet (Mancomunidad Valle del Vinalopó. Alicante)
Yolanda Silva, psicoanalista (Madrid)
Alejandra Walzer, Investigadora de la Comunicación y Profesora de la Universidad Carlos III de Madrid
Adriana Flórez:
Buenos días a todos, en nombre de Análisis Freudiano les agradezco su presencia. Veamos si conforme vayamos conversando van apareciendo algunas de las preguntas que pudiera contener el texto que compartí con ustedes para invitarles y dar pie a este diálogo.
Sólo para comenzar, retomaría aquella idea de que para nosotros los seres hablantes, todo y en especial nuestras pasiones, gira en torno a ese oscuro, brillante, enigmático e ineludible objeto de deseo. No es entonces casual que el concepto que le nombra ocupe el lugar central que tiene en la obra de Lacan. El origen de este concepto se remonta, como es sabido, a aquella noche de los tiempos en que Agatón convocó a sus comensales para que, después de mucho hablar, convinieran en algo que aunque es una verdad de Perogrullo resulta fundamental y es que sólo podemos desear lo que nos falta. Y lo que nos falta no es sino ese vacío en que consiste el objeto de deseo; objeto que, a pesar de su vacuidad, ha de constituirse en aquel devenir en que se devanan nuestras pasiones. ¿Quién quisiera comentar algo?
María-Cruz Estada:
Hablas del objeto de deseo como vacío y ya tenemos un problema, porque los psicoanalistas, cuando hablamos de objeto de deseo, por un lado nos referimos al objeto a como ese vacío causa del deseo que nos empuja, también hablamos del objeto a tal como se produce —y así lo plantea Lacan— como efecto del anudamiento de los tres registros RSI, y también llamamos así al objeto al que apuntamos, por ejemplo, en la fórmula del fantasma, o cuando hablamos de los objetos de consumo. Sin embargo no podemos decir que estos últimos sean un vacío, sino más bien que los colocamos sobre un lugar vacío. Entonces no tenemos dos escrituras diferentes, el objeto se escribe siempre objeto a, lo tomemos como vacío, como objeto de deseo, o de consumo.
Ahí tenemos un pequeño problema, al que podemos añadir dos paradojas. Por un lado, intentamos reencontrar un objeto que nunca se perdió y, sin embargo, es necesario perderlo para que exista; y, por otro lado, algo que constatamos en la clínica es la dificultad que los neuróticos tienen para salir del lugar, de la posición en la que nunca estuvieron, porque caer de la posición de falo es todo un problema ya que el falo no existe.
Roque Hernández:
Leyendo un libro sobre Leonardo da Vinci, me encontré con la idea de que el vacío no es lo mismo que la nada, pues donde hay vacío hay también un espacio circundante, mientras que la nada existe fuera de un espacio ocupado y es indivisible. Pienso esta diferencia en relación con la prohibición de goce que se produce a la entrada del sujeto humano en la vida, en su encuentro con la alteridad; ahí se juega la apuesta y la posibilidad de acceder a la falta de objeto. Se accede a la falta de objeto cuando, con la presencia del otro, se construye un vacío. La nada o el todo, serían la involución imposible del proceso del nacimiento que siempre deja un resto y que toma la forma del Nirvana, es decir, la vuelta a la muerte inmediata al nacimiento.
Según Freud, el sujeto humano está obligado a dar un gran rodeo por la vida para llegar a la muerte, espacio-tiempo en el que trata de construir un vacío. Esto se observa en el trabajo con niños, particularmente en el caso de las psicosis donde vemos cómo el sujeto trata de vaciar algo en el otro. Vaciarlo en lo corporal, arrancando una parte del cuerpo, al tiempo que haciéndose un lugar en los significantes del Otro; arrancando algo, pero también construyendo un espacio imaginario en ese mismo movimiento.
Yolanda Silva:
Ciertamente esta cuestión paradójica a que alude María-Cruz nos coloca, en una lectura del objeto en permanente movimiento. La conceptualización que Lacan hace del objeto se corresponde con diferentes momentos de su enseñanza, el objeto a es concebido como objeto del deseo, objeto parcial imaginario, a es cualquier objeto que pone en movimiento el deseo, el objeto que nunca puede alcanzarse y que es realmente la causa del deseo. Mientras para la teoría de las relaciones objetales se trata de la adecuación de un objeto a otro objeto, para nosotros, los objetos parciales no lo son porque sean parte de un objeto total, sino porque representan sólo parcialmente la función que los produce. Creo que esta es una vía para hablar del deseo y el objeto.
Bernard Brémond:
Me parece interesante calificar de paradójico el objeto del cual intentamos hablar, porque es cierto que por un lado el objeto se debe de entender como vacío, pero al mismo tiempo es preciso que ese vacío tome forma para que el sujeto pueda encontrarlo o confrontarse con él. Entonces, me parece que la dificultad y a la vez el interés con ese término de objeto, es que con la misma palabra hablamos del objeto perdido, de los objetos parciales y de las pulsiones, del objeto a y de los objetos comunes.
Podemos estar de acuerdo en que con todas las ofertas que hace el mercado de objetos susceptibles de satisfacer —lo que se llama el consumo— nuestra relación con los objetos se embala, lo que por una parte es muy frustrante ya que consumir objetos no calma el deseo, y si llega a calmarlo produce sobre todo insatisfacción; y sin embargo, el consumo funciona.
Me vienen dos historias a la cabeza. La primera es una historia un poco escabrosa, es una ilustración humorística en la cual se ve a un hombre que está ejerciendo su potencia sexual sobre una muñeca hinchable. En la burbuja que expresa sus pensamientos hay un corazón también hinchable. Tal vez se puedan hacer ahora muñecas hinchables que tengan un corazoncito con pilas. Pero ¿qué habría en la burbuja acerca de lo que él busca, espera y desea? Siempre se podría perfeccionar más el objeto, pero siempre habría algo en la burbuja indicando lo que le falta, es decir, el deseo del Otro, lo que Lacan desarrolló muy bien diciendo que el deseo es deseo de deseo. Dicho esto ¿cómo es posible que los objetos de consumo, incluido éste del que yo acabo de hablar, sigan funcionando tan bien? Es decir, un objeto que se presenta como pleno, pero que no puede dejar de encontrar en su seno la cuestión del vacío. Y en el fondo, ¿qué es la dimensión del objeto a sino
un objeto desgajado del Otro?
La otra historia que me vino es un recuerdo a propósito de la hostia. De niño iba a un colegio muy católico en el que los chicos teníamos que ser monaguillos y, como tales, podíamos llegar hasta el armarito donde se guardaban las reservas de hostias y vino de misa, y a veces hacíamos rapiña de bandejas de hostias y vino de mesa y nos íbamos a tomar unos tentempiés por los rincones. Pero yo creo que en nuestros picnic sabíamos perfectamente la diferencia entre hostias no consagradas y vino no bendecido y luego la hostia consagrada y el vino bendecido en la misa.
Adriana Flórez:
El objeto de deseo no es ninguno de aquellos objetos en que “aparece”, y al mismo tiempo puede ser cualquiera de ellos. Es muy difícil pensar esto sin acordarse del concepto de Ser, tal como lo concibe Hegel. El ser en sí, el ser considerando en su máximo grado de abstracción es también un vacío, es todo y al mismo tiempo no es nada, carece de determinaciones precisamente porque comprende en sí a todas ellas, al ser todo en potencia, no es nada determinado en acto. Partiendo de esta analogía diría que el aparente carácter paradójico del objeto podría tener que ver con que el movimiento que implica su continua constitución, tal como ocurre con cualquier movimiento, sólo puede pensarse dialécticamente: se trata del proceso en el que, para desplegar su función como causa de deseo, va apareciendo bajo la forma de diversos objetos a los que corresponde una imagen determinada, por ejemplo, una imagen bella, que por cierto, es algo sobre lo que nos podría hablar Alejandra Walzer.
Alejandra Walzer:
Yo he trabajado el concepto de belleza y algunas de sus formas de representación en el campo de las imágenes visuales. Como concepto es muy complejo. Algunos teóricos, por ejemplo Susan Sontag, afirman que la mejor teoría de la belleza es su historia. Y en ese devenir histórico, yo quisiera señalar hoy un momento particular: el momento en el que justamente Hegel y otros filósofos empiezan a preguntarse por el gusto, creándose la estética como una parte de la filosofía. Estética significa sensación; esto introduce un cambio fundamental después de muchos siglos en los que la reflexión sobre la belleza se situaba en el campo de las ideas. Los filósofos de la Ilustración se preguntan por el gusto y las sensaciones, por la belleza entendida como algo relacionado con la experiencia humana: algo es bello si es bello para alguien. Se trata de una nueva perspectiva, aunque ya en el año 400 DC, Agustín de Hipona se preguntaba si las cosas son bellas porque deleitan o deleitan porque son bellas.
Hegel, en su «Introducción a la Estética» escribe: de gustibus non est disputandum. La pregunta que late es si la belleza es una propiedad de los objetos o de la mirada que mira. Más tarde, el filósofo George Santayana dice que la belleza es “placer objetificado”, el placer es entonces considerado como una cualidad de los objetos. También en el siglo XVIII se crea el concepto y el catálogo de las Bellas Artes, relacionando de manera muy sólida a la belleza con el arte. Esta concepción de la belleza se acaba cuando, mucho más tarde, Duchamp planta un urinario en la sala del museo; la relación entre arte y belleza queda entonces trastocada: ya no se busca provocar placer sino escándalo, conmoción, e incluso asco.
María-Cruz Estada:
En ese caso el objeto estaría más por el lado del desecho del que se puede gozar.
Alejandra Walzer: Aún más literal: un artista italiano, Piero Manzoni, enlató sus propios excrementos y los expuso con el título “Merda d´artista”.
Bernard Brémond:
Ocurre a algunas personas que, estando en un museo frente a un cuadro que les impacta verdaderamente, que provoca en ellos una emoción estética importante, pueden tener el pensamiento de atacarlo, por ejemplo dándole una cuchillada para desgarrar la tela, siendo a veces este impulso lo que les señala que el cuadro les ha tocado. ¿Qué querría decir este impulso sino el intento de romper, de desgarrar la pantalla de la belleza? ¿Y para llegar a qué? Yo creo que a ese vacío. En cambio los objetos comunes, los objetos de consumo, no creo yo que provoquen esa especie de movimiento psíquico.
Se ve bien algo que Roque dijo antes: que el vacío y la nada son absolutamente diferentes. La nada está más del lado de la equivalencia fálica que del lado del vacío. Esto se constata en lo que decía Lacan en relación con la anorexia mental; que en un cierto número de anoréxicos, el hecho de «comer nada» y el hecho de intentar reducirse a nada, equivale a ponerse en una posición fálica omnipotente y esto es lo contrario del vacío.
Roque Hernández:
Hay un escultor vasco —Jorge Oteiza— que partiendo de la forma, sostiene que lo que le interesa es darle forma al vacío. Dice que el vacío es la respuesta más difícil y última en el tratamiento y transformación del espacio y que es el resultado de una desocupación espacial, presencia de una ausencia formal, ¿no podríamos ubicar en ese lugar el deseo del Otro?.
Una arte-terapeuta en supervisión, se pudo servir de la idea “el vacío se construye”, para entender las operaciones que sobre la materia producía un paciente psicótico. Por otro lado, volviendo a Leonardo, vi un documental a propósito de la Gioconda, en cuya contemplación late la pregunta por el secreto de su belleza, y recuerdo que se hablaba del paisaje alrededor de esa imagen, paisaje que no debe nada al azar en un Leonardo que construye su cuadro; y lo que me llamó la atención es que ese paisaje bien conocido por el artista, era una zona repetidamente devastada por efecto de la naturaleza.
Cuando vamos al cuadro, nos quedamos mirando a la mujer y no vemos lo que hay alrededor. Es decir, tenemos una imagen aparentemente uniforme, modelo de belleza, enmarcada por un vacío que es en sí mismo una construcción y que evoca a las fuerzas de la naturaleza, lo que le da el contrapunto. Por aquí hay quizás una vía para pensar el objeto de consumo, en su diferencia con el objeto de la sublimación.
Alejandra Walzer:
Sí, yo antes decía que las vanguardias hacen que la belleza quede desalojada como propósito central del arte y, en consecuencia, desde muchos registros se proclama su muerte. Sin embargo, en la época del consumo y del mercado, de la opulencia de los objetos y la representación, la belleza vuelve a ser hegemónica pero en otro campo y con un sentido distinto: se pasa del ’arte bello’ a una ’cultura de lo bello’, y entonces todo, de una lavadora a un vestido, ha de estetizarse. En el análisis que he realizado de publicidades de productos de belleza he encontrado que en el discurso del mercado hay una duplicación del mensaje de la belleza, porque los productos se muestran bellamente para afirmar sus propiedades embellecedoras: es el recurso del embeleso. Si en el arte, la belleza era una propiedad de la obra, en el mundo de los productos la belleza es algo transferible (al menos eso nos quieren hacer creer) desde el producto y desde la modelo hacia el consumidor. Además, en los spot de productos de belleza que he estudiado no hay alusiones directas al placer y a la seducción sino que predomina un discurso
tecno-científico que destaca la perfección, la precisión, la lisura.
También hay un fenómeno muy inquietante que marca un cambio en la forma de entender la belleza: si con los productos cosméticos estamos en un terreno que es el de la aplicación y el adorno, en los últimos años el auge de la cirugía estética, propone una belleza de implantación en la que algo se introduce en el cuerpo, lo que nos coloca en un terreno totalmente distinto. Cuando muchas mujeres (y también hombres) se someten a este tipo de intervenciones, acaban situándose, más del lado del riesgo, del sacrificio y del dolor que del lado del placer. La belleza no ha muerto, pero ahora se muere por ser bella.
María-Cruz Estada:
Me parece muy interesante el vuelco que das, Alejandra, respecto al comienzo de la mesa, pues el tema de Analyse Freudienne de este año no es el objeto y el deseo, ni el objeto y el placer, sino el objeto y sus pasiones. Me parece que si hablamos de pasiones y somos psicoanalistas y lectores de Lacan, no pensamos la pasión como algo bonito —o no sólo—; se puede decir que alguien tiene pasión por la pintura, o hablar del maltrato a las mujeres y son dos modos diferentes de tratar la pasión.
Es curioso cómo parecemos tener querencia —que como sabéis es el lugar de la arena hacia el que tiende el toro y donde éste es más peligroso— y desde la belleza y el consumo nos hemos ido dirigiendo hacia el hecho de que la perfección y el placer van para lugares totalmente distintos. Tú, Alejandra, has colocado la perfección del lado de la muerte y por lo tanto del lado de la pasión. Y me surge una pregunta —seguramente un tanto primaria— que planteo tal y como me viene: cuando alguien va hacia un objeto porque piensa que su obtención le hará más feliz, y se aferra a él de modo tal que se pone al borde de la muerte, es decir, de volver hasta el estado inorgánico mineral del que hablaba Freud, en ese vuelco ¿se trata de una cuestión cualitativa o cuantitativa? ¿Cómo y por qué se da ese paso de un objeto de placer a algo que roza o llega a tocar la muerte?
Yolanda Silva:
A propósito de la pasión, esto que comentas, Maria-Cruz, de cómo un objeto, esperando que te haga feliz, te puede llevar al dolor incluso al extremo de la muerte, me ha evocado el objeto de amor en su dimensión de pérdida, en la catástrofe imaginaria de la pérdida. Puesto que el amor sostiene un fantasma de unidad con el otro: “hay amores que matan”, y sin duda de pasión se trata. Roland Barthes dice que el amor es un delirio domesticado, que la pérdida del amor nos precipita al vacío porque hace signo con la muerte. Esto tiene que ver con la pasión, pues en el amor todo signa, todo significa. El sentimiento de vacío se precipita ante la posibilidad de pérdida, de no ser amado.
Roque Hernández:
En el uso común, se dice que la pasión no es lo mismo que el amor, el amor requiere de alguna manera la inscripción de la muerte, no el signo, sino la inscripción de la diferencia, del vacío. Es distinto el caso del que se tira por la ventana para matarse —yo creo que para producir un vacío en el todo—, al de quien ha inscrito algo del orden de la muerte en la vida, produciendo así un espacio para vivir.
Bernard Brémond:
Alguien ha citado hace no mucho tiempo, algo que habría dicho Oscar Wilde, que era más o menos así: “la diferencia entre la pasión y el capricho, es que un capricho puede durar”. Os pregunto si no pensáis que en lo que llamamos la pasión, el apasionado sabe —aunque intenta no saberlo— que eso no puede durar, que en el fondo la posibilidad del final tiene un lugar importante en el nacimiento de la pasión.
En francés hay una diferencia de matiz entre la pasión y las pasiones. Cuando se dice las pasiones, el término va más bien del lado de los objetos de los que padecemos, que nos hacen sufrir, lo que es un poco diferente de lo que se llama el objeto de la pasión.
María-Cruz Estada:
La expresión “pasiones de ánimo” está un poco anticuada en español; se aplica a los malestares cotidianos, los infortunios, mientras que la pasión se suele aplicar más bien a «quemarse» con un objeto.
Bernard Brémond:
Yo pensaba en una modalidad de estas pasiones, antes cuando Alejandra hablaba del vestido, de la ropa. Una mujer entra en una tienda y encuentra un vestido que le gusta mucho y le sienta muy bien, así que lo compra. El día que lo estrena, hay otra mujer que lleva el mismo vestido; ahí me parece que hay algo inevitable y es que el vestido, inmediatamente, se vuelve feo, un desecho. Ella puede pensarlo, razonarlo, fingir que aún le gusta, pero hay algo que ha caído; bueno, pues me parece que se puede llamar a esto una pasión.
Adriana Flórez:
Yo le preguntaría a Bernard si ha sido mujer en alguna vida pasada…
Bernard Brémond:
¿Por qué en una vida pasada?
(Risas)
Adriana Flórez:
Ponerse un vestido bonito puede tener que ver para una mujer con el intento de colocarse en el lugar del objeto que causa el deseo en el fantasma de algún otro, pero tal vez, no como uno entre varios de los sucesivos objetos que ejercen la función del objeto a para ese otro, sino como si la función causa de deseo pudiera encarnarse en sí misma, como si pudiera encarnarse el mismísimo objeto a fijándose en una de las formas en que aparece. El que uno de los atributos, el vestido, que ella imagina colocándole en este lugar imposible, aparezca de pronto compartido, le confronta bruscamente con el vacío que entraña aquella distinción entre el objeto a y su imagen de la que reniega en su fantasía gozosa y pienso que es esa fantasía lo que cae.
En los nuevos anuncios de productos de belleza que analiza Alejandra Walzer nos encontramos con algo muy parecido. El cometido de la mujer hermosa que los protagoniza es atrapar el deseo de otra mujer por ocupar su lugar, para ello se presenta como si fuera un objeto de deseo pero —y en esto consiste parte de la novedad— no se sabe a quién podría pertenecer el fantasma en el que se supone ella ocupa el lugar del objeto. Entonces, pareciera que se trata de ser deseable en sí y no deseable para algún otro. Sin embargo, creo que la aparente ausencia de un otro no remite sino a la omnipresencia del Otro y a la posición de omnipotencia que implica creer que es posible encarnar el objeto a en sí mismo. Con este afán una mujer puede someter su cuerpo a sucesivas operaciones, buscando hacer suyo el atributo de la deseabilidad en sí, aunque su cuerpo no vaya a ser visto desnudo por ningún otro, ni vaya a gozar nunca de las caricias de nadie.
María-Cruz Estada:
En efecto, no se puede pensar que toda mujer que le copia el vestido a la otra o se peina igual, sea para ocupar su lugar frente al deseo de un hombre; a mí me has recordado la situación de Dora, la Señora y el Señor K. Dora no quiere estar en el lugar de objeto de deseo exactamente, porque eso supone un riesgo, es el riesgo del deseo y eso puede dar miedo. Al contrario, me parece que
ahí de lo que se trata —en Dora y las otras de las que hablas— es de tener el saber sobre el objeto de deseo, sin riesgo ninguno.
Alejandra Walzer:
Sí, cuando vi hasta el hartazgo todos estos anuncios de productos cosméticos, me provocaba la misma asociación que a María-Cruz, aparentemente se trata de escenas en las que una mujer le dice a otras cual es el secreto de su feminidad o de ser bonita, el problema es que el mercado con el exceso de productos, pretende responder a esa pregunta con un bote de crema, con lo cual la frustración está garantizada, porque como decía Freud de la transferencia, no se puede convocar a los demonios del infierno, para luego no responderles …
María-Cruz Estada:
Sí, para despedirles sin haberlos interrogado. Y lo que pasa es que esa frustración del objeto, es una de las garantías de su éxito.
Alejandra Walzer:
La publicidad, al presentarnos relatos sobre cómo conseguir la felicidad, pone el dedo en la llaga, pues evidentemente no es a través de los objetos de consumo desde donde se puede responder a esto. Así es como esa apelación mercantil, esa promesa de felicidad, acaba educando consumidores cada vez más compulsivos. La escritora argentina Beatriz Sarlo dice que estamos en una época en la que somos coleccionistas al revés: en vez de coleccionar objetos, coleccionamos actos de consumo.
Adriana Flórez:
Elocuentemente, es precisamente en el contexto de la naciente sociedad de consumo, en el que aparece la apuesta del psicoanálisis marcada por la convicción de que, a esa demanda de felicidad, no sólo no se puede responder con los objetos de consumo, sino que no se puede responder en absoluto. Convicción a partir de la cual con su práctica ofrece no una nada, como señalan Roque y Bernard, sino un vacío (si es que un vacío es la especie de cosas que se puede “ofrecer”) el vacío en que consiste el objeto como causa y del que es testimonio el deseo de analista.
Roque Hernández:
A propósito del acto de consumo, recuerdo una frase acerca del acto analítico: “el acto analítico es una des-pasión”. Mientras el acto de consumo estaría regido por una frase que sería: “hay objeto, es todo”, el acto analítico se regiría por otra frase “no hay objeto, es todo”.
Yolanda Silva:
Me voy a permitir una pequeña anécdota: mi hija de cuatro años estaba muy nerviosa por la cuestión de los Reyes Magos, ya que podía pedir cinco cosas. Despierta una noche a las tres de la mañana, y dice: “Mamá, quiero, quiero, quiero… ¿Qué quiero mami?”, ¡termina preguntando!
María-Cruz Estada:
Otra anécdota: cuando una madre decía a su niña qué quería para merendar, ésta le preguntaba qué había y la madre le decía: hay galletas, chocolate, yogur, a lo que la hija contestaba siempre no, no, no, hasta que la madre le decía «¿Qué quieres entonces?»; y la niña respondía: «Es que quiero de lo que no hay, mamá», así que la madre se desesperaba y la hija se hizo psicoanalista. Es como si dijera: no me engañes con los objetos, cuando tú sabes que se trata de un vacío.
Bernard Brémond:
Cinco objetos quiere decir que hay un sexto, un séptimo y un octavo que no tendrás: hay un límite. Tu historia, María-Cruz, es parecida porque cuando la madre hace la lista de lo que hay, hace aparecer lo que no hay; no sé lo que opináis vosotros, pero me parece que en nuestros días los efectos del mercado van más bien hacia la eliminación del objeto que no hay, como un borramiento de esta dimensión: no hay objeto que no hay, ya que el objeto que no hay hoy, mañana lo habrá.
Adriana Flórez:
El mercado amenaza con que puede eliminar el deseo, por eso angustia tanto.
Bernard Brémond:
Sí; es del lado de la amenaza, es una amenaza …
María-Cruz Estada:
Es decir, que más allá de que, efectivamente, ya sabemos que no hay el objeto, se pueden jugar las cosas de una manera muy perversa, «haciendo creer que»; por ejemplo, haciendo entrar a gente en quirófanos.
Adriana Flórez:
Sí; y haciendo como si ese objeto existiera, el discurso del mercado viene a decirnos: «si no eres lo suficientemente bella, lo suficientemente exitoso o lo suficientemente feliz es porque no quieres; si no gozas lo bastante, es tu culpa”.
Roque Hernández:
Yo lo que escuchaba en la niña es un: quiero, quiero, quiero… ¿Y eso qué es? Ahí está el vacío, es su esbozo de construcción tomando al otro como Otro, y es ahí donde el publicista vendría a obturar con un objeto, sancionando: “lo que tú quieres es esto”.
Yolanda Silva:
Como si se pudiera saber, ¿no?
Roque Hernández:
También pensaba en el modo en que en estos tiempos se articula lo Real, lo Simbólico y lo Imaginario, en relación con lo que plantea Alejandra de que el objeto queda implantado. Como si algo del afuera, como si algo del objeto y del espacio transicional de Winnicott se lo hubiera barrido; “te voy a decir lo que tú quieres y además te lo voy a meter en el cuerpo”, se interviene en lo real del cuerpo sin un tiempo de elaboración y borrando todo cuanto tiene que ver con el riesgo.
Alejandra Walzer:
En la narrativa publicitaria está abolida una de las partes del relato tradicional, y eso, desde luego, lo altera todo. El relato tradicional tiene un inicio, un desarrollo y un desenlace, en cambio, los anuncios publicitarios cuentan una historia en la que el desarrollo está prácticamente abolido. El spot nos cuenta cómo se consigue la satisfacción a través de un objeto, y todo ello sin esfuerzo y sin dilación, no hay trabajo ni tiempo de espera. Se presenta un problema y su solución inmediata que siempre es el consumo de un producto.
Adriana Flórez:
Los objetos se presentan como si estuvieran dotados de la capacidad de colmar el deseo de manera inmediata. Según señala José Miguel Marinas en su libro La Ciudad y la Esfinge: el contexto ético del psicoanálisis, dicha inmediatez es propia del simulacro; una característica de la sociedad de consumo contemporánea que estaba ausente en la sociedad de producción que le antecede. Si bien, con el fetichismo de la mercancía que aparece en la sociedad de producción se oculta el proceso productivo y sus agentes, ahora, con el simulacro de la sociedad de consumo, además se oculta al propio sujeto consumidor y su deseo incolmable.
Y bueno, no sé si alguien más quisiera comentar algo pues el tiempo se nos acaba aunque, la verdad, yo me quedo
insatisfecha …
María-Cruz Estada:
Es lo suyo…
Adriana Flórez:
Bueno, pues entonces, aunque con ganas de continuar, no queda más que volver a agradecer vuestra valiosa participación en nombre de Análisis Freudiano.
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